Estos no los queremos, no nos interesan los libros de toros. Así se pronunciaron en la biblioteca, como si se hubieran constituido en el sanedrín que decide lo que debe ser leído o no leído, lo que puede ser considerado como una obra de consulta y lo que no, como si ellos tuvieran la vara de medir lo que interesa a los lectores usuarios de un servicio tan público como cercenado por obra y gracia de la mezquindad.
No quieren libros de toros
José Luis Barrachina Susarte
Toros de Lidia / 24 enero, 2020
En un lugar de Levante de cuyo nombre es imposible olvidarse, no hace mucho que se murió un hombre culto y aficionado a los toros, que tanto monta. Con tales atribuciones no podía faltar en su casa una buena librería que contenía, entre todas las categorías imaginables, una respetable colección de títulos y ejemplares relacionados con la Tauromaquia, así como una serie de objetos de carácter curioso y apreciados por los coleccionistas.
Y sucedió lo que sucede cuando uno se muere dejando una lamentable descendencia, porque los herederos se repartieron los enseres más valiosos de la casa dándose bocados de rapiña y abandonaron algunas cosas que consideraron inservibles. Entre ellas los libros, para que pueda comprobarse que el uso del género femenino y masculino simultáneamente forma parte de la riqueza de nuestro lenguaje, pese a que algunos acomplejados pretendan convertirlo en motivo de disputa, como todo lo que pasa por sus manos.
Tampoco hubo motivo de enfrentamiento por los libros que este veterano caballero fue acopiando a lo largo de la vida, cuando el encargado de la mudanza tuvo que deshacerse de ellos para desocupar la vivienda puesta a la venta. Con enorme sensibilidad se le ocurrió llevarlos a la biblioteca municipal, donde los acogieron con gratitud hasta que se percataron de algunos volúmenes que enseñan cosas de toros.
Estos no los queremos, no nos interesan los libros de toros. Así se pronunciaron en la biblioteca, como si se hubieran constituido en el sanedrín que decide lo que debe ser leído o no leído, lo que puede ser considerado como una obra de consulta y lo que no, como si ellos tuvieran la vara de medir lo que interesa a los lectores usuarios de un servicio tan público como cercenado por obra y gracia de la mezquindad.
Dinastías, de Antonio Olano, que fue premio Espejo de España; Mi gente, de Pepe Dominguín; El Toro Bravo hierros y encaste, así como Medio siglo de toreo en la Maestranza 1939-1989, ambos de Filiberto Mira; Arte y Tauromaquia en las ponencias de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo; La Tauromaquia de Pepe Hillo; La Claridad del Toreo y El Arte de Birlibirloque, las dos del comunista José Bergamín –dicho sea con el ánimo de ofender a los comunistas de nueva planta-; El Toreo Puro, de Rafael Ortega; Toreros del Romanticismo, de Natalio Rivas; Vocabulario Taurómaco, de Leopoldo Vázquez Rodríguez; Pepeíllo, de Manuel Chaves Nogales; La Tauromaquia de Antoñete, de Jorge Laverón; Caballería de Torear, de Pedro Mesía; Autobiografía, de Pedro Romero; La Fiesta de los Toros, ejercicio de jinetes, de Estébanez Calderón; El Toreo, una versión inédita de Juan Antonio Pérez Mateos; Historia de los Toros en Alcoy, de Enrique Amat; Fiesta Nacional, de Francisco López Izquierdo; Repóquer, temporada 1985 y La Guerra Secreta, temporada 1986, ambos de José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral; Toros y Cultura, de Andrés Amorós; Juncal, de Jaime de Armiñán; Pepe Luis, meditaciones sobre una biografía, por Santiago Araúz de Robles; El Toro Bravo, de Álvaro Domecq y Díez; Domingo Ortega, 80 años de vida y toros, por Antonio Santainés; La Tauromaquia de José María Manzanares, también escrita por José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral; la colección completa de la desaparecida revista Toro así como algunos números de otras publicaciones menos destacables. Lo que había en ese par de cajas. Ahí es nada.
¿Cuál ha sido la intención de estos bibliotecarios? ¿Pretenden evitar que los lectores del servicio público tengan acceso a esta faceta cultural y artística? ¿Se trata únicamente de odio y aversión a los toros? ¿O acaso están temerosos de que quien empiece leyendo sobre toros continúe por despertar su curiosidad para seguir aproximándose y terminar apasionándose? ¿Debe sorprendernos que algún ignorante aparezca en un programa de televisión calificándonos como salvajes? ¿La actitud de brazos cruzados es una opción posible?
Por suerte hubo quien se apiadó de estas obras, las depositó como en un moisés a las puertas de la inclusa y ahora puedo beber con gratitud de unas magníficas fuentes cuando tengo sed. Ahí es nada.
Que pena no haber sabido mi dirección como si de otra incluso se tratase.
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