viernes, 11 de abril de 2025

De obispos y prostitutas / por Miguel Ángel Quintana Paz


Winchester Geese'. | Mikel Aingeru

«Era esperable que un Gobierno mentiroso enseguida inventase una palabreja, ‘resignificar’, inédita en nuestros diccionarios, para tapar lo que en verdad quería»

Miguel Ángel Quintana Paz**
Nos quejamos con frecuencia de nuestros obispos, pero cierta perspectiva histórica nos ayudaría, tal vez, a morigerarnos. Acudamos ahora hasta las orillas del Támesis y hasta el siglo XI, por poner un caso. Allí nos toparíamos con que el muy católico obispo de Winchester, gran terrateniente inglés, contaba entre sus inmensas posesiones con lo que hoy llamaríamos el barrio rojo de Londres: Southwark –también llamado Liberty, debido a la patente permisividad que se vivía en sus calles–. Burdeles, tabernas, casas de apuestas, teatrillos y delincuencia se mezclaban por Liberty del modo que solo sabía entremezclar las cosas la vida medieval.

El obispo de Winchester no se limitaba, claro, a poseer aquellas tierras. Desde el siglo XII empezaría a cobrar todo tipo de tasas, permisos e impuestos a sus prostíbulos. También a imponerles algunas reglas para su mejor funcionamiento –detalles como el de prohibir arrastrar a los clientes hacia la mancebía agarrándoles de la ropa; obligaciones como la de descansar cada domingo y fiesta de guardar–.

En lenguaje moderno, digamos que el prelado se convirtió en todo un manager de aquella zona de lenocinio: se preocupaba de registrar y dar licencia a las prostitutas, de comprobar que no vivieran esclavizadas, de supervisar sus enfermedades venéreas, de regular sus precios y, por supuesto, de perseguir a cualquier proxeneta que osara controlarlas –para eso ya estaba él–. El cuidado episcopal hacia sus rameras se hizo tan famoso que estas empezaron a ser conocidas como «las ocas del obispo de Winchester». Otra cosa que sabían hacer en el Medievo era nombrar bien.

Tantos desvelos hacia sus meretrices terminaban para el prelado, eso sí, apenas estas fallecían, lo cual coincidía (suele ocurrir) con que dejaran de serle rentables. Una vez muerta la lucrativa hetaira, el obispo empezaba contemplarla como una mera furcia; y ya se sabe que con furcias no conviene que el clero tenga mucho que ver. Se les prohibía, pues, la posibilidad de ser enterradas en sagrado; sus huesos acababan, junto con los de otros personajes de mala vida, en una fosa común llamada «Cementerio de solteras» (ya hemos aludido a la maestría de los medievales con esto de los eufemismos). Improductivas ya para su antiguo manager, el obispo, ni siquiera en su sepulcro las prostitutas estarían a salvo de otros explotadores: los ladrones de tumbas frecuentarían más tarde ese Cementerio de solteras para así vender sus cadáveres a estudiantes de Medicina, poco escrupulosos con su origen.

Algo que siempre me pregunto, cuando pienso en las «ocas» del obispo de Winchester, es el modo en que los meapilas de su época justificarían tan curiosas actividades dentro de su diócesis. Ya saben ustedes que los meapilas (también llamados santurrones, chupacirios, mojigatos o beatorros) son tan antiguos como los obispos, aunque quizá no tanto como esa otra a la que llaman profesión más antigua del mundo, la prostitución. Con todo, acaso no dejen de poseer ciertas concomitancias con esta última, si lo pensamos. Así, tanto meapilas como meretrices son aficionados a mostrar un cariño desmedido hacia su clero (en el caso meapilístico) o hacia su cliente (en el caso de la prostitución); cariño que en realidad no refleja un verdadero amor hacia su objeto (no, amigo cura, los meapilas no te quieren a ti, sino a tu sotana; no, frecuentador de burdeles, esas chicas no sienten nada por tus músculos, sino solo por tu cartera).

Y bien, ¿cómo defenderían los meapilas del siglo XII el que su obispo se enriqueciera ejerciendo labores más propias de rufián que de pastor? No me cuesta imaginar, por qué será, varios de sus argumentos. En primer lugar, aducirían que el prelado sin duda iba a dedicar buena parte de tan generosos ingresos a la caridad y la beneficencia con los más depauperados (lo que hoy vendría a ser la labor de Cáritas), así que oponerte a esas ganancias equivaldría a negarles a muchos pobres y enfermos su pan. ¿Cómo puede ser usted tan malo, herrero Smith, vecino de Winchester, como para querer dejar sin sustento a tantos menesterosos? Sí, está bien, quizá el dinero para tales filantropías no tenga un origen del todo limpio. Pero, según afirmó el emperador Vespasiano cuando le reprocharon cobrar un impuesto por la orina de las letrinas, pecunia non olet: el dinero no huele, sea cual sea la procedencia desde la que nos llega.

Otros meapilas probablemente reprocharían al reprochador el hecho de que reprochara. ¡Cómo osas criticar al obispo, tú, un simple laico! Y es que los santurrones de todas las épocas se han inventado un undécimo mandamiento, que reza «No criticarás jamás al clero, haga lo que haga (incluso lucrarse de las furcias): ¡y este mandamiento es casi tan importante como el primero!».

«La ley del silencio ante lo que hagan clérigos u obispos se ha vuelto más tenebrosa, y también más ridícula, que nunca»

Ahora bien, la creación de este mandato procede en exclusiva del magín de los meapilas: la Biblia está repleta de advertencias contra los predicadores falsos y abunda en críticas a sus malas artes; Jesús mismo se las tuvo y se las deseó con el clero de su época —de hecho, cuando quiso poner el ejemplo de dos malas personas que ignoran a un samaritano languideciente, a la vera de un camino, eligió que fueran un levita y un sacerdote, esto es, dos clérigos de su tiempo—. San Pablo tampoco tuvo mayor problema en reprender a nada menos que al primer papa, san Pedro, cuando le vio hacerse el moderadito en asuntos importantes. Y el arte pictórico de siglos de cristianismo no ha dudado en colocar a sumos pontífices, obispos o curas en el seno del infierno, acompañados de demonios y otros condenados. Pero nuestro meapilas se cree mucho mejor que tales pintores, un poquito mejor que san Pablo y, quizá, incluso más cortés que Jesucristo. Y por eso te prohíbe criticar.

En este punto hay que decir que nosotros, en el siglo XXI, contamos acaso con cierta ventaja sobre los meapilas medievales. Pues hoy día, tras todos los escándalos sexuales que han azotado a la Iglesia, la ley del silencio ante lo que hagan clérigos u obispos se ha vuelto más tenebrosa, y también más ridícula, que nunca.

Pensemos qué habría pasado si, ante el primer obispo que decidió trasladar a un cura abusador de parroquia –ofreciéndole, así, un nuevo coto de caza sexual–, todos aquellos que le rodeaban y se enteraron de tal propósito hubieran puesto el grito en el cielo. Y no solo en el cielo: pongámonos en que también le hubiesen gritado a su cara la atrocidad que estaba a punto de cometer. Imaginemos incluso que le hubieran lanzado invectivas, denuestos, incluso algún que otro empujón a su mano cuando se disponía a firmar el traslado. ¿Alguien podría ver mal ese modo de defender a los futuros niños abusados? Tras el modo infame en que se han portado muchos, demasiados obispos católicos con respecto a los abusos de sus presbíteros, nadie puede defender con honestidad que dejemos a los obispos inmunes a cualquier advertencia, cualquier crítica o cualquier censura. Está claro que a veces las merecen. Y contundentes.

Citemos por último una tercera defensa santurrona de los tejemanejes obispales con las prostitutas. Esta residiría en cierta mezcla de las dos anteriores, aunque un tanto aguadas. En vez de prohibirnos las críticas de modo directo, se nos invitará a tener confianza en aquello que los obispos de Winchester hacen con los burdeles y nosotros no somos capaces de comprender: ¡cómo osas criticarles a ellos, sin duda mucho más sabios que tú, mero herrero de Winchester! Y en vez de justificar las andanzas prostibulario-episcopales por el dinerito que dedican a luego a obras caritativas, se nos argüirá que confiemos en el equilibrio moral que tales prelados han hallado entre medios y fines, que ellos saben mucho más de equilibrios morales, y tú qué vas a saber. Podríamos tildar esta forma de defensa como escéptica, basada en lo enorme de nuestra ignorancia frente una supuesta gran sabiduría obispal. No nos detendremos aquí en demostrar lo desatinado de este razonamiento: ya hemos explicado que la forma en que se gestionaron los abusos infantiles no revela indicios de que habite una especial sabiduría en todo palacio episcopal.

Y bien, quizá a estas alturas esté preguntándose algún lector inquieto que por qué dedicamos tanto espacio a los obispos, a los meapilas y a las prostitutas de la Inglaterra medieval, cuando en realidad son otros asuntos los relacionados con obispos y con meapilas (y tal vez también con prostitutas, aunque no sexuales) los que nos ocupan hoy en España. En efecto, si hablamos de la Conferencia Episcopal, el tema de actualidad reside en su comportamiento ante la próxima profanación de la basílica del Valle de los Caídos, no lo que ocurriera hace siglos a las orillas del Támesis. Y si hablamos del dinero que reciben tales obispos, el asunto palpitante es si poner o no la X en el apartado de la declaración de la renta que nos pregunta si destinar parte de nuestros impuestos a ellos; ese es el asunto hoy de moda, y no las tasas de los burdeles, antaño, en el barrio de Liberty.

Lejos de mí insinuar que ambas cuestiones resulten por completo análogas. No. De hecho, solo empezaremos a entender nuestra situación actual si captamos una diferencia esencial entre la moralidad de la Edad Media y la nuestra. Donde los medievales eran, a la postre, laxos con los pecados de la carne, nosotros lo somos con un pecado en realidad más nocivo: la cobardía. Ya hablamos de ello  en un artículo anterior. Las prácticas proxenetas del obispo de Winchester sobrevivieron porque en el fondo no se veían demasiado graves; la cobardía que nos rodea por doquier sobreabunda porque, en el fondo, nadie la vitupera con la fuerza que merece. Y menos en la Iglesia. «Hoy no falta libertad, faltan hombres libres» afirmó hace ya tiempo Leo Longanesi. Y esta libertad escasea porque mengua la valentía por doquier.

¿Cómo es que afirmamos que la pusilanimidad reinante resulta más grave que la lujuria de antaño? Fácil cabe verlo: la lujuria atañe a una parte más baja de nuestro cuerpo y nuestra alma, a nuestros apetitos (que los antiguos ubicaban en el bajo vientre); dañina como es, se queda por debajo de aquello que ataca una parte superior, y por tanto más importante, de nuestra personalidad: nuestra fuerza de ánimo, nuestro coraje (que se localizaba en nuestro corazón). Así lo sabían los antiguos y así lo sabían los medievales. Nosotros, en teoría más avanzados, hemos perdido esa verdad sobre el coraje quizá cuando más amenazas pretenden subyugarnos, y de modo más sutil que nunca. Y por tanto así nos va.

¿Dónde cabe detectar hoy esa cobardía más dañina que la lujuria de las prostitutas del obispo de Winchester, pero que hemos aprendido a contemplar como menos grave? Es aquí donde, por desgracia, la actualidad episcopal nos ofrece ejemplos palpables, relacionados con los ya citados avatares del Valle de los Caídos. Detallémoslos (aunque moleste a los meapilas de hoy).

«Desacralizar un templo católico sin el permiso de la Iglesia va directo contra los pactos entre esta y el Estado; pactos que tienen rango de tratado internacional»

La primera cobardía está en aceptar el lenguaje de tus adversarios. ¡Has de tener muy sumisa la lengua si incluso ella la sometes a quien lucha contra ti! En todo este asunto del Valle, desde el inicio, nuestros órganos episcopales han aceptado el lenguaje con el que el Gobierno español quiere disimular lo que va a hacer: profanar, desacralizar, una buena parte de la basílica (hasta un 90 % de la misma) para convertirlo en un museo donde aleccionarnos con la ideología gubernamental sobre la Guerra Civil. Hasta cierto punto era esperable que un Gobierno mentiroso enseguida inventase una palabreja, «resignificar», inédita en nuestros diccionarios y literatura, para tapar esa realidad de lo que en verdad quería, que es lo que siempre se ha llamado profanar. Pero lo grave es que nuestros obispos enseguida aceptaron ese lenguaje. Y por el mismo motivo. Para disimular que aceptaban nada menos que la profanación de un templo católico. Pero que sonaba mejor si la llamaban «resignificación».

Ahora bien, este palabro no solo sirve para ocultar lo que se va a hacer; sino que es tan poderoso (lo es siempre el lenguaje de la mentira) que también sirve para encubrir la cobardía de quienes lo consienten. Allí donde un cardenal, Cicognani, consagró en 1960 en nombre del papa del momento, Juan XXIII, la basílica del Valle de los Caídos, ahora en 2025 varios cardenales y obispos españoles consentirán su desacralización.

La excusa para ello, por cierto, no resulta original. Es la misma a que recurren siempre los cobardes: «¡No se podía hacer otra cosa!». Esto naturalmente es, en cuanto a los hechos, falso. Desacralizar un templo católico sin el permiso de la Iglesia va directo contra los pactos entre esta y el Estado; pactos que tienen rango de tratado internacional. ¿Podría el Estado, pese a ello, saltarse la ley y profanar el templo entero, no solo el 90 % que se le ha otorgado? Claro, estamos ante un Gobierno que se ha saltado ya demasiadas normas. Pero la solución ante un poder abusivo no es rendirse por anticipado ante sus ansias autoritarias. O al menos esa no es la solución en que creen los valientes. La verdadera solución es la lucha: en los tribunales, en el orden internacional, ante la opinión pública española y ante los 1.400 millones de católicos de todo el mundo. Y eso es lo que no han querido, ni siquiera en el lenguaje, acometer nuestros dilectos obispos. Por unanimidad han aceptado someterse y callar.

Se dice que han actuado así por miedo a que se destapen nuevos casos de abusos o a que se dé mucho bombo a los ya destapados; que han actuado así por miedo a perder sus exenciones fiscales, sus colegios concertados, sus clases de religión, sus licencias en radio y televisión. La hipótesis más alocada es que la alternativa era o transigir con eso, o que se dinamitara la cruz más alta del mundo. Son hipótesis que no importan mucho para el argumento de este artículo: sea uno u otro el objeto del miedo, lo terrible es que este prime. Y que haya un montón de meapilas que pretendan ocultarlo bajo el insólito principio de que, ante la pusilanimidad de algunos, los demás hayamos de callar.

Y es así como llegamos entonces al asunto de la declaración de la renta. ¿Debemos seguir marcándola para que nuestros obispos gestionen los cuantiosos fondos que así les llegan? O, visto lo visto, ¿hay alternativas preferibles para ayudar a la Iglesia, como también las había en el siglo XII si un generoso cristiano no deseaba pagarle, pese a todo, al obispo de Winchester sus tasas a la prostitución? Lo cierto es que, en efecto, existen tales alternativas; y que algunas de esas opciones resultan similares hoy a las del Medievo.

Hoy como ayer es posible donar dinero a numerosos monasterios en graves necesidades. La Fundación De Clausura cuenta con una sencilla web para ello. Tampoco hace falta que nuestro dinero pase por el Estado antes de llegar a los pobres que lo necesitan. Hoy como ayer cabe hacerles llegar nuestra ayuda de otros modos. No debería engañarnos la propaganda del Estado que nos dice que él siempre debe mediar.

¿Por qué no darles, en cambio, dinero a nuestros cobardicas obispos (y uso ese epíteto con toda la caridad del mundo ante nuestros prelados; o, al menos, intentando sentir tanta caridad como la que sentía Jesús cuando vio que Pedro cobardeaba ante la cruz y le comparó a un demonio)? ¿Por qué, dado que les gusta tanto la palabra «resignificar», no deberíamos también nosotros resignificar nuestra declaración del IRPF, con alguna X menos de las que poníamos hasta ahora?

En primer lugar, aclaremos que no por enfado o como un castigo: nuestros meapilas tienen razón en que la ira no es buen fundamento para casi nada; y que la labor de un cristiano no consiste en ir castigando por ahí.

«Algunos preferimos llamar a las cosas por su nombre: hoy los medios de nuestra jerarquía eclesial no evangelizan, sino que desevangelizan»

Donde nuestros meapilas se equivocan es al pensar que quienes no somos como ellos actuamos siempre por maldad. (Con el corolario de que entonces ellos serían los únicos buenos). No, la verdad es que cabe abstenerse de la X de marras por motivos de lo más correctos.

En primer lugar, por responsabilidad: la cobardía de nuestros obispos, como todo vicio asentado, no es cosa nueva. Miremos por ejemplo lo que se hace con el dinero de nuestros impuestos en medios de comunicación episcopales. Lo hemos denunciado ya varias veces: desde la oposición a medidas antiabortistas a la difusión de blasfemias en programas deportivos; más de reciente se ha incluido también la promoción de programas pornográficos, en lo que quizá es un guiño a las viejas costumbres del obispo de Winchester. Y todo ello bajo el paraguas de una defensa sólida no de la fe, no del Evangelio, no de la Iglesia, sino de un partido político, el Partido Popular. Sí, es más cómodo (y más cobarde) defender a una formación política que las ideas disruptivas de Jesús de Nazaret; pero algunos preferimos ser valientes donde otros no lo son. Y llamar a las cosas por su nombre: hoy los medios de nuestra jerarquía eclesial no evangelizan, sino que desevangelizan. Su línea editorial ha puesto al PP donde debería estar el Evangelio. Y por tanto es lo más responsable y lógico del mundo negarse a colaborar con ellos. Como tampoco había por qué colaborar con las recaudaciones de una prostituta de Liberty, aunque parte de ellas fueran al tesoro episcopal.

Por desgracia, si miramos a Cáritas las cosas tampoco nos tranquilizan: una y otra vez nos llegan noticias de lo ideologizada que está hoy día esa organización; en este caso, como si de hallar un equilibrio con el peperismo de Cope se tratase, hacia posturas políticas más propias de Podemos o Sumar. O incluso de algún partido islamista. Resulta poco responsable, habiendo otras alternativas que ya hemos citado, engrosar con más y más dinero esa línea de actuación.

¿Hay otras partidas a las que se destina la X del IRPF que resultan más razonables que las citadas? Claro, al igual que el obispo de Winchester se gastaría también parte de sus emolumentos en asuntos de lo más loables. Pero sería irresponsable, solo porque algunos de sus gastos nos gustan, alimentar lo que a día de hoy hace cobardear a la institución.

Es mucho más responsable (y más propio del amor a la Iglesia; un amor exigente, eso sí, como es todo amor verdadero) el poner un freno a las citadas prácticas. Ya basta

Ya basta de rendirse por anticipado cuando el Gobierno pretende profanar el 90% de un monumento dedicado a quienes dieron su vida por defender, entre otros, a miles de eclesiásticos

Ya basta de dedicar una radio y una televisión a difundir la propaganda del Partido Popular y no la fe de la Iglesia. Ya basta de abrazarse al Estado para que este otorgue unas migajas de la recaudación de un impuesto, mientras que en la inmensa mayoría de países del mundo la Iglesia se financia sin necesidad de tan libidinosas carantoñas.

Algunos estamos dispuestos a decir que ya basta. No tenemos miedo. Un buen día, el obispo de Winchester perdió sus privilegios impúdicos sobre los prostíbulos de Liberty, y eso fue a él al primero al que le vino muy bien. Somos muchos los que creemos que desligar a este episcopado español de sus ligaduras actuales es, ante todo, una muestra de amor a nuestros obispos. Que quizá no lo entiendan del todo. Pero no sería la primera vez que no se comprende quién te quiere de verdad.

**Miguel Ángel Quintana Paz: Director académico y profesor en el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) de Madrid.

Gente pa tó / por HUGHES

 '..las crónicas de José Ramón Márquez son agua clara, clara pero fría, porque espabilan. A la tauromaquia la rodea también una cursimaquia. Si casi todo está falseado en España, ¿no lo estarán también un poco los toros?..'

Gente pa tó

HUGHES
Reconozco que algo en mi interior plantea reservas cuando escucho a los taurinos ponerse profundos con los ritos táuricos, Zeus, Egipto y el taurobolio. Prefiero el taurobollo de lo que Quintano llama los revistosos del puchero: las entretelas egipcias de lo taurino, que también las hay.

Con todos los respetos, porque alguien ahí se juega la vida o como mínimo el tipo, la ceremonia del toro quizás no sea siempre lo que se ve y esto se intuye en las prosas taurinas, donde hay una extraña inflación poética y tendencia a lo ininteligible. Por eso las crónicas de José Ramón Márquez son agua clara, clara pero fría, porque espabilan. A la tauromaquia la rodea también una cursimaquia. Si casi todo está falseado en España, ¿no lo estarán también un poco los toros?

Las crónicas de Márquez, en el blog Salmonetes ya no nos quedan (blog no siempre citado, pero por el que han ido a procesionar casi todos en algún momento) son una demostración de gran cronismo: elegancia, conocimiento, amenidad retranqueada e independencia, incluso acrisolada independencia.

Traslado lo que me cuentan los taurinos, que yo de toros no sé (bastante tengo con Lucas Vázquez), pena porque en los toros está todo.

Bergamín diferenciaba entre la posición (o colocación) ante la suerte y la postura, que es exactamente lo contrario. Y la postura nos lleva a la impostura. Los que saben de toros conocen el lugar en el que la colocación ya no es colocación sino facilidad o numerito.

Los que no sabemos, sin embargo, nos dejamos embrujar por la postura, por la plasticidad del talle, y movidos por un pujo artístico nos vamos de llenos al engaño. En los toros se percibe lo popular, pero también la cercanía de un flamenquismo señoritingo.

Así que caminamos en el filo de la navaja de lo popular y de lo contrario, su impostación.

Las crónicas de Márquez ayudan porque tiene el ojo para precisar la verdad dentro de la Verdad del toro y la preocupación por encontrar lo popular genuino. En su Gente pa tó (Letras de Almagre), hay una galería de personajes (glorias carpetovetónicas) alrededor de lo taurino, en el periodo anterior a la edad moderna de la actividad. A veces pensamos, ¿dónde se fueron los personajes del siglo de Oro? Quizás algunos se fueron metiendo allí.

En el libro hay  un texto (que no me suena bien pero peor suena pieza) que parece un rescate tecnológico. Márquez hace una crónica de las corridas de toros de Carabanchel en el verano de 1909. Como genial anacronista, aplica su lenguaje de cronista actual a lo allí ocurrido, una auténtica escabechina festiva con muertos, invasiones, heridos, protestas… El resultado es asombroso.  ¿Dónde está ese mundo?

Por el libro sabemos que desde luego hubo gente pa tó, pero ¿la seguirá habiendo? La conservación del toro  y su fiereza es fundamental (si nos pusiéramos estupendos, posturiles, ¿no podríamos decir que España depende de la conservación de la embestida del toro?) pero también importa la conservación de su circundante gente pa tó.
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Relacionado: XXIV 'Fábula Literaria Vicente Zabala' a D. José Ramón Márquez autor del libro 'GENTE PA TÓ''

SOBRE EL ACTUAL REGLAMENTO TAURINO ANDALUZ / por Diego Martínez González

 

'..esta “Tauromaquia Folclórica” la impuesta por los taurinos reinantes y con poderes donde el toro en plenitud en la mayoría de las plazas brilla por su ausencia y donde el aficionado no percibe la emoción y el riesgo que supone dominar con arte a una fiera..'

Diego Martínez González
La Junta de Andalucía ha publicado el pasado 26 de marzo el Decreto 87/2025 sobre el Reglamento Taurino, que es casi igual al anterior pues se reforman muy pocos artículos, la mayoría de escasa importancia para invertir el decadente espectáculo de la actual Fiesta.

La publicidad institucional nos habla de un nuevo reglamento el que se plasma en el Decreto aludido. Nada más alejado de la realidad. Se reseñan públicamente algunas modificaciones que conociendo su cocimiento podemos llegar a entender que en absoluto va a cambiar para bien el desarrollo de un festejo en Andalucía.

Esa misma publicidad institucional predica a los cuatro vientos que el R.T. es producto de un consenso mayoritario de todos los estamentos taurinos, pero si nos fijamos bien, en ese consenso no figuran los aficionados.

Los toros en Andalucía seguirán muriendo de éxito pues el reglamento modificado ampara y regula esa “Tauromaquia Folclórica” que el Partido Popular, mayoría absoluta en nuestra tierra, quiere y desea.

Muchas orejas, rabos, puertas grandes, indultos, serán los titulares de las crónicas taurinas en esta y próximas temporadas.

Es esta “Tauromaquia Folclórica” la impuesta por los taurinos reinantes y con poderes donde el toro en plenitud en la mayoría de las plazas brilla por su ausencia y donde el aficionado no percibe la emoción y el riesgo que supone dominar con arte a una fiera.

La Tauromaquia verdadera y de toda la vida queda para los modestos, para los que se parten la “pana” hasta que llegan a ser figuras.

El Partido Popular poniendo por delante que defiende nuestra Fiesta, hasta ahí es de agradecer, lo que hace es degradarla apartando con ello al aficionado de siempre de las plazas.

En estos días tenemos el ejemplo de Sevilla. Apenas colas para sacar abonos y grandes colas para las entradas sueltas.

El aficionado siempre sacaba su abono. Ahora el público, mayoría analfabetos taurinos, es el que llena los tendidos de las plazas y las consecuencias las vemos cada tarde cuando las plazas andaluzas se convierten en tómbolas verbeneras.

Y lo grave de todo es que quien tiene que parar este declive, en primer término la propia Junta de Andalucía, y luego los Presidentes, se decantan por estas corridas de “arsa y olé” y que el pueblo mientras tanto si discute por un gran titular taurino se olvide de otros problemas más críticos.

Me he referido a los Presidentes y es aquí donde tengo el deber de divulgar mi propuesta sobre los “usías” en mi condición de representante de los aficionados en la Sección Técnica del Consejo Asesor Taurino Andaluz.

Puse de manifiesto la escasa preparación de una gran mayoría de Presidentes y su falta de tino para mantener la pureza del espectáculo y la dignidad de las plazas.

Igualmente propuse que los Alcaldes dejarán de nombrar Presidentes en las plazas de toros.

Mi propuesta era crear un Registro de Presidentes entre aficionados que superaran el curso que imparte la Asociación Nacional de Presidentes de Plazas de Toros.

En ese Registro se incluirían también los Delegados de la Autoridad con un mínimo de al menos veinte tardes en el callejón.

Y por supuesto aficionados de reconocido prestigio.

Estas personas siempre serías nombradas por los Delegados de Gobierno de las ocho provincias, nunca por los Alcaldes, empezarían presidiendo en plazas de tercera categoría y al final de cada temporada una comisión mixta de miembros de la administración y representantes de colectivos de aficionados, evaluarían la labor de estos presidentes.

Si la evaluación es positiva ascenderían a plazas de superior categoría. De no ser así se les agradece los servicios prestados.

Como se ha comprobado, nada de nada de esta propuesta salió adelante.

Como dato significativo, se podría decir que en esos días de reuniones para modificar el R.T. recibo la noticia de que un gran aficionado, recto, honrado a carta cabal y partidario de dignificar la Maestranza, a la sazón Presidente suplente, D. Joaquín Herrera, fue cesado por el Delegado del Gobierno de Sevilla.

Más claro el agua, los Alcaldes seguirán jugando con los palcos mientras la Junta de Andalucía hace de Don Tancredo.

Que no decaiga la “Tauromaquia Folclórica”.
  • Diego Martínez González
Ex Delegado Gubernativo de la Plaza de Toros de Sevilla
Ex Abonado de la Plaza de Toros de Sevilla
Ex Presidente de la Unión Taurina de Abonados y Aficionados de Sevilla
Ex vocal como representante de Abonados y Aficionados en el Consejo Asesor Taurino Andaluz
Ex vocal como representante de Abonados y Aficionados en la Comisión Consultiva Nacional de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura

jueves, 10 de abril de 2025

No es justo / por Manuel Viera

'..según indica el acta del jurado del Circuito de Novilladas de Andalucía “En caso de indulto, sólo se obtendrá un punto en concepto de trofeos simbólicos y cero puntos por la espada”. Inaudito..'

No es justo

Manuel Viera
Hablar de injusticia plantea idénticos problemas de definición que hablar de las vicisitudes del mundo del toro. ¿Es justo qué quien construyó el toreo, conviviendo con el valor y el arte, elementos asociados para la creación de la belleza sublime, se le reste méritos clasificatorios por el hecho de contribuir al indulto del excelente novillo que le propició cimentar tan excelsa obra? La única respuesta, en la que probablemente todos estemos de acuerdo, es la absoluta falta de coherencia en la reglamentación que dictamina las puntuaciones.

Porque según indica el acta del jurado del Circuito de Novilladas de Andalucía “En caso de indulto, sólo se obtendrá un punto en concepto de trofeos simbólicos y cero puntos por la espada”. Inaudito.

Pertenezco al jurado en la presente edición del CNA de la Fundación Toro de Lidia, y les prometo que sudé tinta para intentar no perjudicar a Ignacio Candelas en la puntación final tras la lidia del utrero indultado. Ese no puntuar por no utilizar el estoque y solo asignarle un punto, pese a ganar las orejas y el rabo simbólicos del gran novillo, lo dejaba fuera de la clasificación sin compasión. Y no es justo. Como tampoco sería justo restarle méritos a Pedro Gallego, ni al primer clasificado, Martín Morilla, no solo por la excelencia del toreo mostrado, ni como obra de arte total, sino por la perfecta fusión con la bravura.

El indulto ocurre. Ya no tan raras veces. Ocurrió en Marbella donde la gran faena de Candelas al gran novillo de Fermín Bohórquez no fue una quimera. Pero quien materializó este milagro se ha quedado fuera de las semifinales. Craso error.

La Fundación Toro de Lidia, que tan ejemplar trabajo está haciendo para dar oportunidades a novilleros y matadores de toros con posibilidades de futuro en los certámenes que organiza, debe subsanar tan garrafal fallo en la normativa de puntuación y, sobre todo, dar entrada en las seminales a quien con su toreo se la ganó. Ignacio Candelas no debe perder el tren que se le puso delante.

La batalla del Valle de los Caídos /por José Javier Esparza

Haciendo particular (y certera) alusión a Su Eminencia Reverendísima don José Cobo Cano, cardenal y arzobispo de Madrid, así rezaba la pancarta que blandía un manifestante en favor del mantenimiento íntegro del Valle de los Caídos.
 La batalla del Valle de los Caídos

 José Javier Esparza
«¡Es la economía, estúpido!», decía Bill Clinton. Y el muy estúpido se creía, como toda nuestra época, que la economia es lo esencial, el alfa y omega. Pero no: «¡Son los símbolos, estúpido!», nos dice aquí Esparza hablando de ese símbolo mayor para España que es el Valle de los Caídos.

Contra lo que sostiene cierto conservadurismo cazurro, las batallas simbólicas son siempre las más importantes. Lo son porque en lo simbólico es donde uno se reconoce a sí mismo en algo que le trasciende: es una dimensión que no se agota en el mero interés individual en un momento dado (como pasa con la economía, por ejemplo), sino que se extiende a lo que nos ha precedido y a lo que podremos legar cuando ya no estemos aquí. La batalla por mantener la bandera de España en las instituciones, por ejemplo, siempre ha sido mucho más que una cuestión de orden institucional; de hecho, su desaparición ha corrido pareja a la progresiva desespañolización de regiones enteras. Del mismo modo, la batalla por el Valle de los Caídos es mucho más que un litigio administrativo, monumental o incluso religioso: es una auténtica batalla simbólica porque lo que está en juego es una cierta idea de España y de su historia, de nuestro pasado y de nuestro presente, de nuestra identidad colectiva, que está ciertamente señalada por la Cruz, pero una Cruz que vuela muy por encima de los alzacuellos de la Conferencia Episcopal. Por eso hay ahora tantos católicos, practicantes o no, creyentes profundos o simplemente vinculados a una tradición, que se sienten traicionados por la jerarquía episcopal: porque los obispos han entregado un símbolo, porque han entregado… la bandera. Y de nada sirve argumentar que esto, en realidad, no era competencia de la Conferencia, o que si lo han amañado en Roma o que… no, no sirve de nada porque ante la fuerza del símbolo retrocede cualquier objeción de tipo procedimental. Los que tenían la misión de defender el puesto han dejado que entre el enemigo. Eso es todo.

El Valle de los Caídos, en los corazones de millones de españoles, representa un símbolo fortísimo de su identidad colectiva, incluso si nunca han pisado esa majestuosa sinfonía de granito. Lo representa por la Cruz, evidentemente, que es la señal inequívoca de un camino histórico y de toda una concepción de la vida y de la muerte. Lo representa por su naturaleza de templo, de espacio sagrado, al cuidado de unos monjes —heroicos, por cierto, en este calvario— cuyos hábitos custodian mil quinientos años de sabiduría y de piedad. Lo representa también por su estética, cortada por el patrón de la sensibilidad europea desde los tiempos de Grecia y Roma. Lo representa, en fin, por su función de camposanto, de necrópolis, de ciudad de los muertos de un guerra fratricida —y ya decía Barrès que una nación es «la posesión de un antiguo cementerio y la voluntad de contar su historia»—. Naturalmente, cabe objetar que sólo «media España» se reconoce en el Valle. Es el argumento que con frecuencia vende la izquierda talibán. Pero seamos serios. En primer lugar, sólo una minoría ponía esa objeción antes de que los gobiernos expresamente antinacionales de Zapatero y Sánchez la convirtieran en doctrina de Estado. Y después, aunque fuera cierto, ¿por qué tendría que suponer eso la resignificación, esto es, la profanación del monumento? ¿Por qué tendríamos que aceptarla? ¿Por qué tendríamos que padecer su destrucción a manos de la otra media?

Hay quien dice que dar la batalla por el Valle es alentar la confrontación y la polarización. No pocas voces episcopales recurren a este argumento. Olvidan sus eminencias que bajar las manos ante la ofensa rara vez supone que el que te ofende las baje también; al revés, lo que suele ocurrir es que el ofensor vence y tú pierdes. Y volverás a recibir nuevas ofensas, porque ya has enseñado el camino. Todos conocemos la fórmula evangélica de la bofetada y la otra mejilla. Pero la fórmula pierde valor cuando el pastor no pone la mejilla propia, sino la de su rebaño, que se ve continuamente abofeteado sin nadie que le defienda. Hay otra fórmula evangélica que se podría ajustar mejor al caso: aquella en la que Jesús dice que no ha venido a traer la paz, sino la espada. La rendición no es evangélica. El suicidio, tampoco. Y menos aún, dejar a los tuyos en manos del enemigo.


Hay que dar la batalla por el Valle de los Caídos. Incluso si la jerarquía episcopal española abandona el puesto. Corrijo: sobre todo si lo abandona. Los obispos y los papas pasan; la Cruz permanece. También permanecen los pueblos que se resisten a morir. Vuelvo a corregir: sobre todo, permanecen los pueblos que están dispuestos a morir, léase a darlo todo por defender su derecho a existir. Al final, como tantas otras veces, habrá un puñado de pecadores dispuesto a sacrificarse para que el Bien prevalezca, sin esperar otra recompensa que un pequeño hueco bajo las alas de esos ángeles con espadas, obra de Carlos Ferreira, que custodian la entrada al templo, para ver a los fieles pasar. Y quien piense que esto es demasiado épico, es que no ha entendido nada del momento que estamos viviendo. No ha entendido que esto es, en efecto, una batalla.

miércoles, 9 de abril de 2025

El mapa taurino de la Comunidad de Madrid: más de 30 millones de espectadores en los últimos 18 años


Con 17.643 festejos en total, los sitios que más espectáculos acogieron fueron Madrid, Arganda del Rey y Colmenar Viejo, según un informe de Anoet

El mapa taurino de la Comunidad de Madrid: más de 30 millones de espectadores en los últimos 18 años.

La Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos (Anoet) ha realizado un estudio sobre la presencia del hecho taurino en la Comunidad de Madrid que une a los ya publicados de Andalucía y la Comunidad Foral de Navarra. El objetivo de esta serie de informes estadísticos es dar a conocer la presencia de la Tauromaquia en nuestro país, aportando numerosos datos sobre la celebración de festejos en las distintas comunidades autónomas.

Después de localizar la actividad taurina en el mapa de España con estudios como Geografía Taurina, que puede consultarse en la web de Anoet, se ha iniciado una serie de trabajos por comunidades en los que se aprecia la evolución de la Fiesta de los toros en las últimas décadas en cada una de ellas.

De este modo, Anoet y la Comunidad de Madrid han elaborado un informe estadístico de los festejos y reses lidiadas en esta comunidad que abarca un periodo de 18 años, en concreto de 2007 a 2024, que ofrece una interesante visión de la presencia y la evolución de la Tauromaquia en esta zona.

Espectadores

De este informe se desprenden datos de gran importancia, pero quizás el más relevante sea el de los más de 30 millones de espectadores que fueron a los toros en la Comunidad de Madrid entre 2007 y 2024, en concreto 30.946.756, siendo 2007 el año con más afluencia de público con más de 3 millones y medio de espectadores. Es digno de reseñar en este aspecto el repunte importante que se produjo tras la pandemia: si bien la cantidad de espectadores se había mantenido por debajo de los 2 millones entre 2010 y 2019, en 2022 volvió a superar los 2 millones, lo que supone una importante reactivación del sector.

Festejos

El estudio aporta cifras rotundas, como los 17.643 festejos que se celebraron en todo el período analizado, entre los que sobresalen de forma contundente las sueltas de reses, 6.386 en total en estos 18 años. El número de corridas de toros es de 1.466, menor que el de novilladas picadas, que asciende a 1.611. En este período se celebraron en la comunidad 993 novilladas sin picadores y 387 festejos de rejones.

Por ciudades y municipios

Como en otras ocasiones, el informe localiza estos festejos en el mapa de Madrid y ofrece posibilidad de consulta por ciudades y municipios, de la que se concluye que, si excluimos la capital, Arganda del Rey es la localidad que más festejos se celebraron entre 2007-2024 con 455, seguida de Colmenar Viejo con 436. Por encima de los 300 festejos en este periodo encontramos también localidades madrileñas como Collado Villalba, Villa del Prado y San Sebastián de los Reyes. Lógicamente Madrid capital encabeza esta lista, superando con creces a estas localidades, con 1.154 festejos celebrados en estos 18 años.

De los festejos en plaza, fueron mayoría los celebrados en cosos portátiles (10.204), seguidos de los de plazas de tercera con 6.098 y primera categoría.

Temporada a temporada

Este trabajo estadístico permite ver la evolución a través de los años, en la que se observa un repunte interesante en 2022, 2023 y 2024, todos ellos por encima de los 1.000 festejos anuales. Esto es interesante si se tiene en cuenta que veníamos de una línea sostenida en torno a los 950 festejos por año hasta que llegó la pandemia. El año que más festejos sumó fue 2007 con 1.569 y el que menos, 2012 con 915.

Tipo de festejos y meses

Por tipología de festejos, de 2007 a 2010 fueron los años con mayor número de corridas de toros, por encima de las 100 en cada uno de ellos, mientras que en 2016 y 2018 se bajó de las 70 corridas. El número de corridas en el período analizado fue de 1.466 frente a las 1.611 novilladas picadas.

Atendiendo a la actividad taurina por meses en la Comunidad de Madrid, septiembre es el mes más taurino, a gran distancia de agosto, ya que en septiembre se celebraron 8.790 festejos frente a los 2.630 de agosto.

Reses lidiadas

El número de reses lidiadas en este período aparece en este estudio, que presenta incluso una curva con la evolución por años. Ésta nos muestra que en 2007 fueron 6.517, iniciándose después una línea descendente hasta 2019 con 3.929 reses. Curiosamente después de la pandemia se produce un repunte que demuestra la recuperación de la Fiesta después de esos años.

Por tipo de espectáculo, ganan los encierros con 22.706 reses, seguido de la suelta con 17.459. A bastante distancia está el número de reses lidiadas en novilladas y en corridas de toros, 9.137 y 8.772 respectivamente.

Por último, este repaso estadístico a Madrid muestra que en los últimos 18 años casi 96 millones de habitantes han tenido acceso a los toros en esta comunidad, de ellos, y como se dijo al comienzo de esta información, más de 30 millones asistieron a algún espectáculo taurino. El mayor número de municipios con festejos son los que están en la franja entre 5.000 y 10.000 habitantes, en concreto el 32%.

Con la colaboración de la Comunidad de Madrid, el informe ha sido realizado por la patronal de empresarios en un formato digital interactivo que permite introducir numerosas variables en las búsquedas. A través de este trabajo, el usuario puede acceder con facilidad al número de festejos que se celebraron en un año determinado, segmentarlos por localidades y dividirlos por tipología. También aporta tablas comparativas que permiten una visión por años, provincias, categoría de plazas, etc.

Publicado en ABC

La iniciativa para eliminar la protección a los toros llega al Congreso: ¿podría salir adelante?

Alejandro Talavante en la Feria de la Magdalena 2025 de CastellónEFE

A pesar de haber superado el primer escollo, la Iniciativa Legislativa Popular que propone eliminar la protección a los toros lo tiene muy difícil para salir adelante.

El Debate/08/04/2025 
La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que plantea revocar el estatus de la tauromaquia como patrimonio cultural ha iniciado su andadura parlamentaria en el Congreso de los Diputados, tras haber superado el umbral exigido de firmas con un total de 664.777 apoyos ciudadanos.

Este respaldo, validado por la Oficina del Censo Electoral, ha sido comunicado por los impulsores de la propuesta, quienes informan también de su remisión a la Junta Electoral Central y a la Cámara Baja.

El procedimiento entra ahora en su fase parlamentaria, en la que será la Mesa del Congreso la encargada de decidir cuándo incluirla en el orden del día de una sesión plenaria, primer paso hacia un eventual debate en la Cámara.

¿Qué implica que la Iniciativa Legislativa Popular haya logrado llegar al Congreso? En primer lugar, que se inicien los tramos parlamentarios no significa que vaya ha recibir el apoyo de los diputados.

De hecho, cabe la posibilidad de que ni siquiera llegue a debatirse y mucho menos a votarse. Lo cierto es que esta iniciativa, respaldada por los grupos más escorados a la izquierda, no cuenta con el respaldo de socialistas y, en cambio, cuenta con la abierta oposición de Partido Popular y Vox.

El futuro de esta ILP dependerá ahora de la voluntad de los grupos parlamentarios y del calendario que establezca la Mesa del Congreso, que decidirá si la iniciativa se convierte en objeto de debate y posible votación en el hemiciclo, informa Efe.

Entretanto, sus promotores insisten en que seguirán trabajando para que el Congreso escuche la voz de quienes consideran que la tauromaquia no debe contar con respaldo estatal ni ser considerada un elemento de la identidad cultural protegida del país.

La ILP, bajo el lema «#NoEsMiCultura», tiene como fin último la derogación de la normativa de noviembre de 2013 que reconoce y regula la tauromaquia como parte del patrimonio cultural de España.

La fase de recogida de apoyos concluyó el pasado 17 de febrero con la presentación de 715.606 firmas, de las cuales 709.292 fueron recabadas en formato físico y 6.314 mediante vía digital. Posteriormente, un proceso de verificación redujo esta cifra al número finalmente certificado, que roza las 665.000 rúbricas.

En el comunicado difundido por los promotores, estos califican la validación oficial como «una victoria significativa para el movimiento que lucha contra la protección estatal de la tauromaquia».

Los impulsores de la iniciativa han dejado claro que no se detendrán ahora que han logrado llevar el texto al Congreso, y han asegurado que mantendrán su labor de presión y concienciación social. 
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martes, 8 de abril de 2025

Arte y parte / por Jorge Arturo Díaz Reyes

Pintura rupestre, Altamira España, 13.000 a 36.000 años. Foto: Scribd.

'..En este tiempo de máxima globalización, intolerancia cultural, barbarie tecnológica y política, cuando la ancestral tauromaquia pretende ser borrada de la historia humana, y su animal sagrado extinguido de la faz de la tierra (en aras del “animalismo”). Muchos de sus cruzados no encuentran más recurso que levantar el arte como escudo..'

 Arte y parte

Jorge Arturo Díaz Reyes
CrónicaToro/Cali, 07.04.2025
El arte es parte de la vida, pero no es toda la vida, como es parte de la “Fiesta”, pero no es toda la “Fiesta”.

Desde antes de la historia en las protorreligiones cavernarias, el toro fue deidad, culto, mito, rito (Mircea Eliade y muchos otros). Luego, cultura tras cultura, imperio tras imperio: Babilonia, Egipto, India, Creta, Grecia, Roma, Europa mediterránea toda, y el llamado mundo hispánico (cuatro continentes) agregaron sus versiones.

Hoy la corrida moderna, su ceremonia culmen, perseguida ideológicamente, sobrevive acorralada en nueve países. De norte a sur: Estados Unidos (huellas), Francia, España, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. Aunque fieles y peregrinos hay en casi todos los otros, si no en todos.

En este tiempo de máxima globalización, intolerancia cultural, barbarie tecnológica y política, cuando la ancestral tauromaquia pretende ser borrada de la historia humana, y su animal sagrado extinguido de la faz de la tierra (en aras del “animalismo”). Muchos de sus cruzados no encuentran más recurso que levantar el arte como escudo.

No se nos puede aniquilar, alegan, porque “somos arte”, y agregan los más exclusivistas… “arte español”. Sí, lo somos, arte, y universal además. Arte de torear, como tituló Pepe-Illo su histórico manual técnico (1796).

Pero la tauromaquia es más. Culto primero, luego cultura y todo lo que allí acumula; sentido de la vida, ética, moral, valores, tradición, identidad, ecología, trabajo, dignidad, libertad y derecho (humano, hay que aclarar ahora).

Esa concepción monocular esteticista del toreo como arte, solo arte, da pie por un lado a tergiversar el significado del arte mismo, y por otro el de torear. Único en su esencia ética.

Reduciendo ambos al estilismo, lo bonito, el primor, el manierismo, el preciosismo, la retórica, la artificialidad, la impostura, el histrionismo, la pose, el performance. Más que ser torero parecerlo, rezan. Y hasta los disfrazan. Sí, bueno, parecerlo, pero primero serlo de verdad, igual que aficionado, crítico, persona, humano.

Pues por esa inclinación al “qué belleza, solo verle hacer el paseíllo paga”, se puede bajar a la postración, al no toro, la frivolidad, la “morigeración”, el transformismo, la liquidación, el escape del ruedo a la pasarela, y el aplaudir todo eso en pie con la yema de los dedos.

O a ir de la Tauromaquia a la Batracomiomaquia, batalla de los ratones y las ranas, sátira que compusiera Homero, Pigres, algún poeta alejandrino, no se sabe quién, parodiando la epopeya de la Ilíada.

La batalla del Valle de los Caídos / por José Javier Esparza


'..El Valle de los Caídos, en los corazones de millones de españoles, representa un símbolo fortísimo de su identidad colectiva, incluso si nunca han pisado esa majestuosa sinfonía de granito..'

La batalla del Valle de los Caídos

José Javier Esparza
Contra lo que sostiene cierto conservadurismo cazurro, las batallas simbólicas son siempre las más importantes. Lo son porque en lo simbólico es donde uno se reconoce a sí mismo en algo que le trasciende: es una dimensión que no se agota en el mero interés individual en un momento dado (como pasa con la economía, por ejemplo), sino que se extiende a lo que nos ha precedido y a lo que podremos legar cuando ya no estemos aquí. La batalla por mantener la bandera de España en las instituciones, por ejemplo, siempre ha sido mucho más que una cuestión de orden institucional; de hecho, su desaparición ha corrido pareja a la progresiva desespañolización de regiones enteras. Del mismo modo, la batalla por el Valle de los Caídos es mucho más que un litigio administrativo, monumental o incluso religioso: es una auténtica batalla simbólica porque lo que está en juego es una cierta idea de España y de su historia, de nuestro pasado y de nuestro presente, de nuestra identidad colectiva, que está ciertamente señalada por la Cruz, pero una Cruz que vuela muy por encima de los alzacuellos de la Conferencia Episcopal. Por eso hay ahora tantos católicos, practicantes o no, creyentes profundos o simplemente vinculados a una tradición, que se sienten traicionados por la jerarquía episcopal: porque los obispos han entregado un símbolo, porque han entregado… la bandera. Y de nada sirve argumentar que esto, en realidad, no era competencia de la Conferencia, o que si lo han amañado en Roma o que… no, no sirve de nada porque ante la fuerza del símbolo retrocede cualquier objeción de tipo procedimental. Los que tenían la misión de defender el puesto han dejado que entre el enemigo. Eso es todo.

El Valle de los Caídos, en los corazones de millones de españoles, representa un símbolo fortísimo de su identidad colectiva, incluso si nunca han pisado esa majestuosa sinfonía de granito. Lo representa por la Cruz, evidentemente, que es la señal inequívoca de un camino histórico y de toda una concepción de la vida y de la muerte. Lo representa por su naturaleza de templo, de espacio sagrado, al cuidado de unos monjes —heroicos, por cierto, en este calvario— cuyos hábitos custodian mil quinientos años de sabiduría y de piedad. Lo representa también por su estética, cortada por el patrón de la sensibilidad europea desde los tiempos de Grecia y Roma. Lo representa, en fin, por su función de camposanto, de necrópolis, de ciudad de los muertos de un guerra fratricida —y ya decía Barrès que una nación es «la posesión de un antiguo cementerio y la voluntad de contar su historia»—. Naturalmente, cabe objetar que sólo «media España» se reconoce en el Valle. Es el argumento que con frecuencia vende la izquierda talibán. Pero seamos serios. En primer lugar, sólo una minoría ponía esa objeción antes de que los gobiernos expresamente antinacionales de Zapatero y Sánchez la convirtieran en doctrina de Estado. Y después, aunque fuera cierto, ¿por qué tendría que suponer eso la resignificación, esto es, la profanación del monumento? ¿Por qué tendríamos que aceptarla? ¿Por qué tendríamos que padecer su destrucción a manos de la otra media?

Hay quien dice que dar la batalla por el Valle es alentar la confrontación y la polarización. No pocas voces episcopales recurren a este argumento. Olvidan sus eminencias que bajar las manos ante la ofensa rara vez supone que el que te ofende las baje también; al revés, lo que suele ocurrir es que el ofensor vence y tú pierdes. Y volverás a recibir nuevas ofensas, porque ya has enseñado el camino. 


Todos conocemos la fórmula evangélica de la bofetada y la otra mejilla. Pero la fórmula pierde valor cuando el pastor no pone la mejilla propia, sino la de su rebaño, que se ve continuamente abofeteado sin nadie que le defienda. Hay otra fórmula evangélica que se podría ajustar mejor al caso:

 aquella en la que Jesús dice que no ha venido a traer la paz, sino la espada. La rendición no es evangélica. El suicidio, tampoco. Y menos aún, dejar a los tuyos en manos del enemigo.

Hay que dar la batalla por el Valle de los Caídos. Incluso si la jerarquía episcopal española abandona el puesto. Corrijo: sobre todo si lo abandona. Los obispos y los papas pasan; la Cruz permanece. También permanecen los pueblos que se resisten a morir. Vuelvo a corregir: sobre todo, permanecen los pueblos que están dispuestos a morir, léase a darlo todo por defender su derecho a existir. Al final, como tantas otras veces, habrá un puñado de pecadores dispuesto a sacrificarse para que el Bien prevalezca, sin esperar otra recompensa que un pequeño hueco bajo las alas de esos ángeles con espadas, obra de Carlos Ferreira, que custodian la entrada al templo, para ver a los fieles pasar. Y quien piense que esto es demasiado épico, es que no ha entendido nada del momento que estamos viviendo. No ha entendido que esto es, en efecto, una batalla. /La Gaceta de la Iberosfera/
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Respeto y ayuda a la nueva "minoría" / por Antonio Cepedello


Poder con nosotros lo van a tener complicado, aunque digan que ahora somos una nueva 'minoría', pero olvidan que aún contamos con la razón, la lógica, la tradición y la justicia de nuestra parte. "Ladran, Sancho, luego cabalgamos".

Respeto y ayuda a la nueva "minoría"

Antonio Cepedello
Ahora que dicen, e intentan confirmar por todos los medios posibles, que los aficionados taurinos somos una nueva 'minoría', es la mejor ocasión para reclamar lo que no recibimos desde hace muchísimos años por parte de un sector de la sociedad y de nuestros gobernantes. Y hacerlo a esos falsos 'progres' antitaurinos, que no paran de repetir, proclamar o llevar en sus programas electorales que el respeto y la ayuda prioritaria y preferencial a las minorías es uno de sus principios fundamentales para evitar discriminarlas.

Aquí quiero verlos yo ahora a esos 'animalistas' hipócritas, que tanto piden apoyo para las especies en peligro de extinción o para los grupos sociales o étnicos marginados. ¿Dejarán ya de insultarnos y acusarnos sin razón, llevados por sus prejuicios y la fácil y demagoga teoría de diferenciar entre 'buenos y malos'? Pedirán ahora que un patrimonio cultural de la Humanidad, como es la Tauromaquia, tenga un trato preferencial para que no desaparezca, porque, según ellos mismos dicen, se encuentra en situación 'crítica'.

La Fundación BBVA acaba de difundir los resultados de una encuesta donde indica que un 77% de los españoles consideran "inaceptables" las corridas de toros. Es decir, que les gusta el toreo a sólo una de cada cinco personas preguntadas en su sondeo, manipulado porque lo han hecho según sus propios criterios de selección de entrevistados y preguntas. Vamos, que los aficionados taurinos hemos quedado en una quinta parte de la población española. Por lo tanto, una nueva 'minoría' en nuestro país, de acuerdo a estos resultados interesados y partidistas.

La manipulación en su contenido de este sondeo está muy clara. ¿Por qué, para conocer la opinión sobre el sufrimiento animal, no han pedido la opinión respecto a las millones de reses que mueren a diario en los mataderos con sólo unos meses de vida y tras estar siempre encerradas? Y también, sobre si prefieren este trato o el recibido por los toros bravos, que viven libres y muchísimo más tiempo. Entonces, seguro que las respuestas hubieran sido muy distintas.

La selección de sus entrevistados también está tergiversada por completo. Entre sus criterios no han incluido que el encuestado tenga información sobre la Tauromaquia, porque es difícil opinar de algo que no se conoce. Ni tampoco ha existido una proporción similar entre aficionados o no a los toros, que es lo lógico en una consulta sobre este tema. Tampoco han difundido el ámbito social, geográfico, académico o ideológico de los elegidos.

Su supuesta nueva 'minoría' se sustenta poco con datos objetivos y contrastados de los últimos meses, como que este año han aumentado en mil los abonados de 'Las Ventas' o que la asistencia de público a los festejos taurinos de la pasada temporada aumentó respecto a las anteriores, o que la afluencia a las plazas de jóvenes es cada vez mayor. Y todo ello, a pesar de que durante la pandemia las medidas impuestas sobre el aforo máximo en los cosos fueron muchísimo más duras que para el resto de espectáculos.

Continúa el acoso y derribo a la Tauromaquia de los grandes magnates económicos, entre ellos multimillonarios, bancos y fondos de inversión, que financian este falso ecologismo y animalismo.

 Su objetivo es acabar con nuestros valores, tradiciones, principios e historia, que nos unen y nos dan una entidad y dignidad como pueblo. 

Saben que así es más fácil dominarnos, controlarnos y manipularnos, para seguir ellos mandando en la 'sombra'. De camino, también intentan arruinar las ganaderías bravas, para apoderarse de sus maravillosas fincas a precio de saldo.

Poder con nosotros lo van a tener complicado, aunque digan que ahora somos una nueva 'minoría', pero olvidan que aún contamos con la razón, la lógica, la tradición y la justicia de nuestra parte. "Ladran, Sancho, luego cabalgamos".