domingo, 24 de agosto de 2025

Diego Urdiales: El arte de flotar / por Gonzalo Ortigosa


'..Porque un torero como Urdiales no necesita la exageración ni la propaganda: Basta con verle una tarde para entender que en él conviven la normalidad del hombre y la heroicidad del artista..'

Diego Urdiales: El arte de flotar

Por Gonzalo Ortigosa - España
En Bilbao volví a rendirme a Diego Urdiales.

Lo confieso sin reservas: No conozco en el toreo actual una serenidad semejante, una normalidad tan humana que en la plaza se transforma en heroicidad. Su figura desprende un sosiego contagioso; verlo es como entrar en San Martín de Tours, en Frómista: Un ritual de fe y silencio.

Urdiales no engaña: Es un hombre corriente que se viste de luces y, de pronto, levanta un templo griego en medio de la arena. Con él flotamos: Los pies se posan sobre un río tibio, y en apenas diez minutos de faena se abre un resquicio de eternidad. Ese instante fugitivo, esa trampa al mismísimo Dios, es lo que distingue al artista verdadero.

Bilbao ya no es lo que era, pero aún conserva esa verdad esencial que solo los artistas saben despertar. Hay niños que siguen queriendo ir a los toros, pañuelos blancos que todavía ondean en el palco, y toros nobles que, aunque no infundan el miedo de antaño, permiten que un torero nos regale la ilusión de un milagro. Esa tarde, Borja Jiménez, arrojándose a porta gayola, dejó la imagen del hambre y la intemperie del que busca un lugar en la historia; y Alejandro Talavante, al brindar su segundo toro, selló un gesto de respeto y pleitesía que trasciende la anécdota: Fue el primero que, en abierto y para todo el orbe taurino, pronunció su nombre —“Diego Urdiales”—, dejando grabado en voz alta lo que ya sabíamos los que lo hemos sentido. Después lo dijo Curro Romero, y aquel eco selló para siempre su sitio entre los elegidos.

Porque un torero como Urdiales no necesita la exageración ni la propaganda: Basta con verle una tarde para entender que en él conviven la normalidad del hombre y la heroicidad del artista. Basta con asistir a esos diez minutos que se clavan en la memoria sensible y gozosa, y que, cuando acaban, siguen latiendo en nosotros como si nunca hubieran terminado. Esa es la contradicción y la grandeza del arte: Hacernos creer que lo eterno existe, aunque solo dure un instante. Con Urdiales entendemos que el Toreo no es un juego ni un azar: Es el lugar donde el hombre se mide con lo imposible, donde Dios se deja ver de soslayo y donde, por un instante, la vida entera parece flotar.

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