martes, 27 de diciembre de 2011

Frascuelo y Lagartijo, vidas paralelas / Aquilino Sánchez Nodal



FRASCUELO y LAGARTIJO VIDAS PARALELAS

Aquilino Sánchez NodalMadrid, 27/11/2011
Por las circunstancias y por la intervención de Juan Mota, con la temporada en Madrid terminada se programan dos novilladas para los días 8 y 13 de Diciembre de 1.863, en las que se incluye a Salvador como banderillero en la cuadrilla de Vicente García Villaverde. El viento sopla del Guadarrama, el frío amenaza con dejar ateridos a los espectadores pero los comentarios son favorables a la inclusión del nuevo, por la insistencia del señor Manolo y sus amigos taurinos. Por primera vez Salvador figura en un cartel de toros. En el último lugar de los banderilleros se podía leer:

Salvador Sánchez Povedano

Alias: “El Frascuelo”.

A Salvador, la verdad sea dicha,, le era muy doloroso no volver en busca de Paquita. Además, seguía encariñado con aquel ambiente de aires “manolos” y dicharacheros del barrio de la calle Toledo con el griterío de los vendedores callejeros, estañadores de cacerolas, arregladores de paragua y verduleras en las aceras de la calle la Ruda. Esa era la realidad. No solo, la muchachita morena era lo único que le atraía, también influía aquella mezcla despreocupada y variopinta del Madrid profundo, el color macilento a la luz de los faroles de gas, el monótono chirriar de los tranvías tirados por caballerías y la alegría de las gentes. En el fondo, y que nunca se olvide, Salvador fue un sentimental enamorado de la vida callejera.

Añoraba los paseos por la Ribera de Curtidores. La música de vals del organillo de la bodeguita de la Señá María que despachaba unos imponentes bocadillos de escabelle con pimiento morrón y su melodía popular y pegajosa. Le producía una infinita tristeza el recuerdo de Paca, de su risa franca, sus ojillos a medio cerrar para decir una picardía, los besos de despedida en el portal y la huida ante la presencia del sereno, el señor Paulino. Sentía un desfallecimiento romántico con aquellos pensamientos. Pero otra vez surgía la prioridad, ¡lo primero es lo primero!.

Juan Mota le proporcionó todo lo necesario para salir al ruedo, el vestido de torear con el que actuó a las ordenes de Villaverde en Madrid, el primer capote de brega, incluso las zapatillas de segunda mano adquiridas por dos reales en la tienda de la Chopa hoy, Rodrigo de Guevara. Estaba comprometido en interés propio para abrirle paso y que llegara a ser alguien en esto del toro. De aquellas novilladas no existen crónicas por la poca expectación que rodea a un desconocido. La noticia se refería al matador Villaverde con unas palabras - que no tenía alias y la nota continuaba que “Fue el encargado de estoquear a los toros en puntas que se corrieron” y una referencia a Salvador: “Parece que este chaval promete”.

Llega la primavera de 1.865. Ni el cielo lejano y azul que desde siempre ha abovedado Madrid, ni las vaporosas muchachas que llenaban de encanto las calles, todo pasaba a un segundo plano con los primeros sonidos de cascabeles del coche de los toreros vestidos con sus trajes rebrillantes de lentejuelas de oro que enviaban reflejos fugaces de alegría española, sentimiento y pasión, como todos los años, la temporada taurina se inauguraba en ese mismo instante.

El callejón oscuro en donde aún vivía Salvador y su familia empezaba desde ese año a tener sabor a pasodoble, el coche de los toreros acudía a buscarle las tardes de corrida a la puerta de su domicilio. Los vecinos adquirieron unos síntomas de ser gente de importancia:

- ¡ Si ya decía yo que este mozo iba a ser torero !. Comentaban las

comadres de la calle.

- ¡ Si hasta el tipo lo tié de torero !. Apuntaban las mocitas.

- ¡ Si se veía venir !. Diquelaban los hombres.

La señá Sebastiana no podía pronunciar palabra. El brillo de sus ojos lo decía todo: ¡Era la madre que lo había parido!.

Y el hermano … Francisco, que Dios lo haya perdonado, comenzaba a convertirse en un badana completo. Cobijado a la sombra del matador se proclama “su primer admirador”. Alejado de preocupaciones, sin ambición alguna se limitaba a vivir lo mejor posible y gastar sin reparo. Así y eso, presumía de haber triunfado de banderillero con Cayetano Sanz. En cuanto se acercaba una corrida de Salvador, sacaba el vestido, le hacía la moña, el nudo a la corbata, le buscaba un pañuelo para el bolso de la chaquetilla … y a grito pelao, al oir el tintinear bullanguero que hacía el coche de los toreros:

- ¡ Salvaor, Salvaor ! … ¡ El coche !.

Este pegajoso comportamiento le convirtió en un personaje molesto Estaba convencido de que él era el artífice del éxito de Salvador.

La afición recordaba vagamente las antiguas rivalidades entre matadores de toros: Curro Guillén y José Cándido; Juan León y Antonio Ruiz y más las que habían mantenido los añorados, Curro Cúchares y “El Chiclanero”. Pero los que encendían y dividían a los aficionados era la rivalidad que mantenían esa temporada los matadores, Antonio Carmona “Gordito” y Antonio Sánchez “EL Tato”. El odio era a muerte entre los defensores de los dos tocayos. No solo por cuestiones taurinas, tambiésn por una futesa administrativa, unos decían que los matadores debían torear la Corrida de Beneficencia gratis y los otro que habían que cobrar más que en cualquier otra por ser de mayor compromiso. Para “El Gordito” y “El Tato” esta discusión no pasaba de ser una cuestión romántica pero cuando llegó la contratación de los dos toreros a oídos de sus partidarios adquirió caracteres de motín. Pasaron de los insultos a los golpes en plena vía pública e incluso intervino con fuerza la autoridad para separar a los combatientes. Nunca conseguían disolver las reyertas aquellos guardias de quepis y espadín que contínuamente eran maltratados por las meretrices, los macarras y demás chulos de la calle.

Ejemplo: Plaza de Toros de Cádiz, corrida de San Pedro. Sin proponerlo nadie por no parecer que se tratara de motivo de rivalidad entre toreros, surgen las vidas paralelas de Salvador Sánchez “Frascuelo” y Rafael Molina “Lagartijo” sin ser los protagonistas del espectáculo. En la cuadrilla de “El Tato” debuta un banderillero apodado “Lagartijo” y el público, al igual que antes hiciera con “Frascuelo”, adivina unas excelentes maneras en el nuevo torero. A gritos piden a Antonio Sánchez que ceda a su banderillero la muerte de su último toro. “El Tato” se niega porque va contra las normas. La pitada fue estruendosa contra el diestro, aún sabiendo que tenía la razón. “El Gordito”, más político, le cede la muerte de su toro al muchacho cordobés. Ruge la plaza de entusiasmo a favor de “El Gordito”. Mientras, el otro Antonio, sentado en el estribo, dicen que se comía las uñas de rabia. Al finalizar el festejo, carreras, estacazos, desmayos de señoras emperifolladas y alguna que otra puñalada entre seguidores de los dos matadores. Todo era válido en defensa de nobles rivalidades taurinas. Ni tanto pelo ni tan calvo.

El caso es que del movido festejo le había aparecido a Frascuelo su contrincante más natural. ¡Quien les iba a decir a aquellos animosos y casi desconocidos mozos que esa tarde comenzaba una rivalidad bajo el signo de la pasión y el tumulto de los aficionados de toda España, “Lagartijo” – “Frascuelo” Así era de enconada la rivalidad taurina en eso tiempos para morbosa admiración y suprerioridad de aficionados comprometidos.


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