lunes, 18 de marzo de 2013

Grandes momentos del antitaurinismo en Valencia. Dos corridas, dos / Por José Ramón Márquez


Corrida de Miura del 13
Lo que nunca verán ustedes en las pantomimas cuvijuanpedreras

José Ramón Márquez 

En dos días consecutivos, en la Plaza de Toros de Valencia, tenemos explicada perfectamente la contradicción a la que llevan al público de toros. El día I corrida tomada por lo serio con Castella, Manzanares III y Talavante, y como es ya habitual con toros de quita y pon, que los que trajeron del campo no pasaron el dictamen de la ciencia veterinaria y al final re reparó el asunto con más toros (¿?) de lo mismo, Garcigrande y Domingo Hernández, remendados con un cuvillejo, y con eso ya basta para el buen entendedor.

El día II, corrida tomada por lo festivo con El Cordobés, Fandiy Finito de Córdoba. Los toros anunciados, los simpáticos Zalduendíbiris, tampoco pasaron el corte de los albéitares y hubo que restaurar la cosa taurina con toros (¿?) del Cuvillo, estirpe de Idílico, el Señor de las Adelfas (q,D.g)

De la corrida del día I llama la atención lo primero lo serios que iban todos y, a continuación, el vestido de Manzanares, que tanta seriedad chocaba con ese vestidito como de Ninot Indultat, con unos floripondios de oro bordados sobre azul, que daba grima verle. De lo de su cuadrilla del arte es mejor ni hablar, tomando el olivo a instancias del juampedrillo como si el desgraciado del bichejo fuese el Leviatán. De Tala, pues eso, Tala que Tala, que nos hacemos cruces del turre que nos va a pegar en Madrid con seis Victorinos, que cuando El Cid se pidió seis de Victorino en Madrid, al año siguiente de su gesta de Bilbao, le dijeron que nones, que qué podía pasar si por lo que fuese un toro le cogía. Con Tala es diferente; se conoce que tienen tal fe en que no le va a coger un toro que no han dudado en destrozar para él uno de los carteles de más expectación de la Feria de San Isidro. Los argumentos que presentó en Valencia son como para echarse a temblar o como para pensar en irse a Tembleque el día de los Victorinos.

Castella trapaceó en su estilo a las dos educadas mascotas que le tocaron en suerte con esa innecesaria ‘verticalidad’ que practica, con esa forma de tirar líneas que tan poco importan. Lo mejor, la estocada recibiendo de Manzanares a su segundo, toro jorobadito y anovillado, un cromo.

De la corrida del día II nada hay más reseñable que la alegría. Alegría y esa joie de vivre que vende Manuel Díaz por allá donde va y esa alegría atlética, de sportman, de Fandi; y, para matizar a esa explosiva pareja, el contrapunto de ese Finito de Córdoba que es capaz de hacerte pasar miedo ante el más feble torillo, sólo con la forma en que transmite al tendido el enorme miedo que él está pasando. Muy adecuado contrapunto el de Juan Serrano frente al desparpajo festivo de los otros dos, para poner un punto de dramatismo muy caro a las buenas gentes. Yo creo que si hubiese estado en Valencia y hubiese ido a esa corrida, lo hubiese pasado en grande, viendo disfrutar al público, oyendo los comentarios y viendo las ganas de agradar de los toreros, que esto es ante todo Fiesta y, sobre todo, ellos no lo niegan y se ponen a ello con ahínco.

La reflexión que nace de entre ambas corridas es la paradoja que resulta de ver que a los de la corrida I todo caras serias y circunspectas, les cantan por lo serio los de los periódicos, los de los medios, los de las televisiones, como si su toreo escondido, toreo de suertes descargadas -las que sirven para alargar los muletazos, según algún iluminado-, sus renuncias al toreo de compromiso, su toreo concebido como el vaivén de un pobre animal, fuesen oro molido, mientras que lo de la corrida II, todo risas y felicidad, sería un divertimento, una cosa menor, aunque esté hecho exactamente con los mismos materiales de destoreo, de falta de compromiso que los llamados «serios». 

Luego, además, se ve que a la mayoría del público le gustó bastante más lo de Fandila y Benítez, donde el toro importa poco y lo que importa es el torero, héroe juvenil y lleno de desparpajo que poniendo toda su carne en ese asador, burla los pitoncillos en los pares al violín o en los altos de la rana y busca la diversión y el espectáculo, más que lo de los otros, que frente a los mismos pitoncillos ponen tanta introspección, tanta impostada seriedad y tan huecas actitudes al servicio de ese furtivo «arte», que apenas nunca llega, que lo único que consiguen es echar a patadas del ruedo la diversión y el disfrute fiestero, que entre ambas corridas media, partiendo de lo mismo, la distancia que hay entre unos alegres albañiles en su andamio y un oscuro opositor a notarías, varias convocatorias suspensas, en la soledad de su covachuela.
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