miércoles, 29 de mayo de 2013

Feria de San Isidro: La verbena de Madrid / Por Antonio Lorca


Manoletina de Arturo Saldívar en su primer toro de la ganadería de El Ventorrillo. / SANTI BURGOS

"...Pero con la rapidez con la que el respetable se degenera, el cuidado debe ser máximo; de lo contrario, la puerta grande de Madrid, reservada para las grandes gestas, corre el peligro de convertirse en un coladero por el que se pierda la esencia de la fiesta..."

La verbena de Madrid

Antonio Lorca / El País.-
El público de Madrid es cada vez más verbenero y menos riguroso
Si con una oreja en cada toro se puede tocar la gloria, habrá que ser más exigente en la concesión de trofeos

Mientras en Madrid baste cortar una oreja en cada toro para pasar a la historia por el túnel de la puerta grande, hay que ser muy exigente en la concesión de trofeos. Sobre todo, en esta época, en la que los tendidos están dominados por un triunfalismo pueblerino que da miedo. Madrid mismo, que presume de ser la plaza más importante del mundo, se convierte en una verbena popular en cuanto un chaval se pone flamenco delante de un toro.

Sin ir más lejos, los tendidos se cubrieron de pañuelos para premiar a un torero que no había toreado y que se llama Arturo Saldívar, nacido en una localidad mexicana. ¿Estuvo mal el muchacho? No. Hizo lo que bien sabe, que es el toreo bullanguero, alegre, destemplado, superficial, valiente siempre y ayuno de hondura. Llega con prontitud a los tendidos, y la gente comparte una suerte de euforia colectiva, entusiasta y arrolladora, que cree ver lo que no está ocurriendo.

Saldívar vino a Madrid con ansias de triunfo, y esa actitud es encomiable. Le tocó, además, el toro de menos trapío, el tercero, y de más noble condición. En el último tercio, lo recibió de rodillas en la boca de riego y trazó una estimable tanda de redondos que abrochó con un largo de pecho en la misma posición. Ya de pie, surgió el torero alegre, acelerado, que muletea a la velocidad de la luz y todo va perdiendo interés con la misma rapidez que lo ejecuta. Pero el público, ese público verbenero, cree estar viendo una faena de ensueño, y olvida, porque nunca se lo ha planteado, que Madrid tiene un prestigio, que es el faro de la tauromaquia en el mundo, y debe mantenerlo a toda costa. Saldívar estuvo muy decidido, pero no toreó para recibir un premio. Careció de reposo y liturgia, lo que en este templo debe ser sagrado. Apeló a las bernardinas, ¡cómo no!, y le concedieron una oreja porque la pidió el público. Pues, muy bien. Pero con la rapidez con la que el respetable se degenera, el cuidado debe ser máximo; de lo contrario, la puerta grande de Madrid, reservada para las grandes gestas, corre el peligro de convertirse en un coladero por el que se pierda la esencia de la fiesta.

Para desgracia del mexicano, el sexto de la tarde no le permitió reverdecer laureles y su ilusión se desvaneció a medida que el animal se hundía en su falta de clase. Grande fue otra vez su disposición; comenzó con unos muletazos por alto muy ajustados, peleó contra el viento como un jabato, derrochó valentía, y con la muleta agitada como una bandera se dio un arrimón que la grada le agradeció como merecía. No hubo oreja porque faltó la alegría que derrochó en el tercero y mató mal. Pero, cuidado, con este público superficial que va conquistando las plazas como quien no quiere la cosa y puede acabar con lo más sagrado de la tauromaquia. Es preferible, por tanto, un enfado y una bronca al presidente que dar un paso más hacia la degeneración del espectáculo.

Frente al mexicano alegre, un ecijano enjuto, hierático, de piel aceituna, de apariencia frágil y de gesto serio y seco. Miguel Ángel Delgado se llama, y ya demostró maneras de las buenas en esta misma plaza el 15 de agosto del año pasado. Dejó entonces un buen sabor, y se ha visto que lo que se tiene no se pierde. Quiere manejar el capote con soltura, aunque tuvo escasas oportunidades, más allá de unas ajustadas gaoneras en un quite al primero de la tarde. Con semblante vacilante, brindó al respetable la muerte de su primero, que no sangró en el caballo, se vino arriba en banderillas, puso en apuros a toda la cuadrilla y a él mismo por su violencia y brusquedad. El animal embestía a oleadas, con aspereza y bronquedad, sin calidad alguna y dispuesto a rajarse en todo momento. Delgado le plantó cara, aguantó una colada, sufrió un desarme y lejos de amilanarse, se cruzó, y estuvo muy por encima de las negativas condiciones de su oponente. No hubo toreo, porque no lo permitieron las circunstancias, pero dejó patente que ese cuerpo tan descarnado y esa mirada de niño asustadizo encierran un torero valiente que no se arredra ante las dificultades.

Un toraco de 626 kilos era el quinto, pero todo lo que tenía de grandullón lo tenía de soso. Le faltó en todo momento el motor necesario para ser el colaborador imprescindible para el triunfo. Inició Delgado la faena de muleta con un pase cambiado por la espalda en el centro del ruedo, y cuando cerró la tanda ya mostró el animal síntomas evidentes de hundimiento físico. Era un obeso sin fondo. Se empeñó Delgado en torearlo, pero a toda su labor le sobró entrega y le faltó la emoción que proporciona la codicia del toro. Empeñado el muchacho en agradar, optó finalmente por un feo circular y… (¿a que no saben por qué optó finalmente el torero?), efectivamente, por ma-no-le-ti-nas, que se han convertido en el sufrimiento de la modernidad. Mató mal y todo se emborronó.

Y Sergio Aguilar, otra vez, pasó desapercibido por su mala suerte con los toros y su toreo excesivamente frío. Tiene un buen concepto de las formas y el fondo, se coloca bien, pero nada fue posible entre el molesto viento y la falta de casta de su primero y de clase del cuarto.

Plaza de Las Ventas. 28 de mayo. Vigésima corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

El Ventorrillo/Aguilar, Delgado, Saldívar

Toros de El Ventorrillo, desiguales de presentación, mansos y descastados; noble y repetidor el tercero.

Sergio Aguilar: estocada caída y un descabello (silencio), estocada (silencio).
Miguel Ángel Delgado: estocada desprendida _aviso_ (ovación); tres pinchazos _aviso_ y un descabello (silencio).
Arturo Saldívar: estocada (oreja); estocada atravesada _aviso_ y dos descabellos (silencio)

OVACIÓN: 
Juan Navazo colocó dos excelentes pares de banderillas al primero; le acompañaron Fernando Pérez con los garapullos, y Pirri, con el capote.

PITOS: 
Otra vez una corrida mansa y descastada hasta la desesperación.

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