viernes, 23 de agosto de 2013

Las cloacas del 11-M / Joaquín Albaicín


"...Tras los libros de Fernando Múgica, García Abadillo, Luis del Pino o José María de Pablo sobre el infame atentado de Atocha, importantes todos, rompe plaza ahora el de Ignacio López Brú: Las cloacas del 11-M..."

Los gobiernos democráticos también recurren a tácticas criminales.

Joaquín Albaicín 
Escritor.
Al 11-M se le dio carpetazo con un chivo expiatorio cargando con el marrón de una condena varias veces milenaria, un escarmiento de menor calado a unos delincuentes de escasa monta y ocho yihadistas suicidándose (o siendo “suicidados”) en un piso de Leganés, en un episodio con tantas probabilidades de haber ocurrido tal que se nos cuenta como el de la muerte de Bin Laden en Abbottabad. Tras los libros de Fernando Múgica, García Abadillo, Luis del Pino o José María de Pablo sobre el infame atentado de Atocha, importantes todos, rompe plaza ahora el de Ignacio López Brú: Las cloacas del 11-M. Extraños traslados de competencias, declaraciones con olor a chamusquina, destrucción de evidencias, concesión de medallas y ascensos a los policías sustentadores de la versión oficial o la retórica leguleya con que fueron desestimados muchos testimonios contrarios a la misma son sólo algunos de los llamativos “flecos” que invitan al autor a contemplar la masacre como una operación encubierta orquestada por un servicio secreto (Luis del Pino, en el prólogo, apunta hacia “nuestros propios servicios de información”). Lo cierto es que ya sólo el tratamiento dispensado a la furgoneta Kangoo sugiere que por ahí puede cantar la gallina. Si se suma a ello la condición de confidente policial o topo del CNI de los condenados, los “suicidados” y gran parte de los interrogados y sospechosos, no puede reprocharse a López Brú la focalización de sus pensamientos en esa dirección

¿No está siendo juzgada en Alemania la única superviviente de un comando neonazi que cometió durante once años actos terroristas en su país bajo el amparo del BfV (el servicio secreto interior)? Curiosamente, sus camaradas también se suicidaron. Con el testimonio de Andreas Kramer, ¿no ha salido recientemente a la luz que fueron operativos del BND alemán, en colaboración con agentes de la Red Gladio de la OTAN, los artífices de la explosión causante de un elevado número de muertes en 1980, en Munich? ¿No ha revelado el policía germano Henning Hensch, observador de la OSCE en Kosovo, que fueron colegas suyos quienes, por orden de Berlín, y a fin de convencer a la Unión Europea de la “necesidad” de intervenir militarmente en Yugoslavia, pusieron ropas de paisano a varios narcoguerrilleros kosovares caídos en combate, fotografiaron los cadáveres y remitieron las imágenes a la prensa de todo el mundo, presentándolas como prueba de una matanza de civiles? ¿No se recuerdan ya los vínculos que unían a los supuestos pilotos del 11-S con servicios secretos? ¿O el primer atentado contra el World Trade Center, inspirado e instigado por un confidente del FBI? ¿Se ha olvidado la bomba de Bolonia, colocada por unos extremistas que, como los tribunales probaron, resultaron no ser sino policías, espías y políticos en el poder? ¿Se han borrado de nuestra memoria los GAL, esos ultras con sueldo oficial y carné del PSOE? Y, sin ánimo de amargar la vida a un hombre que ya ha cumplido su pena, ¿no ha sido destapado hace poco cómo la Policía española recicló, contratándole como docente, al perpetrador de uno de los más siniestros crímenes de la Transición?

Al no haberme dedicado a investigar a fondo el 11-M, nada puedo aseverar. Desde luego, no comparto planteamientos de fondo en la línea del que señalaría a Aznar como una suerte de mesías al que tales o cuales poderes ocultos ansiaban defenestrar a toda costa. Tampoco me parece que supuestos funcionarios policiales y políticos de “izquierdas” pudieran tramar e implicarse en una acción terrorista como el 11-M sin el conocimiento y aquiescencia de sus compañeros de derechas, ocupantes de puestos clave. Me parece, pues, muy digno de subrayar el dedo puesto por López Brú sobre la llaga de que el PP ha hecho tanto o más que el PSOE por entorpecer la investigación. También es de sentido común –pero, en los tiempos que corren, muy valiente– su percepción de la web yihadista noruega, desde la que habría sido activada la célula durmiente, como una fabricación policial.

Mucho me temo que, como en tantos otros casos, nunca se permita a la opinión pública el acceso a las trastiendas del 11-M. Y ello, por tan sencilla razón como que tal apertura forzaría a periodistas, jueces y demás servidores de la ley a la admisión –y no con la boca pequeña– de que, cuando así lo creen conveniente, los gobiernos, policías y espías de las naciones democráticas recurren a idénticas herramientas criminales y de terror y hacen gala de la misma ausencia de escrúpulos que se pretende etiquetar como exclusivas de los regímenes totalitarios. Y eso, ni se quiere ni se va a reconocer.

Entretanto, libros como este de Ignacio López Brú permiten, al menos, hacerse su propia composición de lugar al ciudadano que no se siente cómodo al cien por cien llevando todo el día las orejeras puestas. Que no es poco.
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