sábado, 26 de abril de 2014

EN LA ENCRUCIJADA / Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA




"...La empresa que comanda Simón Casas anuncia los carteles de su estreno en Zaragoza con la singular versión del grabado de Goya con Martincho matando un toro a la salida del chiquero zaragozano, de 1764 y con grilletes en los tobillos. Muy bien. Lo que ya no encuentro tan lógico es que el señor Cano, autor de la versión, explique los motivos por los que ha elegido a Goya y Martincho como protagonistas de este cartel que, según definición precisa y rotunda, debe ser un grito pegado en la pared, no un discurso..."

EN LA ENCRUCIJADA

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Antes de iniciar mi perorata taurina, quiero hacerles partícipes de la insólita noticia que ha leído en “Heraldo de Aragón”: “Robán en Trasmoz una estatua de Bécquer”. En un subtítulo se aclara que, para el robo, los ladrones usaron un vehículo, se supone que de cuatro ruedas porque la estatua es de bronce y pesa más de 300 quilos y no era cosa de llevarla a hombros aunque los cacos fueran fervientes admiradores del poeta sevillano. 

Aclararé para los no conocedores del lugar de las cercanías del Moncayo, cerca del Monasterio de Veruela, que Trasmoz es un pequeño pueblo situado en un montículo, que en lo más alto está el castillo de LAS BRUJAS, tema de una leyenda becqueriana, y que en este lugar estuvo secuestrado el padre de Julio Iglesias, quizá el acontecimiento más popular de lo sucedido por estos lares desde hace siglos. 

La estatua es obra de Luigi Maráez, que cobró 20 mil euros por la obra. La policía no sabe todavía si el motivo del robo es el de la devoción poética o el más presumible de la fundición de la broncínea imagen para su posterior y provechosa pignoración. Pero el hecho en sí, al margen de todas estas mis elucubraciones calenturientas, es francamente bochornoso y muestra del poco respeto que las gentes de hoy le tienen al arte sea en la disciplina que sea. 

Por ejemplo: la empresa que comanda Simón Casas con la participación de dos personas de mi particular aprecio como son Enrique Patón y José Luis Ruiz, anuncia los carteles de su estreno en Zaragoza con la singular versión del grabado de Goya con Martincho matando un toro a la salida del chiquero zaragozano, de 1764 y con grilletes en los tobillos. Muy bien. Lo que ya no encuentro tan lógico es que el señor Cano, autor de la versión, explique los motivos por los que ha elegido a Goya y Martincho como protagonistas de este cartel que, según definición precisa y rotunda, debe ser un grito pegado en la pared, no un discurso. Para este caso creo que hubiera sido suficiente con el original. El arte, si hay que explicarlo, ya no es arte. Sí podría admitir versiones actualizadas de “El sueño de una noche de verano”, de Sakespeare, don William, cuya primera muestra cinematográfica vi, allá por los años cuarenta, en una película protagonizada por Mikey Rooney en 1934. Un recuerdo también al actor recientemente fallecido, que tuvo el valor y la osadía de casarse con Ava Gadner, torera hasta la muerte.

Pero, películas, poetas y artistas al margen, la situación de la Plaza de Toros de Zaragoza es francamente preocupante. Bueno, viene siendo preocupante desde hace años y hasta siglos. Ahora que me he dedicado a estudiar un poco sus vicisitudes, tengo testimonios apabullantes de que la situación no es nueva. Me remontaré al año 1908. En Zaragoza, los intelectuales, políticos y comerciantes tuvieron la feliz idea de conmemorar los cien años de la Guerra de la Independencia y añadir a esa conmemoración el deseo de la conciliación entre españoles y franceses. Todos los franceses no tenían la culpa de los afanes expansionistas de Napoleón. Como a todos los alemanes no le podemos culpar de las ansias antisemíticas de Hitler ni a todos los rusos de los crímenes de Stalín. ¿De acuerdo?  
Se organizó la Exposición Hispano-francesa y, en su apoyo, cuatro o cinco corridas, a una de las cuales, el 14 de junio, asistió el rey Alfonso XIII, en festejo en el que, con toros de Miura, participaron el sobrino de “Lagartijo” y Vicente Pastor. Pues bien, en todas esas corridas de la primavera zaragozana de 1908, como afirma el señor Sotillo, crítico de la revista “Sol y Sombra”, la empresa perdió una buena cantidad de duros y lo mismo ha ocurrido y ocurre por los siglos de los siglos. Era 1908 y pocos años después resulta que la fiesta de los toros alcanzó el máximo esplendor en la ciudad de Zaragoza. ¿Qué ocurrió? Que surgieron dos chavales que ilusionaron a dos sectores de nuestra población y que se enfrentaron en el ruedo de don Ramón Pignatelli, que se quedó pequeño y que hubo que ampliarlo y remozarlo en 1917. La pena es que para su reapertura ya no existía ninguno de los dos, ni Herrerín ni Ballesteros. Pero el hecho sintomático es que para que la Plaza de Toros de Zaragoza funcione tiene que darse la rivalidad torera, unas veces entre nativos, otras entre foráneos o nativos y foráneos frente a frente: “Lagartijo” y “Frascuelo”, “Joselito” y Belmonte, “Manolete” y Pepe Luis, “Litri” y Aparicio, Luis Miguel y Ordóñez, Chamaco y Palacios, novilleros, o Paco Camino y “Chiquito de Aragón”, sin caballos. Lo he dicho y lo repito: solo los toreros y el toro pueden arreglar esto. Lo demás, cuentos de la “buena Pipa”. Hubo iconos en solitario, “Guerrita” y “El Cordobés”, pero más hijos de las circunstancias que de sus propios merecimientos. Fenómenos impares.

La empresa de Simón Casas, que ha asumido el arriendo de la plaza zaragozana no hace muchos días, ha realizado un gran esfuerzo publicitario para llevar a todos los rincones interesados la noticia de que para San Jorge se iban a celebrar dos festejos de interés, uno el día del Patrón, con un mano a mano entre “Finito de Córdoba”, impacto artístico en la Feria del Pilar del año pasado y confirmación en Valencia este año, y Morante de la Puebla, el torero en activo que cuenta con el mayor conjunto de fieles peregrinos. Publicidades en los medios de comunicación aragoneses, en los autobuses urbanos, en las revistas especializadas, en la estación de Barcelona, en Francia, Navarra o las Vascongadas, tres o cuatro páginas a todo color del torero poblense en un diario de la capital de Aragón, que ha sido, a posteriori, el primero en dudar de la veracidad de sus intenciones de acudir a la cita con el “dragón de las siete cabezas”, al modo de la decisión del soldado de Capadocia en las cercanías de la capital oscense. Un par de docenas de antitaurinos, casi todos en la pubertad, lanzaban sus chilliditos junto a la estatua de Agustina de Aragón y Juliana Larena. Es igual, la fiesta española no necesita enemigos externos. Los tenemos dentro. 

Para el sábado está anunciada una corrida-concurso de ganaderías. He leído que estas se oficializaron institucionalmente en esta plaza en el año 2000. ¿Quién patrocinó la corrida-concurso de 1978 en la que rigieron las normas redactadas por don Ramón Blasco, funcionario de la DPZ? ¿Dónde se ubicó el Jurado de aquel festejo y los de los años siguientes, hasta 1984? En el palco de honor. También he leído recientemente que fue Pagés el que inventó en 1927 las corridas goyescas, la primera de ellas celebrada en Zaragoza con motivo del centenario de la muerte de Goya que se cumplía en 1928 y para el que se organizaron numerosos actos en los que intervinieron importantes personajes, con la colaboración inestimable de Ignacio Zuloaga, quien hasta localizó en Fuendetodos la casa en la que afirmó que había nacido don Francisco. Y pudo ser así. Pero lo de los trajes goyescos no era nuevo y bien lo demuestra una foto publicada en “Sol y Sombra” de mayo de 1908, en la que aparecen los alumnos de Ingenieros y Arquitectos que participaron en Madrid en una becerrada vestidos con chaquetillas de jalones, corbatines estrechos, fajas amplias y taleguillas de seda sin bordados, calzados con zapatillas de amplias hebillas y tocados con sombreros de dos picos. La crónica decía que iban vestidos al estilo de la época de Pepe-Hillo y que en la lidia fueron asesorados por “Machaquito” y “Mazzantinito”. Y es que el mejor remedio para la ignorancia es la lectura.    

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