lunes, 23 de junio de 2014

Corpus en Toledo, ramadán en Granada / Por Pedro Javier Cáceres


Faenón antológico de Enrique Ponce en Toledo

"...Enrique Ponce dictó una nueva lección de Tauromaquia sobre el fundamento de la naturalidad para trufarla de capacidad, conocimientos y sublimar el gusto y la elegancia; aparenta ausencia de sufrimiento por fácil y, al contrario, proyectar gozo creativo sin vender mayor dificultad..."

Corpus en Toledo, ramadán en Granada 

  • José Tomás no defraudó a su fanática, exclusivista e itinerante feligresía (una “intifada” taurina) ni dejó indiferente al resto de los mortales con su quietud, su empaque, su expresión de dios totémico y su abandono, hasta el descuido (tremenda voltereta a fuer de absurda —quizá necesaria, aunque nunca deliberadamente buscada-) para ofrecerse en sacrificio, inmolarse, ante (antes que a) su incondicional pueblo.

Pedro Javier Cáceres22 Jun 2014.- 
Día del Corpus histórico.

El rey Felipe VI hizo un discurso brillantísimo. Un punto obsesivo con el cambio generacional y los nuevos tiempos.

Ponce, Juli y Manzanares, además de Padilla y Javier Conde, fue una embajada al más alto nivel representativa de la Tauromaquia en la proclamación del nuevo Monarca.

Coincidió así pero, como toda la vida, en los tiempos viejos y en estos nuevos que se cantan, los hechos históricos se rematan en fastos taurinos.
Y así fueron los tradicionales en fecha tan señera en Granada y Toledo… en Sevilla también hubo noticia.

Respondiendo, con serena rebeldía, a ese discurso, tendencia de la sociedad, a quitarnos de en medio a aquellos que estamos en plena madurez (o que el toreo discurre por cauces más templados, que no lentos) dos de los más veteranos toreros del escalafón sancionaron —el pasado jueves-, en Granada y en Toledo- la ley contra la prostitución de la coletilla “figura del toreo”; poniendo en valor la condición de tal, incluso el superlativo de “figurón”. Cada uno con sus armas: el poder de convocatoria con la “gamarra”(argot equino) de tres sucesos anunciados, y el toreo de alta escuela tras 25 años, cuyas actuaciones, como la de Toledo, se convierten en sucesos no predeterminados en el conjunto de una temporada completa; año tras año.

José Tomás no defraudó a su fanática, exclusivista e itinerante feligresía (una “intifada” taurina) ni dejó indiferente al resto de los mortales con su quietud, su empaque, su expresión de dios totémico y su abandono, hasta el descuido (tremenda voltereta a fuer de absurda —quizá necesaria, aunque nunca deliberadamente buscada-) para ofrecerse en sacrificio, inmolarse, ante (antes que a) su incondicional pueblo.

Enrique Ponce dictó una nueva lección de Tauromaquia sobre el fundamento de la naturalidad para trufarla de capacidad, conocimientos y sublimar el gusto y la elegancia; aparenta ausencia de sufrimiento por fácil y, al contrario, proyectar gozo creativo sin vender mayor dificultad.

Ellos son, en la penumbra y la claridad, al crepúsculo y al alba, lo opaco y lo transparente, la letra pequeña y el titular, el enigma y lo evidente, la luz que debería alumbrar, desde el clasicismo, la vigencia de un arte único: converger, convivir desde la competencia leal para gloria de La Fiesta.

La misión parece imposible, más a estas alturas de cada carrera y porque la república independiente del tomasismo se empeña, con el permanente ruido de las algaradas, derrocar el silente, por el encanto de la discreción, reinado poncista mediante la confrontación y el descrédito con argumentos de baja estofa.

Si se quiere un cambio, en democracia, que sea por la vía de las urnas; pero las mesas no son Granada ni Toledo, que están bien para hacer campaña: son Madrid, Bilbao, Sevilla.

Tres colegios electorales en los que el maestro valenciano, en el último año, ha renovado candidatura.

¡Un respeto!

Y, si no, pues vivir y dejar vivir.

Un día mi amigo Fernando Esteso me lo dejó muy claro: soy de Ponce, porque tengo libertad intelectual para ser también de los demás.

Me gustó y lo compré.
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