martes, 8 de septiembre de 2015

Panorama de septiembre con Albacete al fondo / Por Paco Delgado.




Pese a tan gran y atractiva oferta de este mes, es Albacete quien emerge majestuosa y esplendente.

Con la llegada de septiembre, al margen del fin de las vacaciones y, este año, del buen tiempo, la temporada taurina enfila su recta final. Siempre se ha dicho y tenido como dogma de fe que agosto es el mes taurino por excelencia. Sin embargo, septiembre -cuyo nombre, que viene de la misma raíz latina de séptimo, se debe a que era el séptimo mes en el calendario romano- supera con creces a agosto en cuanto a número de festejos. El final de las tareas de recolección en el campo hace que sean miles de pueblos y ciudades las que celebren sus fiestas y ferias, teniendo, cómo no -y pese a que de esto no tengan ni idea los nuevos fanáticos de la prohibición y la abolición- al toro, dios de la fertilidad y fecundidad desde su aparición sobre la faz de la tierra, como gran protagonista, no entendiéndose la celebración de esos fastos en casi ninguno de los lugares en que los hay sin la presencia de festejos taurinos.

Muchas son, en efecto, las ferias y corridas que se dan estos días - desde las de la sierra de Madrid hasta, a finales de mes, las de Algemesí, Pozoblanco o San Miguel en Sevilla, pasando, claro, por las castellanas, con Valladolid o Salamanca como grandes hitos, o las de Murcia o Logroño-, pero, pese a tan gran y atractiva oferta, es Albacete quien emerge majestuosa y esplendente.

Desde hace mucho tiempo la gran ciudad manchega se ha distinguido por su gran afición a los toros -a mediados del siglo pasado, y el dato es de Fernando Claramunt, nada menos, el censo de toreros registrados en la provincia era de más de... ¡doscientos!-, lo que hizo que a su plaza se llevase lo mejor del mercado, tanto en cuanto a toreros como a toros, capítulo éste que merece una reflexión aparte puesto que en su plaza se lidian ejemplares de trapío superior a su categoría administrativa -segunda, como capital de provincia-, siendo muchas veces los astados que allí se sueltan bastante más serios que algunos corridos en plazas augustamente de primera.

Es también, y de acuerdo a la relación entre el número de habitantes de la localidad y los festejos que componen su feria, la primera de España y puede que no haya muchas que la superen en el mundo según esta ratio.

Y, puestos a explicar maravillas, pocas ferias y menos plazas pueden presumir del abono de esta feria de la Virgen de los Llanos. Casi cinco mil abonados -en un plaza de apenas diez mil localidades- habla muy bien, primero, de su afición, fiel y consecuente, y, después, de la empresa que la gestiona, que ha sabido -y sabe- dar a su clientela el producto que demanda. También este año se ha huido de frivolidades, ensayos y experimentos y se ha optado por la lógica y el sentido común, componiendo una oferta de lo más interesante -con el único lunar de la ausencia de Ponce, que en un año que celebra sus bodas de plata como matador, y en una plaza en la que tanto ha toreado y tantos triunfos conseguido, debería haber estado de una u otra forma-, en la que aparecen las primeras figuras del escalafón con toreros emergentes que deben ir cogiendo el relevo o justificar las expectativas levantadas en torno suyo, demostrando también reflejos al dar la sustitución del herido Fortes a uno de los grandes destacados de Bilbao, Diego Urdiales. También hay sitio para los diestros locales, dándose oportunidad a tres matadores, tres novilleros y un rejoneador de la tierra. Y en cuanto al ganado, las ganaderías más en forma y de mayor aceptación por la torería deberán, en teoría, dar satisfacción a todos, siendo también de destacar el retorno de los samueles a su plaza.

El mes rojo, como le llaman en los paises de la Europa central porque las hojas se ponen rojas antes de caer en otoño, sigue vestido de luces y Albacete es su estandarte.

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