viernes, 25 de marzo de 2016

O Johan o nada / por Juan Manuel Rodríguez



"...Johan Cruyff, uno de los cuatro apóstoles, ha muerto hoy. El eco de su inspiración como jugador llega hasta nuestros días y es impensable que no perdure en el tiempo mucho más allá de su muerte, conocida este Jueves Santo, e incluso de la nuestra propia..."

  • Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona han sido los cuatro apóstoles de ese moderno idioma universal que hace algún tiempo convinimos entre todos en denominar como fútbol.

O Johan o nada

Jueves, 24 de Marzo de 2016
Desde que tengo memoria, Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona han sido los cuatro apóstoles de ese moderno idioma universal que hace algún tiempo convinimos entre todos en denominar como fútbol. En este caso, el orden de los factores nunca alteró el brillante producto final, que no era otro que el milagro de la inspiración entre el ruido de miles, de cientos de miles, de millones de gargantas; salvo en rarísimas ocasiones, la elevación se debe a la soledad, así que otro de los indudables méritos del genio del fútbol consiste en desarrollar su actividad creadora en estadios repletos de aficionados que rugen sus nombres... para bien o para mal. Habitualmente se les coloca así, primero Alfredo, luego Edson, después Johan y más tarde Diego, pero lo hacemos por una simple cuestión cronológica; también podríamos recitarlos en el orden inverso y no pasaría nada y todos tendríamos claro a qué nos estamos refiriendo: Maradona, Cruyff, Pelé y Di Stéfano, ya está. La libertad es, en el arte, la inspiración, y más allá de la pasión del fútbol, por encima de los colores que todo lo nublan, al referirnos a estas cuatro arrolladoras personalidades lo estamos haciendo en realidad a cuatro hombres libres que trazaron su genialidad inspirados por un balón, convertido éste en el pincel del pintor, el cincel del escultor, la máquina de escribir del escritor... Por supuesto que su mérito no consistió en jugar muy bien al fútbol ni tampoco en marcar muchos goles; su mérito consistió en demostrarnos a todos que al fin y al cabo, en el fondo, podíamos ser mejores.

Johan Cruyff, uno de los cuatro apóstoles, ha muerto hoy. El eco de su inspiración como jugador llega hasta nuestros días y es impensable que no perdure en el tiempo mucho más allá de su muerte, conocida este Jueves Santo, e incluso de la nuestra propia. Apóstol como Alfredo, Edson y Diego, Johan fue sin embargo diferente al resto. Inspirado, sí, por supuesto, fino, elegante pero también muy físico y explosivo, Cruyff materializó sobre el campo la vieja idea de Gusztav Sebes, perfeccionada más tarde por Rinus Michels, según la cual las posiciones de los futbolistas eran perfectamente intercambiables y ninguno de ellos debía encariñarse demasiado con una zona concreta del campo, el famoso fútbol total, la conocida Naranja Mecánica. Así, del mismo modo que los Detroit Red Wings de Fetisov bailaban sobre el hielo, los jugadores del Ajax de Cruyff aparecían y desaparecían en oleadas sobre el césped, se emboscaban y, en definitiva, nos sorprendían a todos, y por supuesto también al rival, irrumpiendo de nuevo y convirtiendo el terreno de juego en algo muy parecido a un tablero móvil de ajedrez.

Aquel Ajax extraordinario del cual se nutrió la selección de Holanda, el de los Krol, Haan o Neeskens, que también recalaría en el Barça, no habría traspasado fronteras sin la imaginación portentosa, la calidad y el físico de un futbolista total, líder de una generación inusual, genial y poderosa. A Cruyff no hay que leerle, a Cruyff hay que verle. Hay que ver cómo jugaba Cruyff al fútbol, cómo lo hizo en el Ajax y luego en el Barça, del mismo modo que uno se acerca a una obra de arte, al David de Miguel Ángel o a la Novena Sinfonía de Beethoven. La suya fue la oda al fútbol de un hombre irrepetible capaz de hacernos felices con un balón entre los pies, aunque fuera su cabeza la que lo ideara todo. Me imagino a los futbolistas de aquel Ajax o de aquel Barça repitiendo al unísono lo mismo que sus soldados le dijeron a César antes de cruzar el Rubicón: "O César o nada, o Johan o nada". Su fútbol, decía, perdura hasta nuestros días. Su idea del fútbol vivirá para siempre y, así, Hendrik Johannes Cruijff, el Flaco, el Tulipán de Oro, no morirá nunca del todo. El mejor homenaje a Cruyff, el único posible, consiste por lo tanto en seguir viéndole jugar porque, así, como sugirió Rubén Darío, aventaremos en realidad la llama de nuestra propia vida. Descanse en paz.

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