martes, 20 de diciembre de 2016

Quito: La saeta de las letras y poesía Manolo Franco, partió a componer en el cielo / por Manolo Espinosa “El Ciclón”


Feria de Jesús del Gran Poder, de Quito
Fotografía: La Loma

La saeta de las letras y poesía Manolo Franco, 
partió a componer en el cielo.

Manolo Espinosa “El Ciclón”
“Puede morir la materia, pero jamás los pensamientos y menos los sentimientos, que se atesoran en el cubículo de bienes ofrendados a la humanidad”. Los grandes hombres como los pequeños, tienen la consigna ineludible de partir, desarraigarse de este mundo y marchar a lo que llamamos la eternidad, cada quien por su propia senda, cada quien con su propio equipaje; aquel que construyó su obra mientras transitó por este mundo dejará herencia para la posteridad, no así el que pasó desapercibido y vivió aletargado; terminará envuelto en un vacío que será su mortaja y sin un solo recuerdo que se inscriba en su lápida, mirará con tristeza su pobreza que cosechó en vida.

Remecidos los caminantes con paso lento, ensimismados y silenciosos, se deslizan taciturnos y sin rumbo, evocando pasajes fecundos de uno de los grandes de la familia taurina, de uno que conjugó las letras en periodismo y crónicas versátiles, que dieron brillo a las páginas de los impresos nacionales, programas radiales y televisivos; sus poemas que fueron acariciados por espíritus sensibles en el mundo de los toros y su pasión por el cante, el flamenco, que alegro en las reuniones de amigos y círculos sociales entronizados en la cultura de la capital, el Doctor Manuel Antonio Franco Pérez, guayaquileño de nacimiento pero un quiteño hasta la médula.

Para amanecer domingo recibió una inesperada visita, aquella que no queremos ni ver, aquella que desconsuela y aterra a muchos, que con cierto tino tocó la puerta del amigo, del conocedor de la fiesta que la vivió intensamente, porque sabía que las experiencias hay que vivirlas así para la realización del hombre y el fue un mortal realizado ese fue su orgullo. No rehuyó la visita, al contrario la recibió con su habitual elegancia y como lo hacen los valientes dando el pecho y mirándole al rostro la enfrentó con dignidad, e hilvanando algunos pases, de esos con arte y fuego que solía ejecutar con su inteligencia, vibrante verbo y alegría frente a los contertulios, remató la suerte con garbo y subió a la suntuosa calesa de capa negra que afuera lo esperaba inquieta.

¡Se ha marchado Manolo! grita la gente, que con agitados movimientos comparte entre los presentes el infausto acontecimiento. Se ha ido, pero lo ha hecho dejándonos patrimonio, grandes recuerdos, lecciones, paradigmas y un brillante pensamiento, para que lo ensayemos mientras dure nuestra estadía en este mundo lleno de prisas, hasta vernos nuevamente en el ocaso.

Se abre calle de honor y un ejército de ángeles saluda a quien asciende por escalera de nácar, colocada para el que cumplió con responsabilidad su misión, la de unir con lenguaje humanístico y sones artísticos, argumentos convincentes que llegan al alma y dirigidos a aquellos que divagaban desorientados sin encontrar puerto seguro. Lagrimas brotan a raudales de entre el público, lágrimas de tristeza y sabor amargo, que no gustó al viajante, que desde lontananza agitando su mano, se despide con amplia sonrisa expresión del corazón que brota con sutileza, para calmar el dolor de quienes sienten su partida. Mientras en el inicio de la escalinata, palmeros y cantaores con ecos de sevillanas, entre sonidos de cascabeles y ágiles castañuelas, como hurtándole un pase a “El toro del Alba” dejan escuchar un lastimero adiós que se desgrana ininterrumpido, cual notas de un jilgero que inicia el día con un saludo campero. ¡¡ Hasta pronto maestro!!.


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