sábado, 11 de marzo de 2017

11-M: Muerte, realidad y ficción / por Javier Somalo / LD




La operación de borrado en la mentes de nuestros políticos ha sido rotunda. ¿Que les ha parecido el documental de Cyriye Martin? No lo han visto.

Muerte, realidad y ficción


¿Qué tiene el 11-M que pueda interesar a un cineasta francés y no interesar en absoluto a cuatro partidos políticos españoles, dos de los cuales estuvieron en el Gobierno durante la masacre y el juicio? Resulta inquietante.

Es cierto que Cyrille Martin realiza el documental El nuevo Dreyfus en torno a Jamal Zougam, único preso por el ataque terrorista, con la pretensión de documentar la presunta islamofobia que hubiera detrás de su encarcelamiento. Pero lo cierto es que, desde Francia, recorre un camino que en España ya sólo interesa a unos pocos mostrando las innumerables y profundas lagunas del más dramático atentado de nuestra historia.

Trece años después de la masacre, Libertad Digital ha preguntado a los cuatro principales partidos del arco parlamentario español: PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos y también a jueces y fiscales. Prácticamente no queda nadie de los de entonces y los últimos en salir pertenecían a las cloacas y nos han dejado como despedida otro charco hediondo. El caso es que la operación de borrado en las mentes de nuestros políticos ha sido rotunda. ¿Qué les ha parecido el documental de Cyrille Martin? No lo han visto. No comentan vídeos de ninguna clase. Es cosa juzgada. Como mucho, alguno lo considera "interesante".

Las fosas de la guerra civil merecen Ley y Memoria, investigación y exhumación; los trenes desguazados pasaron por los hornos de fundición cuando aún había cadáveres anónimos y hoy son lavadoras, lavaplatos, carrocerías de coche… Qué bien se nos da reciclar en España, convertir una cosa en otra haciéndola desaparecer, en una especie de cadena eterna más parecida al tormento de Sísifo que a un "ciclo sostenible". No me sorprende el silencio de PP y PSOE pues estaban allí el día de autos y sospecho que es su única salida. Tampoco el de los jueces y fiscales, pues ya algunos dejaron claro entonces que no todos los crímenes requieren de los elementos básicos para su investigación y condena, a saber: autor, escenario y arma homicida. En cuanto a Podemos, uno de los frutos de aquel cambio de Régimen, sólo recuerdo que su silencio –dicen que no han visto el vídeo de Martin– contrasta con los gritos de "¡Quién ha sido!" frente a la sede del PP en Madrid. Lo que no me explico es que Ciudadanos también se normalice en esta cuestión. Quizá los pactos coyunturales llevan, sin que uno se dé cuenta, a los estructurales. Ingenua decepción.

Esta semana en el programa de Federico Jiménez Losantos en esRadio, la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, hizo honor al título de su cargo convirtiéndolo en algo útil al denunciar, entre otras muchas cosas, el olvido del terrorismo etarra en los libros de texto escolares. Pero, si ni eso hemos conseguido, ¿qué dirán esos manuales sobre el 11-M? Probablemente no se considere parte de la Historia de España. Las acciones –y omisiones– ya tienen consecuencias: en el décimo aniversario de los atentados de Madrid, Libertad Digital preguntó a jóvenes sobre la masacre. Lo grave fue –y es– que no había olvido sino puro desconocimiento.

Sigo preguntándome pues, qué puede interesar más a un cineasta francés que a un político español y me viene a la memoria el atentado de Omagh, en 1998: treinta muertos y centenares de heridos por el estallido de un coche bomba en la ciudad norirlandesa.

El llamado IRA-Auténtico asumió la autoría pero reconoció que le sorprendieron los efectos, pues no habían calculado tal matanza. Evidentemente, el terrorista es terrorista y nada más, no cabe medida de su crueldad, pero la duda de la banda y lo irregular del proceso judicial tuvieron efectos similares a los del 11-M entre las víctimas: un cierre en falso. Sin entrar en demasiados detalles, algunas crónicas del momento, como la de El País o El Mundo, así como una más reciente recopilación en Libertad Digital dan una idea de las irregularidades en la investigación de un gran atentado, siete años antes de nuestro 11-M.

Ahí queda otra película documental, titulada Omagh como denuncia. Fue un éxito de crítica cinematográfica en todos los diarios nacionales españoles.

Movistar TV está emitiendo actualmente Muerte en León, sobre el asesinato, el 12 de mayo de 2014, de Isabel Carrasco, política del PP y presidenta de la Diputación de León en el momento de su muerte. En esta ocasión el director de la miniserie es un británico, Justin Webster, y plantea una larga lista de dudas en torno a la investigación. Son dudas que cumplen todos los requisitos de una prueba que ni siquiera han llegado a incorporarse al sumario. Sí, también nos suena. Bien es verdad que Webster es autor de un libro, Conexión Madrid, en el que la versión oficial del 11-M queda perfectamente consolidada en torno a los personajes de El Chino y El Tunecino y la presunta radicalización islamista que les llevó al crimen. Ese árbol no me impedirá ver el bosque, como en el caso de Cyrill Martin y la islamofobia. Lo que parece claro, en cualquier caso, es que España es un terreno fértil para el cine documental extranjero. Las "cosas juzgadas" en falso es lo que tienen, que permiten mezclar ficción y realidad –por muy documental que sea, el ciudadano siempre interpretará que está viendo una película– y llevar a la pantalla episodios como el 23-F, del que se han hecho hasta parodias cómicas de la mano de Jordi Évole, los GAL o el 11-M para que luego los políticos puedan decir que no opinan "sobre vídeos de ninguna clase" o, sencillamente, que no lo han visto.

Hace muchos años que el 11-M se asume como una Red de Mentiras, película de Ridley Scott donde, por cierto, encontramos un supuesto plausible –ficción, claro– sobre lo que pudo ocurrir en el piso de la calle Carmen Martín Gaite de Leganés donde dicen que se inmolaron los autores materiales del 11-M –vecinos de pared de un policía español– tras un tiroteo con los GEO que no dejó un solo casquillo y la única mancha de un borbotón de sangre de Javier Torronteras. El policía murió en la operación y fue la única víctima "enemiga" de una inmolación colectiva que bien podría haber provocado una masacre en los trenes sin necesidad de mochilas viajeras, ni de teléfonos con tarjeta, ni de espaciosas Kangoos, ni de sublimados Skodas, ni de chamizos en Moratas, ni de Gomas 2-ECO, ni nada de nada. Las estaciones de cercanías de RENFE no son precisamente el aeropuerto JFK en cuanto a medidas de seguridad. Ese atentado sería inequívocamente yihadista y de los más rentables para su causa. Por cierto, ¿qué creen que sucedería si preguntáramos a los políticos, jueces o estudiantes de hoy sobre el hecho de que el cuerpo de Torronteras fuera profanado poco después en su tumba –que ni siquiera estaba identificada– sin dejar una sola huella pese a la manipulación que supuso intentar robar el cuerpo alzándolo por una tapia y, al fracasar en la operación, tratar de calcinarlo y terminar por machacarlo con un pico? Nos dirían que fue una venganza islamista –ya lo dijeron– aunque quedara demostrado que jamás se haya producido episodio similar, aunque carezca por completo de sentido si no se buscaba sencillamente borrar dramáticamente una prueba más. Y, ¿qué dirían si les recordáramos que el caso en cuestión está cerrado por un Juzgado de Plaza de Castilla por falta de autor material? ¿Habrá que esperar a una película? El guion de la ficción se me ocurre; el de la realidad me da pavor.

Después de Omagh, de El nuevo Dreyfus y hasta de Muerte en León sólo podemos formularnos más y más preguntas. Si recopiláramos las que nos hemos hecho en LD sobre el 11-M en estos trece años superaríamos con creces el millar. Pero, claro, no las hemos formulado todas. El análisis sobre "el pre y el post 11-M" llenó páginas aquel foro con el que Luis del Pino empezó a compartir con los lectores informes y pesquisas sobre el atentado; muchas de aquellas disquisiciones cobran un enorme interés en perspectiva. Como ya he dicho –quizá hasta aburrir– alguien consiguió que todo condujera a ETA antes del atentado y que todo condujera al islamismo inmediatamente después del golpe. Tres días sería el tiempo justo. Después, el necesario silencio haría el resto de forma espontánea.

Si, de alguna manera –permítanme la ficción–, unos y otros supieran que el 11 de marzo de 2004 se produciría un episodio terrorista en Madrid a tres días de unas elecciones generales, y si ese mismo 11 de marzo, al conocerse la tragedia, todos ellos lamentaron una masacre que no entraba en ninguno de los planes, lo único que cabría después es un silencio generalizado. Pero no un silencio pactado. Un silencio culpable y ecuménico, garantía absoluta de impermeabilidad, un silencio como el que, trece años después, siguen guardando a preguntas de Libertad Digital.

Parece lógico que sólo unos Servicios de Inteligencia serían capaces de un guion así, un guion de la realidad, mucho más complejo que los de ficción, capaz de sacar provecho a planes imperfectos, a múltiples rumores previos al atentado, a simples faroles o tramas de cartón piedra para asestar un golpe letal delante de sus narices. Si fuera así, quedaría contestado porque un anarquista francés está más interesado en el 11-M que un político español. Quizá la deriva de la realidad a la ficción permita decir o ver cosas que hace pocos años eran impensables. Un año más –y van trece– España olvida su trágica realidad, enterrada por una perversa ficción.

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