sábado, 18 de marzo de 2017

7ª de Fallas en Valencia. Roca Rey continúa revolucionando el toreo y alborotando el gallinero / por J.A. del Moral


La inventiva constante de Andrés Roca Rey, su siempre sorprendente originalidad, sus improvisaciones ante cualquier avatar que le presenten los toros, soportadas en su descomunal valor, son la razón de sus repetidos éxitos.


Roca Rey continúa revolucionando el toreo 
y alborotando el gallinero

J.A. del Moral · 18/03/2017
Vestido de grana y oro y siempre valentísimo, anduvo por lo clásico y por encima de su medio potable primer toro en la terciada, blanda y descastada corrida de Núñez del Cuvillo y sensacional con el capote además de prestidigitador con el pronto parado sexto, inventándose una faena inverosímil. Ambas actuaciones calaron muchísimo en los tendidos – llena la plaza hasta los topes – , volcados con el peruano que cortó una oreja de cada toro y salió a hombros. Otra cortó El Fandi (azul y oro) del cuarto de la tarde que fue muy noble y el que más duró de la corrida, aguantando el abundante derroche en los tres tercios del granadino en su mejor versión, superando con mucho lo que hizo sin apenas brillo frente al mediocre toro que abrió plaza. Con la suerte de espaldas, José María Manzanares (corinto y oro) se llevó lo peor del envío, incluido el horriblemente hecho sobrero de Victoriano del Río que reemplazó al devuelto quinto por derrengado. El alicantino apenas logró empacar unos cuantos muletazos aislados de su especial factura en sus dos infructuosos trasteos.


La inventiva constante de Andrés Roca Rey, su siempre sorprendente originalidad, sus improvisaciones ante cualquier avatar que le presenten los toros, soportadas en su descomunal valor, son la razón de sus repetidos éxitos. El de ayer en Valencia supuso un golpe de mano incuestionable en la amplia mesa del toreo que aquí abre la gran temporada en España. Ya la había arrancado en Olivenza y en Andújar sufriendo uno de sus habituales percances que en esta ocasión no fue a mayores como bien pudimos comprobar ayer, viéndole más fresco que una lechuga durante sus dos intervenciones a cada cual más meritorias. Y si a todo esto añadimos la natural inteligencia que le permite aprovechar cualquier resquicio para solucionar cada problema, tenemos que reconocer que nos hallamos ante un caso torero fuera del cualquier serie.


En el tercer toro, que fue su primero, muy suelto en su salida, se marcó unas dibujadas chicuelinas que obraron el milagro de imantar al animal, por cierto el más enterizo de la primera mitad del festejo. Su réplica por gaoneras al quite de El Fandi por navarras, mostró su indeclinable afán competitivo que no deja pasar ni una. Y la faena de menor a mayor intensidad muletera pese a lo que fue apagándose el toro hasta quedar casi parado, la solucionó con firmísima quietud y cercanía tras cambiar de terrenos al toro porque donde arrancó su labor con ayudados por alto a pies juntos y un ramillete de aislados redondos no hicieron prever que lo mejor llegaría al final por naturales y circulares invertidos en un limpio arrimón que cerró con manoletinas y una contundente estocada hasta las cintas. Cayó la primera oreja.

Se superó a sí mismo en el sexto con un despliegue capotero que empezó con su saludo a una mano, continuó por verónicas y delantales, siguió con un vistoso galleo para llevarlo al caballo y, una vez cubierta la esta vez innecesaria intervención del varilaguero porque el toro no habría valido para nada, un quite por gaoneras altas que cerró con tres lances a una mano a modo de naturales y el de pecho que pusieron la plaza boca abajo. Y así siguió en la faena, ajustadísimos todos los muletazos hasta apurar los terrenos al máximo por lo mucho que tardeó el animal, lo que le costó un desarme que a nadie importó porque lo que con lo ya hecho había armado la tremolina en los tendidos en tamaña medida que a nadie importó que pinchara antes de agarrar la estocada definitiva. Y que, con otra oreja, sumó dos para que pudiera salir a hombros en medio del clamor de la plaza y el postrer callejero que rodeaba masivamente los aledaños del coso para no perder la escena del triunfo. Convengamos que no es nada fácil formar este lio tan grande pese al mediocre juego del ganado.


De tal mediocridad solo se salvó el cuarto toro por ser el más duradero en fortaleza y en claridad, gracias a los cual pudo mostrarse El Fandi en la totalidad de sus intervenciones con su templado capote, con las banderillas en las que se ofreció más certero que en el primer toro y en una faena de largo metraje porque el granadino tampoco es de los que dejan nada en el tintero hasta hacer sonar un aviso antes de que agarrara un eficaz estoconazo, todo ello premiado con una oreja que fue la segunda de la tarde.

A José María Manzanares le tocó bailar con la más fea con toros inviables por su nula fuerza y nula raza. La gente quería verle y aguantó hasta desesperar en el que hizo quinto, tan flojo que tuvo que ser devuelto a los corrales incluso después de ser picado por las crecientes protestas para que el palco ordenara el cambio en la ansiada espera de que con el sobrero pudiéramos ver en sazón al joven maestro alicantino. Pero el sustituto fue el peor de todos. Un toro de Victoriano del Río, tan alto de agujas y tan ensillado que pareció una jirafa. El picador se excedió en el castigo por ver si humillaba el monstruoso animal, lo que no sirvió de nada porque Manzanares apenas pudo apuntar algunos, muy pocos y aislados muletazos de su más bella cosecha. Pinchó antes de agarrar la estocada como ya había sucedido en su primer oponente, otro de los más débiles del envío. Una pena.

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