lunes, 27 de marzo de 2017

Primera de Plaza 1. Cada Mochuelo (de la Cifu) en su olivo (con Manolo Cortés en el recuerdo) / por José Ramón Márquez


Primer paseíllo

Primer toro

La Bandera así desde hace una semana

Rust never sleeps-el orín nunca duerme


La corrida que ha salido en Madrid ha traído justamente lo que el toro tiene que traer a Madrid para que el triunfo sea de relevancia: buena presencia, casta, embestida vibrante, no perdonar los fallos, cumplir en varas… ¿qué más se puede pedir? De los seis de esta tarde, cuatro tenían más presencia que lo que se ha visto en Fallas como corrida de toros y los dos más terciados, los más “anovillados” en una novillada, han tenido trapío y además un aire y una chispa de gran interés


Cada Mochuelo (de la Cifu) en su olivo 
(con Manolo Cortés en el recuerdo)


La primera de Plaza 1, 26 de marzo de 2017, y todo es lo mismo, invariablemente igual. La Plaza llena de suciedad, los chafarrinones en las paredes, la mancha de humedad gigantesca junto a la puerta del tendido alto del 9, el ascensor averiado, las barandillas atacadas por el orín, la bandera enrollada en el mástil desde hace lo menos siete días, las tiras en el techo de la andanada, ahí está la misma incuria de siempre, la misma de los Toresma, la misma de los Lozano… con Plaza 1 o con Plaza 101, con el Mochuelo de la Cifu o con el sursuncorda, la Plaza, como la vida, sigue igual.

Hoy 8.294 espectadores se pusieron en pie para rendir un merecido homenaje póstumo a Manolo Cortés, y uno, el que hace 8.295, en la delantera de la andanada, no tuvo a bien levantarse en respeto al torero de Gines, fallecido ayer mismo; lo mismo el prenda ni sabía quién fue ese personalísimo torero que pisó hace ya veinte años por última vez la arena de Las Ventas, donde dejó la indeleble huella de su arte y de su sangre.

Para la primera de Plaza 1 anunciaron una novillada de Fuente Ymbro, los toros de don Ricardo Gallardo, el antiguo vendedor de cocinas que buscó en Borja Domecq el apoyo y el know how. Tengo para mí la pena mora -pena islamista- de no haber visto al toro Agitador, que tanto hizo hablar a la afición y que ha sido cantado como el epítome de la bravura ymbresca; a cambio tengo vistas unas cuantas arrobas de corridas de los pupilos de don Gallardo en las que prevalece generalmente la decepción sobre la admiración. El año pasado, sin ir más lejos, pasó la divisa verde por Las Ventas de Taurodelta con más pena y desplome que gloria ganadera, lo mismo en el Isidro que en el Otoño; y mira tú que en el año diecisiete, veinte años ya dela última vez que vimos a Manolo Cortés, se trae a Madrid el señor Gallardo una corrida como para ponerle un piso. Después del ayuno de la invernada, encontrarnos con seis novillos como los que hoy han salido en Madrid es como un sueño, porque la verdad sea dicha, no se esperaba gran cosa de los Ymbro de San José del Valle. La corrida que ha salido en Madrid ha traído justamente lo que el toro tiene que traer a Madrid para que el triunfo sea de relevancia: buena presencia, casta, embestida vibrante, no perdonar los fallos, cumplir en varas… ¿qué más se puede pedir? De los seis de esta tarde, cuatro tenían más presencia que lo que se ha visto en Fallas como corrida de toros y los dos más terciados, los más “anovillados” en una novillada, han tenido trapío y además un aire y una chispa de gran interés. Hoy, una vez más, quien se haya dedicado a mirar el toro no habrá podido aburrirse porque el juego que han dado, lejos de la estúpida y bovina sumisión del ganado de tantas tardes, ha favorecido una entretenida tarde de toros. Así es esto: íbamos a la Plaza jurando en arameo a causa del ganado y salimos de ella encantados con el juego y la presentación de la novillada. 

Y al margen de esto diremos de don Gallardo, que se compró los jandillas con los que creó Fuente Ymbro en 1996, un año antes de la última vez que Manolo Cortés estuvo con Palhas en Las Ventas, por lo que acaso ya vaya siendo hora de que en el haber de los Ymbro deba pesar o la sabiduría de don Borja o la de don Ricardo para, desde el deplorable fango del monoencaste del cual partió todo, ser capaces de sacar una corrida tan interesante como la de hoy. A ver si va a resultar que lo que importa de verdad es la selección, más que el encaste.

En el cartel de esta corrida primaveral, Pablo Aguado, Leo Valadez, de Aguascalientes, Méjico, nuevo en esta Plaza, y Diego Carretero.

El único de los Fuente Ymbro que toreó Pablo Aguado, Laminado número 142, cantó desde la salida sus dones, de los que su afición al viaje largo y su condición repetidora eran acaso los más señaladas. Aguado le quiso dar fiesta y el animal galopó con ilusión hacia la muleta distante que se le propuso, encontrando una y otra vez la falta de toreo que se le ofrecía, si es que toreo es parar, templar y mandar, recibiendo a cambio de la franqueza de su galope y de la sinceridad de su embestida una serie de mantazos, telonazos y enganchones, que no hicieron cambiar al Ymbro en sus inclinaciones. Faena sin concepto alguno y decididamente a menos se vio abruptamente interrumpida cuando el novillo le hizo hilo al torero, que le había perdido la cara, propinándole un fortísimo porrazo de resultas del cual el muchacho quedó tirado en el suelo conmocionado para recordarnos, breve y escalofriantemente, el “Torero muerto” (“L'Homme mort”) de Dégas. Retirado el novillero a la enfermería, fue Leo Valadez quien se ocupó de despachar al animal, cosa que hizo con una estocada desprendida muy eficaz. Desde ahí la tarde quedó ya como mano a mano entre Valadez y Carretero.

En el segundo de la tarde, Leo Valadez dejó como tarjeta de presentación un insustancial trasteo basado en una antiestética contorsión del cuerpo, a medio camino entre El Juli y el mayor de los Adame en feliz hallazgo del aficionado R., en el que, por resaltar algo positivo, pondremos la planta de torero del mejicano y un espléndido pase de trinchera lento y mandón. Mal con los aceros. El otro que mató fue el que hacía cuarto, Vinazo, número 91, que fue corrido en quinto lugar. En ese toro, acaso ayudado por las plegarias de un Reverendo Padre que entiende y ayuda en el desarrollo del mejicano como torero en ciernes, el hidrocálido quiso presentar otra cara, con el quite ése que hace el Julián de San Blas (¿se llama lopecina o me lo he inventado yo?) y luego principiando su trasteo de rodillas, muy en novillero, menos convulso en la forma de ejecutar las suertes y sacando una serie de naturales despegadillos, pero de buena factura, amparados en la generosidad del novillo y reconocidos con esplendidez por la parroquia. En éste también volvió a encenagarse con el acero. Se le puede volver a ver a Valadez, a ver si las ayudas del clérigo se centran en acercarle algo más a la trinidad del toreo: parar, templar, mandar.

Y luego Carretero, que se despachó al tercero, al quinto y al sexto. Cuando nació Carretero faltaba apenas un mes para que Manolo Cortés hiciese su postrero paseíllo en Madrid para acabar matando un sobrero de Peñajara, su último toro. Estos toreros nunca habrán oído hablar de Cortés y, a buen seguro nunca habrán visto a nadie mecer el capote con la humildad, la naturalidad y la clase del viejo torero; sus referencias para el capote estarán, sin duda, en ese rococó afectado que ahora se toma como buen capoteo y en cuanto a la muleta, lo mismo. 
Carretero ha presentado en los tres novillos la misma cara, exactamente: la de un muchacho que no ofrece un concepto de lidia, reducida ésta a una mera sucesión de pases en los que si consigue que el toro se mantenga en movimiento se obtiene la gratificante ovación de los públicos a los que se ha convencido de que eso es el toreo. Si además hay un percance -sin consecuencias, por fortuna- y lo hubo en el sexto, la oreja ya va de suyo, y como el hombre degolló al toro, cosa que a nadie importa, y el Ymbro cayó, el repliegue cutáneo sostenido por una lámina cartilaginosa al que denominamos “oreja” pasó de estar adherida a la sien de “Pintora” (sic), número 93, a la mano del de Hellín.

Luego, de manera harto exagerada, hubo aficionados jóvenes e impulsivos que demandaron la vuelta al ruedo a “Pintora”, aunque más bien se entiende que lo que ellos querían era significar lo que les había gustado la novillada y de esa manera exagerada animaban a Plaza 1 a que siga trayendo muchas más de este jaez. Saludó el mayoral, y en eso sí estamos de acuerdo.

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