viernes, 22 de diciembre de 2017

Otro pasito hacia el desastre, nueva / por Paco Delgado



Cuando estas letras salgan a la luz ya se habrán celebrado las elecciones catalanas, un nuevo episodio de este esperpento que no tiene visos de que acabe (y menos felizmente…) y que está costando miles de millones a los españoles, incluídos, naturalmente, los catalanes. Y a pesar de estar ya en Navidad, no puedo por menos que sentirme muy, muy pesimista…

Otro pasito hacia el desastre

Cuando estas letras salgan a la luz ya se habrán celebrado las elecciones catalanas, un nuevo episodio de este esperpento que no tiene visos de que acabe (y menos felizmente…) y que está costando miles de millones a los españoles, incluídos, naturalmente, los catalanes. Y a pesar de estar ya en Navidad, no puedo por menos que sentirme muy, muy pesimista…

La cosa arranca en el siglo XVIII -con la Guerra de Sucesión, en la que la nobleza y aristocracia catalanas toman partido por el bando equivocado- y adquiere fuerza a finales del XIX y principios del XX, cuando España pierde sus colonias y con ellas los ricos empresarios catalanes ven mermadas sus fortunas, pidiendo -y logrando- compensación y prebendas a un gobierno inútil que se descosía por todas sus costuras y que, tras la Transición, y aprovechando el momento de ingenuidad democrática de aquellos años, consigue que un nacionalista que no cree en el Estado de las autonomías llamado Jordi Pujol accediese a Presidente de la Generalitat y sólo utilizase el Estatuto para construir una nación que debía acabar siendo un Estado, aprovechando el café para todos para hacerse con el control de, entre otras cosas, la Educación de millones de catalanes a los que miente descaradamete y enseña una historia inventada con la que tapa sus propios chanchullos y que desemboca en el descontrol y pantomima actual, logrando no sólo fracturar la sociedad catalana sino enfrentar a una buena parte de ella a España, a la que culpan de unos supuestos males y un expolio del que, para hacerlo corto, él -y sus sucesores, acólitos y secuaces- es uno de los principales responsables.

Bueno, pues con todo, los partidos políticos -ese otro gran monstruo que la democracia, especialmente la nuestra, ha creado y engordado hasta límites que ya son muy peligrosos pero que parece que nadie puede ya controlar-, buscando apoyos y ventajas que, como en el pasado, les beneficien en el futuro, en vez de atajar el mal de raíz y de una vez por todas, se dedican a poner paños calientes y arreglos de tente mientras cobre, dejando que la bola siga creciendo y dando otro pasito no tan pequeño hacia el desastre.

Un desastre que, en el aspecto taurino, se consumó hace unos años, cuando se sacrificó vilmente una tradición ancestral en aras de un beneficio político y sin que nadie haya mostrado interés después en solucionarlo. Y si la democracia, tal como se nos ha dado entenderla a la moderna, tiene su más alta consumación a la hora de votar para elegir a nuestros ¿representantes? es en ese momento y acción cuando hay que ver a quién y en quién nos interesa dar y depositar nuestra confianza.

No es, sin embargo, fácil encontrar a ese quien. A la hora de defender la cultura del toro, el espectáculo taurino o la fiesta nacional -sí, la fiesta nacional-, si se estudia con un poco de detenimiento y atención el asunto, vemos con tristeza y desesperación que no hay en nuestro espectro político quien se tome la molestia de la defensa del tema toros. Con seriedad y de verdad, nadie, aunque algunos levanten la mano y digan yo hice esto o lo otro… Nadie. La izquierda radical, desde luego, es enemiga mortal de la tauromaquia, por ignorancia, inquina, rencor o vaya usted a saber porqué, la cosa es que mentarle los toros es como un insulto. El PSOE se ha mostrado como un experto intrigante que ahora apoya y luego no; aquí sí pero allí se niega; en este momento me interesa, pero mañana ya veremos, etcétera, etcétera… y los partidos conservadores… bueno, su política en este aspecto ha sido, y es, tan errática y melíflua como en todo lo que tocan, no vayan a molestar.

Pero, no nos engañemos, nadie, tampoco del negocio taurino movió un dedo, ni lo mueve ahora, para, primero, intentar parar aquel golpe ni, luego, poner remedio alguno a un desmán que tampoco parece que tenga ya solución, pese a los esfuerzos y sacrificios de un puñado de aficionados que luchan solos y sin prácticamente medios ni ayuda.

Cataluña, si Dios no lo remedia, que parece que no, se nos va. Como en su momento se nos fue allí la fiesta ¿para no volver? Pues así parece.

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