martes, 28 de julio de 2020

La sucesión IV / por Jaime Alonso


..Y la altura de miras de quienes nos gobiernan buscan lo contrario de Franco: desvertebrar España, una vez destruidas todas las Instituciones que la configuran. ¡Avisados estamos!

La sucesión IV

Jaime Alonso
El Correo de España / Madrid, 25 Julio 2020
A petición y por la curiosidad que todo razonamiento comporta, me formulan una nueva pregunta que implica nuevos artículos sobre las razones por las que un hombre tan excepcional, inteligente y pragmático como Francisco Franco, eligiera a Juan Carlos para sucederle en la Jefatura del Estado, instaurando/restaurando la Monarquía. El hacer la pregunta: ¿Porqué Juan Carlos? implica recordar que la autoridad del poder de Franco era no solo aceptada, sino, además, indiscutida. La predicción de Franco fue razonada y razonable, aunque la extensión de su cumplimiento dependiera de la voluntad del legatario y de innumerables ponderables su permanencia o fracaso.

Franco siempre tuvo clara conciencia del futuro que deseaba para España, sentando las bases, aunque el resultado sea inabarcable para un mañana, en el pasado no escrito. Lo acredita la declaracion, en 1981, de Juan Carlos a la BBC: “Una vez le pregunté [a Franco: “¿Por qué no me explica un poco cómo maneja los asuntos de Estado y cómo se enfrenta a los distintos problemas? “…él me respondió: “No es interesante porque, cuando tengas que hacerlo tú, lo tendrás que hacer de una manera completamente diferente a como yo lo he hecho". Mucha gente dirá que eso no es cierto, pero es verdad que me lo dijo.

Hoy parece ignorarse dos aspectos esenciales del gobierno de Franco. Uno, que su largo gobierno no lo marcó el calendario, sino los siglos de historia en que se basa para no repetir errores. Dos, que su personalidad superior y carismática, razón suprema de todo poder, consistía en que los hombres y la sociedad, estaba segura de conseguir sus fines guiados por él. La victoria en la inevitable guerra civil y su posterior construcción del Estado, así lo atestiguan. El que finalizara su mandato al fallecer, longevo, de muerte natural, así lo refrenda.

Sin embargo, el camino fue largo y difícil. Una guerra durísima y un complejo “mandato comisorio” o “dictadura constituyente”, a la manera romana de Julio César; la creación de un Estado, la Ley de Sucesión del Reino (1947), la proclamación explicita de la Monarquía en la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958), la Ley Orgánica del Estado (1966) y la designación de sucesor (1969) para que, efectivamente, en 1975 funcionasen las instituciones, como se había previsto, y, en 1978, el pueblo refrendase la Restauración, incluida en el bloque constitucional, sin necesidad de referéndum especifico y sin necesidad de que el Rey jurase la Constitución.

Acierta el intelectual más robusto y preclaro de nuestro siglo pasado Gonzalo Fernández de la Mora al afirmar “durante los cuarenta años no existió un pensamiento franquista. Franco fue un fideicomisario o albacea de todas las ideas que se agrupaban en el movimiento nacional. Franco no tuvo una ideología   y el único acto eminentemente franquista, a lo largo de su historia como jefe del Estado, fue la aceptación de la Monarquía para su sucesión y la elección de los Borbones como familia dinástica de España. Tal afirmación no puede hoy sorprender. Ya en 1944, Franco envía a Don Juan de Borbón un telegrama en que le dice literal y terminantemente: “La restauración de la monarquía es nuestro ultimo objetivo”.  .

La figura excepcional de Franco en su “era”, conjuraba en la practica política todas las disidencias, todas las divisiones, todos los recelos. Por ello cargó de legitimidad y autoridad a su sucesor, prefigurándolo como piedra angular del futuro régimen y garantía de estabilidad política, social y económica, en un estado de derecho inexistente hasta su llegada. El régimen de Francisco Franco será ya un jalón imprescindible del acontecer español al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Por ello resulta un oxímoron grotesco, tanto los que se definen como franquistas republicanos, como los que se consideran monárquicos antifranquistas. Ambos contradicen la sensatez de los hechos.

A la muerte de Franco vino la coronación de Juan Carlos, como actos coetáneos y sucesivos de las previsiones legales de sucesión, sin posibilidad de objeción alguna. Ni la monarquía vino como un milagro de Santa Teresa, ni fue el objetivo de los partidos comunista, socialista y demás plataformas unidas en el antifranquismo para conseguir, en la transición, la restauración borbónica, por mucho que se empeñe el imperio mediático de la verdad oficial. La Instauración de la democracia como propagandísticamente se refiere a la constitución de 1978, tampoco lo obtuvo el antifranquismo, o la ruptura de la legalidad preexistente. 

La realidad histórica es lo que se quiere hurtar a los españoles mediante una Ley de Memoria Histórica o Democrática, suprema falacia del totalitarismo frente populista que se ha vuelto a formar en España para dar paso a una entelequia de Republica Federal Asimétrica.

Dado que Franco supuso la transición de la República a la Monarquía, como acertadamente señalara Enrique de Aguinaga, la creada Ley de Memoria Histórica o Democrática representa la ruptura del entramado histórico, jurídico y político para devolvernos a la, ahora idealizada, II República. Por ello resulta una inconcebible y grotesca incoherencia que todo el arco constitucional conservador se hubiera abstenido, cuando no apoyado la referida ley y la profanación de la tumba de Franco. Pronto veremos el resultado que no oculta la inconstitucional ley para la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político de los españoles. También para la Monarquía y la unidad de España.

Ironías o paradojas del destino que cobran actualidad, con semejanzas inconcebibles, en la magnitud espacio temporal que todo lo envuelve. Lo cuenta el monárquico, bandera del antifranquismo una vez muerto Franco, y precursor de esa entelequia llamada “la monarquía de todos”, Luis María Anson. Pagina 352 y sig. de su libro D. Juan. Cena en Villa Giralda, residencia del abuelo del Rey, en Portugal, que sostenía el estado español y que los monárquicos sin pudor llamaban “el exilio”.

1.Juan, según el relato del autor y presente en la mesa, se dirige sereno a los comensales diciendo: “Os he reunido esta noche a vosotros, que tenéis toda mi confianza, para explicaros algo que ya conocéis. El Príncipe ha salido hoy de mi autoridad y ha desobedecido una orden mía. Debo decir que tiene ya 28 años, corría el año 1966, y en muchas cuestiones su criterio no coincide con el que yo tengo. No quiero hacer críticas, como os podéis imaginar. Pero si poner los pies en una nueva realidad que se veía venir desde que se casó y. yo, por complacerle, acepté que se metiera en la Zarzuela. La unidad de la Dinastía, queridos míos, está rota. Y no podemos basarnos en ella. Toda la política que hemos hecho hasta ahora se ha construido sobre la piña formada por mí hijo y por mí. Eso ya no es así. Sería absurdo mantener la ficción y, por tanto, ha llegado el momento de plantearse una nueva política. Os he convocado esta noche porque me gustaría conocer vuestra opinión y vuestras ideas”.

Pemán, lamenta lo ocurrido y está de acuerdo en que es necesario trazar las líneas de una política renovada. Yanguas pide prudencia y cuenta una historia de cuando él fue ministro de Alfonso XIII. Fanjul es más expresivo y cree que al Príncipe le han puesto entre la espada y el Trono. O se aparta de D. Juan o perderá la Corona. Martínez Almeida esta muy brillante y traza una nueva y atractiva política liberal. Los demás callan. Por lo que concluye D. Juan, con sosiego: “debemos estudiar las nuevas líneas políticas de nuestra Causa. Lo que hemos hecho hasta ahora no sirve”.

En ese momento, refiere el autor, un Pedro Sainz Rodríguez, visiblemente alterado, interrumpe al Rey. “Ah, de manera que Vuestra Majestad piensa que es tan alto, tan guapo y tan listo que todo lo sabe y los demás somos unos percebes incapaces de prever las cosas más elementales”. Ante el tono de D. Pedro y la agresividad del gesto y la voz, D. Juan parece crisparse, pero se domina, en medio de la tensión súbita que se ha creado y que estremece el apacible salón de Villa Giralda

Prosigue Sainz Rodríguez “Pues no, no es así. Hay algunos menos listos que Vuestra Majestad que teníamos todo esto previsto desde la entrevista del Azor. Pero ¿qué idea se ha formado Vuestra Majestad de quien es Franco? Pero ¿es que todavía no se ha dado cuenta del personaje que tiene enfrente? Franco manda más y tiene más poder que Felipe II. Franco puede hacer en España lo que le salga de los huevos sin que nadie tenga fuerza para oponerle la menor resistencia. Franco puede proclamar mañana la República, o establecer la Regencia, o poner en marcha la mayor putada que se le pueda ocurrir a Vuestra Majestad. Franco puede hacer Rey a D. Juanito, puede hacer Rey a D. Alfonso Dampierre, puede hacer Rey a Hugo Carlos, puede hacer Rey al fiambre de Carlos VIII, puede hacer Rey a su propio caballo, como si fuera Calígula”. Y al día siguiente, la Prensa unánimemente aplaudiría su decisión y Emilio Romero escribiría en Pueblo “Por fin el caudillo ha tomado la decisión más acertada, por fin ha terminado con la ficción de los Borbones caducos y la Monarquías cortesanas, por fin ha dejado como sucesor al símbolo con el que todos estamos de acuerdo, al símbolo de la guerra, al símbolo de la victoria, al símbolo de la cruzada, al caballo, para que sigamos con el Movimiento como hasta ahora, porque la única sucesión posible del Movimiento Nacional es el propio Movimiento Nacional”.

Y continua la disertación, manteniendo el tono de voz: “Pero ¿qué se ha creído Vuestra Majestad? Pero ¿quién se ha creído Vuestra Majestad que es Vuestra Majestad ante un hombre como Franco”. Vuestra Majestad no tiene ni ha tenido desde la conferencia de Postdam, una sola probabilidad de ser Rey de España. ¿Me ve bien Vuestra Majestad como soy yo, bajo y gordo? ¿Cree Vuestra Majestad que yo podría ganarle un partido de tenis a Manolo Santana? Seguramente no lo cree, ¿verdad? Pues las mismas probabilidades tiene Vuestra Majestad de ganarle a Franco o que Franco le nombre Rey de España.

Y sin embargo yo saldría a la pista a jugar porque una lesión de Santana me haría ganar el partido. Esa es la única probabilidad que ha tenido Vuestra Majestad de ser Rey de España desde 1946: Qué Franco se muera, que tenga un accidente o que lo maten. Si aquella escopeta de la navidad del 61 le llega a explotar en la cara en lugar de en la mano, Vuestra Majestad sería hoy Rey de España. Con Franco hay que jugar a fondo la baza de Juanito, el único anzuelo que puede morder, y luego ya veremos.

Y ya en tono más pausado y bajando la voz, termina: “Ni vamos a cambiar la política monárquica, ni vamos a hacer más sandeces. ¿Acaso piensa Vuestra Majestad que la política en Inglaterra la ha hecho Jorge VI o Isabel II? Pues claro que no. La ha hecho Churchill”. Pues bien, la Monarquía para volver a España, tiene que tener dos caras. Una, la del Príncipe, que sea aceptable para la España franquista. Y otra, en pugna con la primera, la Vuestra Majestad, que sea aceptada por la España no franquista y por el exilio. Lo demás es música celestial.

A estas alturas de la historia sabemos lo que triunfó, como sabemos el incierto futuro que nos aguarda, por los errores propios -la Monarquía- y la derecha cobarde y sin principios; y los aciertos ajenos, los coaligados para subvertir el orden histórico y legitimo. A ello habría que sumar una nueva incertidumbre con notables diferencias. La institución no tiene el prestigio y la reputación que él restaurador le otorgara. Los que instigan la nueva ruptura, lo hacen para derribarla, no para fortalecerla. 

Y la altura de miras de quienes nos gobiernan buscan lo contario de Franco: desvertebrar España, una vez destruidas todas las Instituciones que la configuran. ¡Avisados estamos!

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