lunes, 16 de noviembre de 2020

Plañideras socialistas / por Eduardo García Serrano


 Son las plañideras socialistas: Page, Vara y Lambán, los tres mandarines autonómicos que, como las huríes del harén de la Sublime Puerta, fingen despecho por no haber oído la imperativa voz del Sultán de la Moncloa llamándoles, “¡Fátima, fátima...!”, la noche de la coyunda con los bilduetarras y los hispanicidas del separatismo catalán.

Plañideras socialistas

EDUARDO GARCÍA SERRANO 
El Correo de España - 16 Noviembre 2020
Refunfuñan, hacen pucheritos y mohínes de moderada protesta ante la traición. Pero nada más. Como las locas de Chueca, patalean contrariados porque el gallo del corral ha elegido el tálamo de los brutales machos de Bildu y los ha dejado plantados con su probada experiencia de oferentes lameculos. Son las plañideras socialistas: Page, Vara y Lambán, los tres mandarines autonómicos que, como las huríes del harén de la Sublime Puerta, fingen despecho por no haber oído la imperativa voz del Sultán de la Moncloa llamándoles, “¡Fátima, fátima...!”, la noche de la coyunda con los bilduetarras y los hispanicidas del separatismo catalán.

Duelo impostado y lagrimitas de atrezo. Protesta sin propuesta y llanto sin propósito. Pero nada más. No harán nada, más allá de lo que sus salvoconductos de plañideras asalariadas les permiten fingir. Nada harán ni nada más dirán porque se vive muy bien de ladilla socialista coronada de cacique autonómico, y para arrodillar a Sánchez en Santa Gadea, con su Bellido Dolfos comunista y sus mercenarios bilduetarras cubriéndole la espalda y las nalgas, hay que tener unas gónadas como las del protofascista medieval Ruy Díaz de Vivar. Y lo cierto es que las plañideras socialistas manchega, extremeña y aragonesa, se dejaron las gónadas (si es que alguna vez las tuvieron) en la gatera de la Moncloa cuando acudieron a que el Sultán Sánchez les diera patente de corso para hacer de bufones refunfuñones, pero sólo un poquito y un ratito y con tolerante, consensuada y democrática prudencia.

Las tres ladillas socialistas coronadas de mandarines autónomicos hubieran sido excelentes pajes-pajilleros de Vermudo II, aquél Rey de León que, en el año 995, para apaciguar a Almanzor, le entregó a su hija Teresa al victorioso caudillo musulmán. La niña, con más gónadas que su papá y que toda su corte de lameculos, pronunció unas palabras que los cubrieron a todos de oprobio y vergüenza: “Una nación debe confiar la guardia de su honor en las lanzas de sus guerreros, no en los encantos de sus mujeres”. ¿Oído, cocina, o seguimos así hasta la próxima vileza?

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