viernes, 18 de febrero de 2022

Seis “miuras” para él solo / por Manuel Viera


Manuel Escribano - Foto:Eduardo Porcuna

Un gesto que supondrá una nueva gesta en la extensa obra de Manuel Escribano. Un torero que vuelve a desmontar los tópicos más manidos pidiendo seis “miuras” en la Maestranza para lidiarlos él solito en la plaza y con el toro que lo puso en órbita. Una respuesta impecable a la duda. Tal vez, porque la memoria congela el pasado para así entender mejor el futuro.

Seis “miuras” para él solo

Manuel Viera
Burladero / 17 febrero 2022 
El comienzo de esta bonita historia merece ser recordada. Empieza a gestarse una tarde de “miuras” en Sevilla. Aquella oportuna e inesperada llamada de Pagés lo iba a sacar del fondo del olvido pese a estar batiéndose en mil batallas en la Francia taurina. Quien sustituyó a El Juli, que quiso y no pudo por una terrible cornada convertir su gesto en gesta con los toros que pastan en Zahariche, dejó constancia aquel domingo 21 de abril de 2013 de su sorpresiva y extraordinaria brillantez.

“Datilero”, el gran toro de Miura, se encontró con el toreo más auténtico y primitivo. No hubo impostura ni premeditación alguna en un torero que, impermeable al curso del tiempo, mostró auténticas joyas al natural además de hacer revivir su concepto en una nueva dimensión. Ni siquiera el hecho del improvisado, complejo y difícil encuentro con la Maestranza puso límites a quien rivalizó consigo mismo toda la tarde. La importancia de aquella cita fue para él, más que un deseo, una realidad que, con súbita e inexplicable ilusión, activó una tauromaquia tan emotiva como ansiada.

Desde entonces se ganó a pulso la condición de torero de valor, ambicioso y dominador. Con planteamientos sólidos y artísticos fue construyendo y afianzando su tauromaquia con las corridas más duras existentes en el campo bravo. Retos difíciles superados con triunfos irrevocables teñidos algunos con la sangre de trágicas y graves cornadas. Atrás queda el terrible percance sufrido en la plaza de Sotillo de la Adrada, que le recordó que el placer en el ruedo no es más que un juego, a vida o muerte, que se silencia y se deja a un lado demasiadas veces. O aquella otra padecida en la plaza de toros de Alicante. Cuando la fluidez de la lidia se transformaba en obra artística para el disfrute un certero pitonazo le arrancó la femoral, la safena y casi la vida.

Atrás quedan también los indultos de “Cobradiezmos”, un “victorino” que hizo historia en Sevilla, y el del encastado y bravo “miura”, “Tahonero”, en la plaza de toros de Utrera la tarde en la que el encaste Cabrera volvió a la tierra de su origen para engrandecer su historia.

Ahora, como si tuviese que remediar aún pasados olvidos nada mejor que apostar por lo que con notable decisión siempre hicieron los auténticos figurones del toreo. Un gesto que supondrá una nueva gesta en la extensa obra de Manuel Escribano. Un torero que vuelve a desmontar los tópicos más manidos pidiendo seis “miuras” en la Maestranza para lidiarlos él solito en la plaza y con el toro que lo puso en órbita. Una respuesta impecable a la duda. Tal vez, porque la memoria congela el pasado para así entender mejor el futuro.

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