miércoles, 29 de junio de 2022

Andrés Vázquez. Desde lo alto de su montera casi un siglo nos contempla / por Fernando Sánchez Dragó


No sé si Andrés Vázquez, al que he visto torear infinidad de veces en infinidad de sitios y con el que poco a poco, de década en década, de corrida en corrida, de trofeo en trofeo, de encuentro en encuentro, alcancé el honor de merecer su amistad, es consciente del peso que tuvo en mi vida. Quede en estas líneas constancia de él y de mi gratitud.

Desde lo alto de su montera casi un siglo nos contempla

Fernando Sánchez Dragó
La Gaceta / 28 Junio 2022
No voy a hablar de los matarifes de la OTAN ni de la previsible masacre de Melilla, ni de los rumores ‒ojalá sean ciertos‒ sobre la inminente renuncia al solio del Papa satánico, ni de la histórica sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos en defensa de los nascituros, ni de las ridículas medidas contra la crisis adoptadas por el gobierno. Tiempo habrá para dar una vuelta en la sartén a todo eso.

Hace unos días, no muchos, murió el torero Andrés Vázquez. He tardado en enterarme. Nos apreciábamos. Éramos amigos.

Que por mayo era, por mayo, o eso, al menos, me dicta la memoria acomodándose al célebre verso del Romancero.

No recuerdo el año con exactitud, pero debió de ser en 1962. Estaba yo, a eso de las once de la mañana, viendo pasar la vida en el bar de la Facultad de Letras de la Complutense cuando me abordó, muy excitado, Gonzalo Torrente Malvido, hijo del escritor Torrente Ballester, amigo, también, de alto voltaje y compañero de armas bohemias, y me explicó que un día antes había ido a los toros en la plaza de Las Ventas y había presenciado la alternativa en el coso madrileño de un novillero de Villalpando que se llamaba Andrés Vázquez y que había incendiado los tendidos con dos faenas colosales.

Los Torrente vivían en la Avenida de los Toreros, a muy corta distancia de la plaza.

Al día siguiente, a rastras del éxito cosechado, el zamorano, volvió a torear. Yo, que era ya entonces, un aficionado en ciernes, fui a verlo y caí rendido ante la épica, el valor, el mando, el temple y la recia estética de aquel torero cabal.

La palabra y la pluma se me quiebran. Fuiste un héroe
 y un estandarte del honor y la excelencia

Fue, para mí, un momento genesíaco. Dejé de ser, como en el párrafo anterior he dicho, un aficionado en ciernes y empecé a serlo de cuerpo entero. Andrés Vázquez fue el sumo sacerdote que me inició en algo ‒la Tauromaquia‒ que a partir de ese instante dejó de ser a mis ojos un espectáculo y se convirtió en un sacramento.

Tras aquella novillada, de la mano de los libros de Hemingway, de la lectura del Cossío y de las crónicas taurinas de Díaz Cañabate, me adentré en el mundo del toreo, y en él sigo.

No sé si Andrés Vázquez, al que he visto torear infinidad de veces en infinidad de sitios y con el que poco a poco, de década en década, de corrida en corrida, de trofeo en trofeo, de encuentro en encuentro, alcancé el honor de merecer su amistad, es consciente del peso que tuvo en mi vida. Quede en estas líneas constancia de él y de mi gratitud.

Acababa de cumplir ese maestro noventa años de fértil trayectoria. Con él se iba siempre sobre seguro.

Andrés… La palabra y la pluma se me quiebran. Fuiste un héroe y un estandarte del honor y la excelencia. Te envío, con demora, un último abrazo de frente y por derecho.

1 comentario:

  1. Apreciado maestro Sanchez Dragó, excepcional artículo, digno de enmarcar. Yo también escribo de toros; pero no me atrevo dar mi nombre ante tamaño monstruo. Eso sí aprendo de usted, eso no me lo quita nadie. Algo habrá leído usted mío sobre Manolete. Por ahí van los tiros.

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