lunes, 24 de octubre de 2022

La vida de un torero (Damián Castaño) antes y después de Cenicientos / por Antonio Lorca


Damián Castaño, ante un toro de Dolores Aguirre, el pasado 21 de agosto en la feria de Bilbao. FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

“Es difícil que mucha gente comprenda que un torero pueda entrenar todo el año para estar anunciado en tres corridas”

La vida de un torero (Damián Castaño) antes y después de Cenicientos
Ejemplo de constancia y fe en sus posibilidades, el diestro leonés resurge cuando cumple 10 años de alternativa

ANTONIO LORCA
El País/Octubre, 2022
Damián Castaño, (Cistierna, León 1990), ha cumplido diez años como matador de toros, pero se siente como si acabara de estrenar el traje de luces. El pasado 30 de mayo confirmó su alternativa en la feria de San Isidro, ha estado anunciado en la Semana Grande de Bilbao, se ha ganado una reputación en Francia y su nombre ha empezado a sonar con fuerza entre la lista de toreros abonados al circuito de las corridas duras.

Es el hermano menor de otro torero, Javier Castaño; confiesa que su vocación nació a su lado, cuando aún era un niño, y hoy —casado con la que ha sido su novia de toda la vida y padre de una niña de año y medio—, afronta el inmediato presente con la ilusión de un chaval que acaba de empezar.

No ha lidiado más de 60 corridas en toda su carrera, y su vida taurina es, como la de otros toreros, una historia de constancia y fe inquebrantable en sus posibilidades. Pero cuando la dura realidad amenazaba con quebrarle el ánimo surgió Cenicientos, esa feria madrileña del mes de agosto en la que se citan los hierros más temibles, y recuperó la ilusión ya casi perdida.

Asegura que hoy es un hombre nuevo y un torero cargado de energía, que ve despejado el horizonte de 2023, aunque es consciente de que le queda todo por hacer.

“Es difícil que mucha gente comprenda que un torero pueda entrenar todo el año para estar anunciado en tres corridas”, -afirma-, “pero la posibilidad de participar en una feria importante compensa diez años de trabajo en silencio. Por fortuna, he encontrado un hueco entre las corridas duras, pero no lo cambio por nada. Se pasa mal, te pones a prueba cada tarde, pero supone un cambio sustancial en mi carrera”.

Castaño es considerado un torero salmantino porque en la capital castellana se hizo torero, pero nació en la provincia de León por razones laborales de su padre, y toda la familia se trasladó a Salamanca para estar cerca del hijo mayor, Javier, en sus primeros escarceos taurinos.

“Soy torero gracias a mi hermano, que es 11 años mayor que yo”, continúa; “desde que era un niño lo he vivido todo con él, y siempre he querido imitarlo”.

Damián contaba solo con 7 años cuando se apuntó en la escuela taurina de Salamanca, donde adquirió técnica y oficio que pudo ejercitar con becerros y en muchos tentaderos con Javier.

Cuenta que debutó sin picadores con 16 años, y en dos temporadas participó en 90 festejos menores. En 2009 pasó al escalafón siguiente y durante tres temporadas se hizo presente en todas las ferias de novilladas, en muchas de las cuales triunfó con rotundidad.

“Pero no impacté”, reconoce el torero. “Era un torbellino en la cara del toro, toreaba muy rápido, no dejaba poso y quería cortar orejas sin torear de verdad. Esa es la razón de que no calara en los aficionados, y de que pasara al ostracismo tras la alternativa”.

Damián Castaño, en el patio de cuadrillas de la plaza de Las Ventas.ALFREDO ARÉVALO

En la feria de Gijón de 2012 se hizo matador de toros y ganó el premio a la mejor faena, pero no volvieron a contratarlo. La desilusión dio paso a un largo tiempo de silencio.

“Nunca he estado parado”, comenta, “he toreado cada año cuatro o cinco festejos en plazas de escasa repercusión y siempre en la provincia de Salamanca, gracias a mis apoderados, José Ignacio Gascón, hasta 2017, y Carlos Sánchez, después”.

Pregunta. ¿Y cómo se plantea la vida un torero que no torea?

Respuesta. “Hay que ser realista. Tengo una familia y no me gusta que me regalen nada. He trabajado todos los inviernos en tareas muy diferentes, desde poner copas en un hotel hasta descargar camiones. Conozco a una persona en una empresa de trabajo temporal y ella me avisa. De este modo y con algunos festivales he salido adelante”.

Hasta que llegó la oportunidad de Cenicientos…

“Efectivamente, en mi carrera hay un antes y un después de Cenicientos en 2021″, afirma Castaño. “El Ayuntamiento confió en mí, a pesar de que era un completo desconocido, triunfé en una corrida concurso, y, a partir de entonces, me cambió la vida”.

Cenicientos le abrió al año siguiente las puertas de San Isidro, Bilbao, varias plazas francesas, y, sobre todo, las del circuito torista que hasta entonces las había tenido vetadas.

Comenta el torero que su inclusión en la feria de la localidad madrileña fue el fruto de una insistencia perseverante ante la alcaldesa, Natalia Núñez, y el concejal de festejos, Iván Sánchez, quienes le propusieron anunciarse en la feria a sabiendas de que la invitación podría ser un arma de doble filo por el gran trapío del toro que allí se lidia.

“Me gustaría que me vieran torear bien, pero nunca renunciaré a las corridas duras porque me están dando la vida”

“¿Está seguro”, me preguntó la alcaldesa y le respondí que sí sin ninguna duda porque no tenía nada que perder”.

Eso fue a principios de 2020, el año de la pandemia, que obligó a la suspensión de la feria. La alcaldesa volvió a llamarlo para 2021 y en agosto se produjo la resurrección del torero.

“Esa corrida fue providencial”, afirma Castaño. “Llegó en un momento en que yo lo veía todo negro. Y le digo más: la tarde anterior a Cenicientos pensé en abandonar la profesión. Toreé en Cebreros (Ávila) una corrida de Dolores Aguirre muy dura y no estuve bien. Llegué al hotel convencido de que mi carrera estaba acabada, y recuerdo que llamé a mi mujer y mi madre para decirles que no merecía la pena seguir intentándolo. Quién iba a decirme que al día siguiente me cambiaría la vida”.

Lo anunciaron en el pasado San Isidro para confirmar la alternativa con toros de Samuel Flores que no sirvieron. Recuerda el torero que era la primera vez que le televisaban una corrida, pero todas sus ilusiones se estrellaron contra un muro.

Después, volvió a Cenicientos, donde sufrió una seria voltereta, y, con el dolor aún en el cuerpo, la feria de Bilbao. “Esa corrida de Dolores Aguirre en la Semana Grande es la que más me ha dado”, afirma Castaño, “y creo que dejé una buena sensación a pesar del fallo con la espada”.

Antes, la feria francesa de Ceret, “donde lidié un toro de Palha, el más duro de toda mi carrera”, y otras plazas del país vecino, “donde he podido confirmar que ha cambiado mi concepto taurino, de lo que me siento muy orgulloso”.

P. Es verdad que su situación profesional ya no es la misma…

R. “Sin duda. Económicamente, este es el primer año que puedo vivir del toro, pero volveré a trabajar este invierno porque no se me caen los anillos y me viene bien para distraer la mente”.

Damián Castaño ha cambiado de apoderado en los últimos días y se ha puesto en las manos del taurino Ángel Guzmán. Junto a él espera que en 2023 se concreten las expectativas en el circuito torista.

P. Pero, ¿está encasillado en ese segmento porque es torero idóneo para ese tipo de toros o porque no le queda más remedio?

R. “Humm… Esa es una buena pregunta, sí. Me gustaría que me vieran torear bien, y creo que soy capaz de hacerlo. Soy consciente de que no es fácil entrar en las otras corridas. Me gustaría compaginarlas algún día, aunque nunca diré que no a la duras porque son las que me están dando la vida”

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