viernes, 21 de octubre de 2022

Y en Jaén hubo sorteo / por Lope Morales

Antirreglamentario cartel inicial presentado por la empresa con los toros ya adjudicados a los espadas anuciados.

La Fiesta sigue. ¡Que Dios reparta suerte, señores! Para que, en los toros y en la vida, el azar siga cumpliendo —o no— su papel compensatorio. Y para que el acatamiento de las leyes —las taurinas y las otras— sea debidamente vigilado y obligado. Ya lo dijo José María de Cossío, que sabía de esto un rato: “Del pulso de la autoridad, que en la fiesta de los toros ha tenido siempre un papel rector y moderador, depende el porvenir de la Fiesta”.

Y en Jaén hubo sorteo
LOPE MORALES
Diario Jaén/21 Octubre 2022
Una corrida de toros, como tal, no es un espectáculo más. Se trata de un acontecimiento social arraigado fuertemente en nuestra cultura que, desde su aparición allá por la segunda mitad del siglo XVIII, ha venido siendo dotado de unas reglas de obligado cumplimiento. La reactivada falacia de que el mejor reglamento taurino es el que no existe tiene su respuesta contundente en la propia historia de la fiesta. Desde las tauromaquias de Pepe Illo y de Paquiro se han sucedido un sinfín de disposiciones parciales o generales que han ordenado el desarrollo de los espectáculos taurinos tal y como hoy se conciben. Y es precisamente la constante presencia de la “autoridad” y ese empeño reglamentista de los toros el elemento determinante para su dilatada supervivencia. ¿De verdad hay quien piense que hubiese sobrevivido la corrida de toros sin reglamentos ni autoridad? En Andalucía, tras el acuerdo entre los distintos estamentos taurinos se aprobó en el Parlamento Andaluz —por unanimidad— el actual Reglamento Andaluz (Decreto 68/2006). Dentro de su articulado se regula —como en la Ley 10/1991 de ámbito nacional— una de las figuras más tradicionales y emblemáticas de la liturgia taurina: El sorteo.

Junto al hecho obligado de la muerte del toro, posiblemente uno de los actos más respetados, porque tiene la importante finalidad de dejar a la suerte el reparto de los toros. El sorteo tuvo su origen a finales del siglo XIX debido a las quejas de los toreros Mazzantini y Reverte. Ambos, como casi todos, tenían que competir con las figuras de entonces, Lagartijo y Frascuelo, que ya andaban de retirada, pero sobre todo con Rafael Guerra “Guerrita” que estaba en pleno apogeo, dándose la circunstancia de que los ganaderos —entonces no había sorteo y eran ellos los que decidían— favorecían a estos tres en el reparto de los toros. Aunque ya muchos años antes Cúchares había denunciado esa situación de que los ganaderos, que entonces eran pocos y de mucho abolengo, colocasen el orden de salida de los toros para que aquellos que, por hechuras o por reata, ofrecieran mayor posibilidad de triunfo, cayesen en manos de sus toreros preferidos. O sea, de las figuras o de los amigos. Fue en una corrida en San Sebastián, en el año 1896, cuando don Luis Mazzantini exigió por primera vez el sorteo de los toros, una obligación que se impuso desde entonces, que pocos años después se incluyó en el reglamento de 1923 y que perdura desde entonces. Ni al mismísimo Joselito el Gallo, que “mandó” aún más que Guerrita, se le ocurrió deshacer o dejar de respetar esa costumbre que trataba de evitar el abuso de las “figuras”.

El sorteo es, hoy por hoy, una garantía de que un torero que empieza puede competir en igualdad de condiciones con uno que ya está arriba.

Y solo en las corridas concurso se puede obviar, en cuyo caso los toros saldrían por orden de la antigüedad de la ganadería.

Poder celebrar un festejo taurino en el que cada matador eligiese sus toros, aunque estuviesen de acuerdo entre ellos, tendría que pasar por una reforma del reglamento. Mientras tanto, el respeto a las reglas —garantía para espectadores y participantes— debe permanecer por encima de los deseos de cualquier empresario o de cualquier artista por muy interesante que pueda ser para sus partidarios. 

Y eso es lo que se ha hecho en Jaén, contra viento y marea, ante los intentos de incumplimiento del reglamento por parte de la empresa y los toreros y el consentimiento del propio sector taurino que, en su día, lo consensuó para su posterior aprobación en los distintos parlamentos. Sin entrar en detalles de lo ocurrido en Jaén —algunos debidamente denunciados— ni en los momentos de tensión, ni en las polémicas despertadas, ni las acusaciones injustas e infundadas a las peñas, precisamente por defender su cumplimiento, lo cierto es que gracias a ellas, a la denuncia de ANPTE y muy especialmente a la profesionalidad y firmeza del equipo gubernativo, la plaza de toros de Jaén ha mantenido su prestigio, evitando la tropelía antireglamentaria que se pretendía cometer. 

No ha faltado quien ha preferido ponerse de perfil ante la difusión de unos carteles que ni estaban autorizados ni eran autorizables, y las desafortunadas declaraciones sobre los mismos en televisión del propio empresario. La falta de pudor de los toreros para exigir el capricho —ilegal— de elegir cada uno sus toros; el engaño posterior, cuando la Delegación del Gobierno denegó esa posibilidad, anunciando en prensa que aceptaban el sorteo, cuando hasta el final intentaron por todos los medios incumplirlo; el silencio —salvo honrosas excepciones locales— de algunos informadores taurinos, supuestamente independientes, ante el anuncio de un festejo manifiestamente antirreglamentario; la sorprendente y significativa complicidad con su presencia y apoyo del mismísimo presidente de la Fundación del Toro de Lidia, y la tardanza del organismo competente en advertir de la ilegalidad de lo que se pretendía —tal como se le venía requiriendo por presidente y delegado de la Autoridad— han ayudado a que se generase un clima de falsa normalidad, intentando que se consumara la paradójica insidia de sortear al propio sorteo.

Los toros son un referente en España del cumplimiento de las reglas. La puntualidad, los tiempos, la posición en a el ruedo. Todo está regulado. También, de manera clara, la celebración del sorteo, que durante más de cien años ha servido para lo que nació, como garantía de una justa competencia. Eliminarlo del reglamento supondría el principio del fin. Vendría después a cuestionarse el reconocimiento y los veterinarios, por cierto ninguneados junto a presidente y delegado al dar por hecho en el cartel que los toros anunciados iban a ser aprobados y que los primeros iban a hacer la vista gorda en el “no sorteo”. La empresa —así se lo reconocen los aficionados— es una buena gestora de una plaza que todos queremos que recupere su grandeza. Pero no vale todo en la vida. Ni en los toros. El marketing no está por encima de las leyes. Porque no es una cuestión de gustos, ni de intenciones, sino de cumplimientos. Y, por cierto. ¿Alguien duda de que si no se hubiese cumplido la ley hubieran llovido denuncias desde ambientes tanto taurinos como antitaurinos? Al final, vendiendo como concesión lo que era pura y simplemente su obligación, los toreros, con mayor o menor fortuna, salieron al ruedo. Y en Jaén se cumplió el Reglamento.


La Fiesta sigue. ¡Que Dios reparta suerte, señores! Para que, en los toros y en la vida, el azar siga cumpliendo —o no— su papel compensatorio. Y para que el acatamiento de las leyes —las taurinas y las otras— sea debidamente vigilado y obligado. Ya lo dijo José María de Cossío, que sabía de esto un rato: “Del pulso de la autoridad, que en la fiesta de los toros ha tenido siempre un papel rector y moderador, depende el porvenir de la Fiesta”.

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