miércoles, 15 de marzo de 2023

Los toros en Cádiz (II) / por Juan José Zaldivar


"...El regocijo público se turbó por un momento por la fiereza –braveza- de uno de los toros que derribó con muerte de sus caballos a dos de los valerosos y diestros caballeros que salieron   al coso y al que hemos bautizado como el Jaquetón de los tiempos antiguos. Los lacayos –chulos- no se atrevían a desjarretarlo -es decir, a acercarse lo suficiente para cortar los tendones de las patas traseras del toro con la media luna-, pues todos huían de su ímpetu horrible, verdaderamente feroz..."

Los toros en Cádiz (II)

Juan José Zaldívar
Dr. en Veterinaria
Llegó a Cádiz don Sebastián con su potente armada, y en Cádiz fue muy festejado por la ciudad, asó como por don Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia y Capitán General de Andalucía y costas del océano. El regidor don  Luis de Valenzuela Marrufo de Negrón  hospedó en su casa al Rey, el cual desde los balcones presenció una fiesta de toros que la ciudad dispuso en su obsequio. Pendían de las ventanas y de los tablados riquísimas colgaduras: las damas y los caballeros de esta ciudad ostentaban joyas de gran valor: todo para engrandecer más dignamente el festejo en honor de tal alto personaje.

El regocijo público se turbó por un momento por la fiereza –braveza- de uno de los toros que derribó con muerte de sus caballos a dos de los valerosos y diestros caballeros que salieron   al coso y al que hemos bautizado como el Jaquetón de los tiempos antiguos. Los lacayos –chulos- no se atrevían a desjarretarlo -es decir, a acercarse lo suficiente para cortar los tendones de las patas traseras del toro con la media luna-, pues todos huían de su ímpetu horrible, verdaderamente feroz.

De una parte de los tendidos lo silban, de otra le arrojan en vano  la garrocha, de otra le amenazan con lanzas de hierro ancho y cortador, de otra le asestan piedras.  Escarba el bruto feroz la arena, huélela y en su mismo  hocico la levante, bramando horrendamente. Arranca con impetuosa acometida al que ve más cerca y menos cuidadoso; tiembla a su furia el  suelo, espanta y atemoriza su fiereza, desalienta a aquel en cuyo seguimiento corre con la atención puesta en sólo cogerlo, cerrados los ojos, sin reparar en su furor desatinado en  cuanto delante se le ponga.

Viendo el desaire en que iban a quedar los caballeros gaditanos en presencia del monarca extranjero y de tantos señores de Portugal, no  pudo  contener su impaciencia ni sus bríos el huésped de don Sebastián. Monta prestadamente un caballo don Luis de Valenzuela y entra en la  plaza. Ninguno osaba echar la capa a los ojos de la fiera, ninguno tirarle  del cuerno atrevidamente. Era un relámpago en la acometida. Hondo silencio sucede a la vocería de la plebe. Todos tiemblan por la suerte del caballero, y al verlo  en peligro se les oprime el corazón cual si estuviera entre dos piedras.

El toro  corría lleno de heridas, dando bramidos de dolor y levantando el polvo que había pisado. Sus penas ya no quitaban las penas a los que estaban mirando desde los tablados y desde las ventanas, ni menos se contentaban con verlo  tan maltratado, ni se oían palmadas ni voces de alegría. Solamente confiaba en el valor del caballero el  rey don Sebastián. Así lo decía la valiente perspicacia de sus ojos. Túrbase por breve instante el espíritu de Valenzuela: más presto torna a encendérsele, aún más acrecentado, el ánimo generoso.

Teme el animal acostumbrado a ver huir, y se retira; más vuelve al fin a acometer arrepentido de su instantánea vacilación. Recíbelo Valenzuela en su espada, que le atraviesa la cerviz (imagen al pie de la página anterior) con unánime grito de alegría que se levantan  al cielo, en tanto que con los sombreros quitados,  cubiertos  de varias y hermosísimas plumas, todos  los caballeros saludan su valor y su felicidad. Esta narración, nos dice Adolfo de Castro, fue estudiada minu-ciosamente por el historiador Hipólito Sancho que, en un documentado trabajo, la despojó de algunas inexactitudes y demostró que estos errores, raros en el historiador gaditano, provenían de haber citado de memoria al carmelita Jerónimo de la Concepción.

Esos toros maliciosos, astutos, ya no admiten ser más violentos y son a los que menos se les puede perder de vista, porque reaccionan tan inesperadamente, se arrancan cuando    así lo deciden tan descontroladamente, que se les agudiza el sentido de defensa y ataque hasta el punto de desconcertar a todos los actuantes, que no aciertan a entender que un toro pueda variar tanto y tener tantos caprichos violentos.

Y para colmo de males, esos toros tienen una capacidad especial para percibir el temor que generan en la gente, el miedo que muestra cada diestro,  al igual que se dan cuentan de que no lo entienden. Por mucho que sepa un torero lo que puede o no hacer, el toro se anticipa y cunde el miedo, del que nacen las cogidas más trágicas. Todos esas manifestaciones del carácter de los toros forman parte de la Etología, ciencia relativamente nueva, dedicada al estudio de la conducta de los animales, la llamada Animal behaviour, tan en boga desde hace decenas de años por parte de numerosos investigadores sajones.

Hay que recordarlo, aunque sea a gritos, que los toros, esos sañudos y fieros, son de España privativos, un privilegio, y la ferocidad, que los ganaderos transformaron en bravura y nobleza, de lo que aquí se crían en sus abundantes dehesas o cortijos y salitrosos pastos de la Baja Andalucía, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la más remota antigüedad. Con ello estoy diciendo que el toro bravo y las corridas de toros forman parte de nuestra propia identidad,  que el alma de nuestro pueblo trae grabada una inclinación natural a jugarse la vida enfrentando su astucia e inteligencia para vencer a la fiera, hoy convertida en majestuoso animal, en lances de una emotividad tan cargada de sentimiento religioso que sólo quienes lo sentimos sabemos de su cósmica dimensión, como   la midieron los pocos colosos que el arte de torear ha habido. Ahora, con la implantación de las escuelas, se ha creado un toreo con idénticas formas, pasos y figuras similares, técnicas muy depuradas, pero carentes de emotividad y liturgia anímica. Eso es lo que hay.

La PLaza Real / La Gacetilla Taurina, 2005

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