viernes, 19 de mayo de 2023

San Isidro'23. Alcurrucenes perdigueros para Morante, a lo suyo, Julián, la marmota, y Rufo, un fulgor. Segunda taza del caldo en la arena y mar de copas en el tendido. Márquez & Moore


Rompeolas, carnada para pulpos

 "...la corrida que elevó exponencialmente el nivel de ingestión de copazos en las ventas y alrededores fue la que convocó a Morante de La Puebla, Julián de San Blas y Tomás Rufo (Rufó para un querido amigo), de Pepino. Los toros, como se dijo más arriba, de Alcurrucén, Núñez toledanos de los Lozano..."

San Isidro'23. Alcurrucenes perdigueros para Morante, a lo suyo, Julián, la marmota, y Rufo, un fulgor. Segunda taza del caldo en la arena y mar de copas en el tendido. Márquez & Moore


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Para que se vea como es esto de los toros y de cómo cambia la forma de ser aficionado con el tiempo diremos que cuando uno entró en la Plaza, hasta que nos dieron el programa, no sabíamos a quién veníamos a ver, ni toreros ni ganadería. No hay que mentir. Sabíamos que estaba Morante, pero de la presencia de Julián de San Blas, de Rufo, al que un querido amigo mío llama Rufó, y de los toros lozanescos de Alcurrucén no teníamos ni idea. Veníamos por venir, como tantas veces. Esto no es nada halagüeño, más bien al contrario marca la decadencia de la afición, que vas por ir y te importa una higa el que esté en el cartel. Estos u otros, da lo mismo.

Viene ahora un apunte necesario, por ponerlo, y que no se quede en el magín: hoy veníamos con tiempo y decidimos entrar, como hacíamos hace lustros, por el patio del desolladero donde han puesto dos bares, un espacio acotado para las inmundas cosas televisivas y donde hay un montón de gente armada de vasos plenos de cubata que acceden paso a paso hacia la entrada. Vimos a Abella, con quien tantas bromas hemos hecho aquí, a Amorós vestido con fachaleco y a Fundi con una americana imposible y a decenas de anónimos espectadores que portan un vaso de gin&tonic como si eso fuera la entrada de acceso a la localidad, y después, caminando por el pasillo del tendido alto, la fila más inmensa de señores que uno ha visto jamás, esperando para orinar, ordenadamente y todos con sus canónicos vasos de combinado en las manos. Nadie puede dudar que la tarde se hallaba bajo la jurisdicción del combinado con alto contenido en ginebra. ¿Con estos mimbres, qué es lo que se puede esperar del respetable público, ebrio antes de sentarse en los asientos?

Bueno, pues con la mente aún plena de la durísima novillada de Los Maños, un Tourmalet taurino para quien quisiese o supiese jugársela, hoy nos traen a seis de Alcurrucén, Núñez de los Lozano, que anduvieron por la Plaza como podían haber estado en las calles del Valle de Uxó, sólo que allí los pagan mejor y estos ni los hubieran considerado como aptos para sus famosos bous al carrer, porque, con lo bien que pagan los valencianos, estos toros no hubiesen dado el juego que demanda aquella afición y no habrían aceptado el pobre juego de esta corrida tan deslucida.

Bueno, el caso es que se trajeron los toros de Alcurrucén. Una anónima voz gritó de manera neta «¡Ganadero, no traigas toros afeitados!» y la verdad es que, como dice el Conde de La Maza, «cada vez hay menos profesionales». El primer toro era ese Alcurrucén que llevamos viendo desde que nos destetaron, el colorao desvaído ojo de perdiz que te toca las gónadas desde que lo ves asomar. Este primer ectoplasma se llamaba Rompeolas, número 56, que fue replicado en seguida por otro que era Pocaprisas, número 21, que era el mismo toro recompuesto, tuneado y sin heridas, que ya había aprendido de lo que iba la vaina y decidió no hacer el ridículo que había hecho en su primera encarnación. En seguida hablaremos de él.

Por no atropellar la narración diremos, en primer lugar, que la corrida que elevó exponencialmente el nivel de ingestión de copazos en las ventas y alrededores fue la que convocó a Morante de La Puebla, Julián de San Blas y Tomás Rufo (Rufó para un querido amigo), de Pepino. Los toros, como se dijo más arriba, de Alcurrucén, Núñez toledanos de los Lozano.

El primero, el tal Rompeolas, número 56, era como un perrito caliente a lo bestia. Un adefesio regordío que daba más risa que pena. Quince kilos más que el cuarto novillo de Los Maños traía el colorao lozanesco. Morante, que venía a lo suyo, vio el cielo abierto para hacerle una faena a la antigua, que al parecer Joselito le hizo esta nada a un toro de Otaularruchi en Valencia en 1918, o acaso en 1919. Y una vez marcado el asunto para los enterados y sabiendo que el vestido celeste y oro lo había usado el de Gelves en 1915, pues ya estaría todo dicho. Y conste que me encantan los dos pañuelitos en la chaquetilla, que me recuerdan a Antonio Bienvenida, que es el último que los usó y del que por familia soy tan seguidor.

El segundo es para Julián, el Importante. El bicho se llama Castañuelo, número 81. Ahí tenemos a Julián, ese fantasma que recorre las Plazas de toros, dispuesto a darnos el enésimo día, año, lustro de la marmota de su tauromaquia de ida y vuelta, de su toreo de exprimir al toro, o lo que sea, como un tomate, como un pomelo, como un caneton a la presse de La Tour D’Argent, a demostrar su poderío innecesario con el toro que ya nació podido. Qué execrable expresión de la tauromaquia la de ver a este hombre trayendo de acá para allá a una especie de zombie y de cómo recibe a veces los vítores del populacho empapado en alcohol. Qué negación de todo lo que amamos en esa deleznable declaración de superioridad sobre un pobre animal vencido de antemano. Otra más de ese Julián tan de Sevilla, que ellos sabrán qué le ven.

Y en tercer lugar, con el 21 herrado a fuego, Pocaprisas, que es el primero pero tuneado y con algo en la mente, con sus temas y sus manías. Rufo le plantea un emocionante inicio, un disparo en la cara, dándole distancia (¡Cómo gustaba eso en Madrid!) y aguantando como un tío la embestida en los medios, vaciando sin apreturas y poniendo la muleta de nuevo dos, tres veces. Sensacional inicio. Luego, todo es un viaje a menos en el que Rufo (Rufó para nuestro caro amigo) no vuelve a encontrar el tono sublime de su inicio, ni es capaz, ante las condiciones del toro, de superarse o de poner a funcionar el toreo trapacero que tanto le halagan los revistosos del puchero. Magnífica dimensión de Rufo en un fulgor y faena a menos de nulo interés y larguísima. Don’t cross the river if you can’t swim the tide…

Gaitero, número 153, es el segundo de Morante al que, lo mismo que a su primero, no quiere ni ver. Le pega unos lances por alto y revirados que son copia de los que Gallito le dio a un toro de la Viuda de Salas en Burgos en 1919 y todo apunta a que se va a desentender del asunto hasta que Julián se planta en un quite por chicuelinas y una media en las que le muestra al toro y Morante replica por verónicas de poquita entidad, que son jaleadas como sublimes, y una bonita media de frente a pies juntos. Ahí Morante se entrera del toro que hay. Luego, donde la nada nos esperaba, el de La Puebla se monta una faena que llega más a la ilusión de los que pueblan los tendidos que a la esencia del torero, pero que contiene una preciosa serie de derechazos y, después, dos redondos que son una pura definición del toreo, de la fragilidad a la media altura, el medio pecho, el toreo que se hace con el cuerpo entero, la pata adelante. Un sueño. Lo demás ya fue a menos, pero el asunto que se te queda de por vida ya estaba hecho.

En su segundo, Atrevido, número 57, volvió Julián a su toreo de exprimidor, y de nuevo volvió a pegarnos la turra de su toreo a un inválido, para demostrar que él es capaz de sacarle pases a cualquier inválido y a hacer que vaya y venga de acá para allá. ¿A quién le importa esa condición circense de sugestionador de toros? Acaso a los que le aplaudieron su largo y tedioso trasteo. Hubiera bien estado verle con el toro de Rufo, más exigente y con sus complicaciones, a ver cómo funcionaban ahí sus dotes de doma, pero la mano de Lili no sorteó ese toro para su patrón. Otro tostón de Julián que queda para que los de la prensa de pago se extasíen con lo bueno que dicen que es. Lo mismo en Sevilla, de donde es torero fetiche, le habían dado otro rabo.

Y Rufo para acabar con Pianista, número 192. Ya, por no aburrir y no parecernos a Rufo, diremos que el compendio de vulgaridad, de falta de acople y de ajuste del toledano nos ha dejado bastante fríos, pues da la impresión que este torero maneja los resortes de neotoreo con bastante más soltura de la demostrada en esta aciaga tarde, para él.

Lo de Morante y lo de Julián estaba en el guión. El que peor parado sale de la tarde es Rufo. Entretenida tarde de toros en la que Fernando Sánchez ha vuelto a dejar sus señas de banderillero eficaz y sobrio.

Los pares de Sánchez


ANDREW MOORE




LO DE MORANTE

Como Joselito con un toro de Otaularruchi
en Valencia en 1918

Como Gallito con un toro de la Viuda de Salas
en Burgos en 1919

Y hasta la vista, Españeta


LO DE JULIÁN



Otro tostón de Julián que queda para que los de la prensa de pago se extasíen con lo bueno que dicen que es. Lo mismo en Sevilla, de donde es torero fetiche, le habían dado otro rabo


LO DE RUFO





EL DETALLE

Barbillazo morantino

Lili en el sorteo
La suerte de la fea la bonita la desea

FIN

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