sábado, 20 de abril de 2024

LA RELIGIÓN Y LA TAUROMAQUIA SE UNIERON EN ZAMORA / por William Cárdenas Rubio



"..Por ello no tiene que sorprendernos nada de lo que pasó en Zamora entre estas dos manifestaciones de la fe, a las que en estos tiempos confusos y revueltos se las persigue y discrimina; en las que, como pocas otras actividades de la vida, todavía el hombre se pone voluntariamente de rodillas, por las que más de 50 sacerdotes, Vicarios, Obispos y el Cardenal D. Baltazar Porras, han dejado una huella en su defensa difícil de borrar.."

Cardenal Baltar E. Porras y José Ortega Cano

LA RELIGIÓN Y LA TAUROMAQUIA SE UNIERON EN ZAMORA

La presencia del Toro en la Cuenca Mediterránea se remonta a tiempos pretéritos que exceden la historia, en la que las más antiguas civilizaciones lo idolatraron

Lejos de aceptar que la Tauromaquia es un rito pagano, tenemos que afirmar que al contrario es, ha sido y sigue siendo, profundamente cristiano

Cada vez que un turista venido de otros continentes y latitudes llega a España, se encuentra con el único y último lugar de Europa donde se recrea esta parte fundamental de la cultura Mediterránea, en la que confluyeron todas las antiguas civilizaciones

En estas dos manifestaciones de la fe, a las que en estos tiempos confusos y revueltos se las persigue y discrimina el hombre se pone voluntariamente de rodillas

Son dos manifestaciones profundamente arraigadas en la vida de los pueblos desde el origen de los tiempos, en las que aparecen signos y símbolos que nos permiten entender mejor el devenir de la humanidad.

La presencia de la Tauromaquia en su más amplio sentido, en la Cuenca Mediterránea se remonta a tiempos pretéritos que exceden la historia, en la que las más antiguas civilizaciones, a un lado y otro del Mare Nostrum, han guardado una relación con el Toro que ha rozado lo sagrado, pues por su fuerza y gran poder fue elevado a la altura de los Dioses imaginarios y compartió con aquellos en idolatría y majestad.

Su poder y fertilidad fueron asociadas a una fuerza sobrenatural, ante la que el hombre mostró devoción y respeto. Desde Mesopotamia, pasando por el Medio Oriente, el Antiguo Egipto, el Norte de África, el Imperio Otomano, Turquía, Libia, Marruecos, Grecia, Creta y el Antiguo Imperio Romano en su gran extensión, los ritos y juegos con el Toro se repiten en las formas más disímiles imaginables.

Se le idolatraba, se jugaba con él y se buscaba estar a su altura; quien lo conseguía se coronaba con los cuernos de una cabeza de toro, para establecer una conexión simbólica. El Rapto de Europa, o el Minotauro, por sólo citar dos de los mitos que llegan hasta nuestros días, nos dan idea de ello. Los rastros de tales manifestaciones culturales, como la Taurocatapsia, están repartidos por toda la Cuenca Mediterránea, al norte y al sur.

Pero con la llegada de las religiones monoteístas, aquello fue cambiando y el Toro pasa de ser Dios y símbolo a respetar, a ser el rival a vencer y derrotar, para con ello tratar de hacer suyas sus virtudes. Así, la devoción cambia por la creación de toda una escenografía, con sacrificios que van dando forma a una nueva relación, en la que la inteligencia del hombre se impone al Toro.

Utiliza su fuerza para la labor en el campo, lo domestica, lo caza y se alimenta de su carne, utiliza su piel para cubrirse y sus cuernos para elaborar armas y ornamentos. Y todo aquello ocurrió también en todo el Continente Europeo, que no escapó a este proceso. Roma vio lidiar toros y la plaza de San Marcos de Venecia celebró constantes eventos de similar naturaleza. En los coliseos, extendidos por todo el Imperio, fueron utilizados los toros en la arena, ahora como parte del castigo a los cristianos, o también como armas de guerra, lanzándolos contra los enemigos.

Todo eso pasó y ahora no pensamos en ello, cuando resulta que cada vez que un turista venido de otros continentes y latitudes llega a España, se encuentra con el único y último lugar de Europa cuya geografía recrea esta parte fundamental de la cultura Mediterranea, en la que confluyeron todas las antiguas civilizaciones.

Por ello, cuando en Zamora se dieron cita más de 50 sacerdotes, Vicarios, Obispos y un Cardenal, muchos de ellos venidos de Iberoamérica, para hablar de su afición a los Toros y de cómo ambas, Iglesia y Tauromaquia van de la mano, no nos sorprendió lo que allí escuchamos, de parte de quienes, extraordinariamente preparados en temas teológicos y acostumbrados a dar sermones todos los domingos, nos deleitaron con sus profundos conocimientos y sabiduría sobre esta antigua y estrecha relación entre la Religión y los Toros.

Claro está, allí las referencias se centraron más en las similitudes entre la Tauromaquia y la Iglesia en los tiempos contemporáneos, que cuesta resumir, haciendo la salvedad de que respetamos las grandes diferencias entre la práctica de la religión que atañe a las convicciones más profundas de los pueblos, y una actividad lúdica, pero no menos profunda y espiritual.

Lejos de aceptar que la Tauromaquia es un rito pagano, tenemos que afirmar que al contrario es, ha sido y sigue siendo, profundamente cristiano. Comenzando por la razón y motivo actual de estas celebraciones, siempre vinculadas a los santos patrones o las vírgenes de los pueblos y ciudades, donde se les venera y guarda devoción, con un carácter extraordinariamente popular.

Los toreros, cuando llegan a la habitación de los hoteles, pensiones o posadas del lugar donde torean, al entrar a su habitación lo primero que hacen es montar un altar con las imágenes que llevan en su equipaje y que guardan con extraordinario celo y discreción, en su gran mayoría formadas por estampitas, que les han regalado familiares, amigos y aficionados.

Cuando terminan de vestirse de toreros, antes de salir a la plaza, rezan ante ese altar, incluso se arrodillan; y cuando llegan a la plaza, lo primero que hacen es ingresar a la capilla para volver a encomendarse a los santos e imágenes del lugar.

Ya para entonces llevan en sus manos, la montera, que generalmente en su forro exhibe una imagen religiosa; el capote de paseo, que en muchas ocasiones lleva bordada la imagen de una Virgen o de un Cristo, y cuando parten plaza, su primer paso es para dibujar una cruz en el albero con sus zapatillas, ¡para luego desearse suerte!

En sus corbatines, también llevan alfileres con medallas de santos o vírgenes y antes de que salga el toro, elevan plegarias al cielo y se encomiendan a Dios.

Pero, no son sólo esos íntimos detalles los que evidencian el nexo. Si analizamos lo que ocurre en las plazas de toros encontraremos que éstas, tienen mucho de templos donde se celebra un rito, al igual que en los templos religiosos. Si nos echamos unos años atrás, podemos decir que el perfil de muchos de nuestros pueblos se distinguían dos edificios monumentales: Las iglesias y las plazas de toros. Esto también se repite en Iberoamérica.

Y si analizamos el rito en su ejecución, encontramos que lo lleva a cabo un oficiante, que en el caso de la misa va con vestiduras litúrgicas de gran distinción, lo que también ocurre con el vestido de los toreros en su ritual. En los dos ritos se da un sacrificio, en la Tauromaquia el elemento sacrificial es el toro, y para su celebración se cumple una liturgia que, en ambos casos, se ha respetado durante siglos.

Por ello no tiene que sorprendernos nada de lo que pasó en Zamora entre estas dos manifestaciones de la fe, a las que en estos tiempos confusos y revueltos se las persigue y discrimina; en las que, como pocas otras actividades de la vida, todavía el hombre se pone voluntariamente de rodillas, por las que más de 50 sacerdotes, Vicarios, Obispos y el Cardenal D. Baltazar Porras, han dejado una huella en su defensa difícil de borrar.

William Cárdenas Rubio
Presidente

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