viernes, 17 de mayo de 2024

'San Isidro'. Cinco Victorianos febles y un Cortés caedizo (¿o al revés?) para Castella el del cambiado, Dolls el del postureo y Rufo el del "trompazo y revolcón, oreja al esportón". Márquez & Moore

Sánchez

"..Actualmente cierto «Gallismo Incorpóreo» pretende hacer del pobre José, que no puede defenderse, un Juan el Bautista de El Mesías Julián de San Blas (El Juli), con tal de hacer que las aguas de la confusión fluyan hacia determinadas aceñas.."

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy, 16 de mayo, como todos los 16 de mayo, la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas guarda un ya centenario minuto de silencio, ese «Padrenuestro de la nada», en evocación del gran torero José Gómez Ortega, «Gallito», en el aniversario de su fatal cogida. El hecho de que 104 años después de su muerte se le siga recordando indica bien a las claras la indiscutible importancia de este singular torero, de quien se llegó a decir que había sido parido por una vaca y cuya muerte le sirvió a Rafael Guerra «Guerrita» para exclamar su famoso y exagerado «¡se acabaron los toros!» Joselito es el modelo perfecto del torero lidiador y poderoso que manda en el toro, dominador de todas las suertes, que no rehúye ganaderías y que nada más que se entera de que alguien destaca quiere medirse inmediatamente con él. Actualmente cierto «Gallismo Incorpóreo» pretende hacer del pobre José, que no puede defenderse, un Juan el Bautista de El Mesías Julián de San Blas (El Juli), con tal de hacer que las aguas de la confusión fluyan hacia determinadas aceñas. Asimismo, dentro del plan general del ninguneo de «Gallito», el Coloso de Gelves, entraría también lo de nombrar el 16 de mayo como Día Internacional de la Tauromaquia, que a saber qué diantres es eso o para qué sirve, con lo que la Tauromaquia se pone a la cola de la otra media docena de días mundiales o internacionales que se celebran en esta misma fecha, a saber: Día Mundial de Concienciación sobre los Defectos Congénitos de la Glicosilación, Día Mundial del Angioedema Hereditario, Día Internacional de los Celíacos, Día Mundial del Heavy Metal, Día Internacional de la Convivencia en Paz y Día Mundial de la Luz.

Sin relación alguna con la efemérides que se celebraba, los de Plaza1 se trajeron a los madriles cinco toros de Victoriano del Río y uno de Toros de Cortés para solaz y disfrute de los matadores Sebastián Castella, Jose María Dolls «Manzanares III» y Tomás Rufo.

De los toros como tales poco hay que decir, porque es bien sabido que este ganado se cría pensando en el último tercio, siendo los otros dos irrelevantes a todos los efectos. Si algo hubo de brillo en banderillas fue por la disposición de los peones: Chacón, Viotti, Blasco, Duarte, Sánchez, que nos dieron los mejores momentos de la tarde con bregas tan sublimes como la de Chacón al primero o el expuesto par de Sánchez al sexto, tomando en corto al toro arrancado y clavando con majeza. Eso es lo que nos quitó de encima la murria consustancial a los toros de Cortés y de Victoriano del Río acrecentada por la disparidad de sus estampas, aunque no dejaremos pasar la ocasión sin resaltar lo armonioso y bonito que era el cuarto, Bolero, número 120. Una cosa es lo lindo que era el bicho y otra que cuando se fue a que le picasen recibió dos picotazos, como de avispa, de manos de Manuel José Bernal señalados arriba y en los que apenas se quebrantó al toro, que, habiéndose arrancado con ganas y vigor en ambos, ya estaba congénitamente bastante quebrantado desde la cuna. Porque otra seña de identidad de los toros de hoy ha sido su condición de febles y caedizos, lo que se dice derrengados. Y en lo del último tercio, meta final del trabajo ganadero de don Victoriano del Río Cortés que nadie eche cuentas de aquel Beato, número 46, de la despedida de Paquito Esplá o de la máquina de embestir llamada Dalia, número 56, que cayó en manos de Manzanares III, o el Vampirito, número 78, otra máquina de embestir que tocó en suerte a Fandi hará nueve o diez años. Hoy los productos pecuarios de Medianillos Ganadera S.L. nos trajeron unas embestidas que han han tenido más de bobitontas que de lo que se espera de un toro de lidia, o sea que falló la parte que tienen que poner los toros para darle un poco de importancia a ese incesante vaivén que es el toreo contemporáneo. Digamos que los tres primeros toros recibieron agrias censuras del sanedrín de Las Ventas por su falta de presencia y de remate y su aire anovillado. En la segunda parte del festejo la cosa de la presentación se arregló en lo exterior, pero en lo de dentro las trazas fueron las anteriormente descritas. Como dirían en la época de Gallito, esos tres últimos «aunque tuvieron bulto, fueron de paja».

Castella alargó mucho su encuentro con Maleado, número 183, viéndose desde el inicio que el bicho no se había preparado el examen y estaba más pensando en irse de vuelta al campo que en atender los requerimientos del diestro de Béziers y cada vez se ponía más cansino a medida que iba pasando el tiempo hasta que Castella se quitó de en medio al animalejo mediante un pinchazo y un bajonazo. 
El segundo de su lote fue el guapetón de Bolero, número 120, armónico en sus formas y de embestida tonta y sosa, al que enjaretó un compuesto inicio de faena con un pase cambiado, muy de Castella, y antes dos redondos y después dos naturales. Las fuerzas del animal, apenas picado, eran las justitas. Castella estuvo al inicio en el filo de ponerse a torear, pero optó por pegarse el arrimón del Castella de tantas veces, opción que no le sirvió para llegar al tendido, que le censuró su encimismo. Insistió el diestro en sus empeños sin que aquello cobrase vuelo y echó un buen rato con el toro sin que apenas nadie se lo agradeciese, salvo cuatro incondicionales. Mató al toro en el platillo, que eso sí que es una novedad digna de ser reseñada, y allí en los medios le dejó una estocada entera y tendidilla que fue suficiente.

José María Dolls juega siempre con una enorme ventaja que es la elegante figura que compone, su distinción innata. Si hubiéramos podido meter a Damáso Gómez en el cuerpo de Manzanares III estaríamos hablando de un torero Frankenstein que habría llenado una época, pero esas cosas son, de momento, imposibles. Muchas veces hemos reseñado que el hijo de Manzanares II estaba llamado a ser un torero de época pero que, sea por lo que sea, no quiso tomar esa corona y se conformó con ir haciendo sus temporadas, en las que ha tenido más cuidado de salir indemne y con el vestido limpio que de pegar los aldabonazos con los que debería haber sacudido los cimientos del escalafón. Aquella explosiva presentación de novillero en Madrid nos hizo concebir unas grandísimas expectativas sobre él que, por desgracia, nunca se cumplieron. Hoy volvió a pasear su palmito y las gentes vibraron con su pícara propuesta de toreo despegado y ventajista, fijándose más en la armonía de la figura del diestro que en lo deplorable del viaje del toro en cada muletazo. Vendió mejor la burra en el inicio, cuando el toro tenía algo más de fuelle, pasándole con la derecha, luego se cambió a la zurda y la cosa decayó para ya no volver a tomar vuelo. Poco compromiso y poca verdad es el resultado de su primera actuación en la que, como remate, cita a recibir ejecutando perfectamente la suerte y dejando una bonita media estocada arriba que echa al toro al suelo. La mejor estocada de lo que llevamos de Feria. Su segundo, Corchero, número 30, le comió el terreno con el capote y no dejó de comerle el terreno en todo el rato que estuvieron juntos el toro y el torero. Manzanares no quiso ni ver las complicaciones que el toro le proponía y, dentro de la impresión que transmite como de estar torpón y muy aburrido, decidió abreviar sin esmerarse lo que se dice mucho en la cosa de la suerte suprema. En un momento que el toro se le echa encima inadvertidamente, se lo quita de encima con un solo toque de muñeca que descarrila la aviesa embestida del burel. Esto sería casi lo mejor de su actuación.

Y Rufo, que es pepinero, se vino a la capital vestido de azul marino y oro. Principió de rodillas su labor con Bocinero, número 75, dándose la circunstancia de que en un momento determinado el toro y el torero estaban de rodillas, uno por su voluntad y el otro por su debilidad. Fue Rufo enjaretando su faenita de aire contemporánea que puso a rugir a cierto público y ahí iba el hombre entre sus cites con la muleta en V y su falta de colocación sacando adelante su trasteo hasta que se queda descubierto en un pase y el toro le ve lanzándole un derrote y echándole por los aires. Las asistencias pretenden llevarle a donde Padrós, pero él no tiene más que el porrazo, por intercesión de su Patrono San Blas, y cuando vuelve al toro ya lleva ganada prácticamente la «aurícula doloris», la de «trompazo y revolcón, oreja al esportón». Ya sólo resta pegar tres naturales y una media estocada con derrame para que las gentes le pidan una excesivamente generosa oreja. En su segundo la cosa cambió, lo primero porque no hubo revolcón y lo segundo porque al toro no le interesa lo más mínimo el juego ese de las telas y, acaso ya demasiado tarde, el bicho se ha dado cuenta de que su verdadera vocación es la de tirar de un carro, aunque su inexorable destino es recibir dos pinchazos y un bajonazo que ponen fin a su vida y al festejo.

Llama la atención a lo largo del desarrollo de la corrida que el señor Gerente del Centro de Asuntos Taurinos se dedique a estar todo el rato zascandileando por el callejón, de acá para allá, en tablas durante la lidia de los toros, después acercándose a dar un recado a los de un burladero, luego otro paseo a otro burladero. Debe ser una persona inquieta, pero desde luego su lugar no es el callejón durante la lidia.

Sánchez

ANDREW MOORE





LO DE CASTELLA





LO DE MANZANARES III





LO DE RUFO




FIN

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