martes, 18 de junio de 2024

Se llamaba Soledad / por Pla Ventura

"..Recuerdo que, cuando Soledad Ventura abandonó este mundo, yo llevaba dos años trabajando para poder ayudarle puesto que, obvio resulta contar que, en aquellos años andábamos escasos de todo, no pasábamos hambre, pero, los recursos eran limitadísimos. Mi ilusión, ante mi madre, no era otra que comprarle una cocina de butano de dos fuegos, todo un lujo para le época puesto que, con anterioridad a ello cocinábamos con carbón.."

 Se llamaba Soledad

Pla Ventura
Se cumplen hoy, exactamente, sesenta años en que vivo en soledad, es decir, sin Soledad Ventura que era mi madre. Dicho día representa una jornada nefasta para quien suscribe que, con aquellos apenas catorce años de vida, un chaval todavía, que tuvo que enfrentarse a la dureza de la vida, como tantas otras personas, en aquellos años en que, la existencia, por naturaleza propia era durísima. Un lance del destino que, tantos años después todavía no me he recuperado.

La vida es como es, no como nosotros quisiéramos que fuera, de ahí todas las sorpresas que podemos encontrarnos en el camino, en ocasiones como la citada, zarpazos que nos arrancan hasta el alma. Pese a todo, por duro que sea el golpe, uno tiene que levantarse. Confieso que, con catorce años, sin apenas experiencia ante los avatares más insospechados que uno pueda encontrarse, no queda otra opción que mirar hacia el futuro que, en mi caso resultó durísimo, por esa razón entiendo como nadie a los que sufren por la causa que fuere. Cierto es que, mi experiencia resultó durísima, conmovedora, tanto como para curtirme la piel y, ante todo, el alma.

Es cierto que me he pasado la vida preguntándome cómo pude sobrevivir ante aquel aciago día en que, como explico, enterraba a mi madre. Desde aquel entonces, cientos de miles de madres han muerto y han dejado solos a sus hijos, pero, cuando una madre muere de viejita, eso se llega a comprender porque que es  la ley de nuestra existencia. Por el contrario, todo se complica cuando ves que tu madre muere con treinta y ocho años, no se llega a entender jamás. Entiendo que, en momentos como el referido, llega Dios a tu lado para darte esa fuerza que crees haber perdido, una fortaleza que te invade sin apenas darte cuenta para poder seguir en la dura batalla de la vida.

Recuerdo que, cuando Soledad Ventura abandonó este mundo, yo llevaba dos años trabajando para poder ayudarle puesto que, obvio resulta contar que, en aquellos años andábamos escasos de todo, no pasábamos hambre, pero, los recursos eran limitadísimos. Mi ilusión, ante mi madre, no era otra que comprarle una cocina de butano de dos fuegos, todo un lujo para le época puesto que, con anterioridad a ello cocinábamos con carbón y más tarde con un hornillo de petróleo. Gracias a mi trabajo cumplí mi sueño, le compré la cocinita referida y un abrigo para que mitigara el frío en ellos duros inviernos de aquellos años.

Aquello me satisfizo mucho porque, pese a todo, Soledad Ventura, gracias a mi esfuerzo pudo ver cumplidos sus sueños del momento, la cocina de butano y un humilde abrigo para el invierno. Nunca me arrepentiré de haberme puesto a trabajar a los doce años sin estar dado de alta en la empresa, algo que se hacía a partir de los catorce años, es decir, de forma “ilegal” pero muy necesaria. Y recuerdo que fue mi madre la que me trajo a la empresa que me dio el trabajo y le dijo al jefe: “Ahí le dejo al chico, espero lo haga usted un hombre de provecho”

Apenas conviví catorce años junto a aquella mujer excepcional, pero me bastaron y sobraron para emprender el camino de vida que ella siempre me marcó. Si como madre me arrebató, como maestra, mientras viva, le agradeceré sus magistrales lecciones que a diario me daba; la primera de todas era su alegría por vivir, siempre estaba cantando, su sonrisa dibujaba su lindo rostro y, entre otros muchos  valores, ella creía en el ser humano, hasta el punto de que según su leal saber y entender, la maldad no existía en las personas, sin duda, su virtud más emblemática. Si alguien hacía algo mal, ella siempre lo atribuía a las circunstancias adversas de cada cual. ¡Menuda forma de vida!

Algunos amigos han pasado por el mismo trance que yo tuve que soportar, razón por la que todos me entenderán a la perfección y, quiénes no lo hayan sufrido, dichosos de ellos que se han evitado el trance más duro que un ser humano pueda sufrir, perder a una madre en plena adolescencia.

Sigo creyendo, amada Soledad Ventura, que te llevó Dios contigo sabedor de tu bondad y, mucha falta harías en el cielo cuando el creador te llamó para estar a su lado. Tenías muchos valores, Soledad, el primero de todos es que no usabas agenda porque hacía los que amabas y eso, te lo recordaba el corazón, te dedicaste solo a vivir y no te quedó tiempo para otra cosa.

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