domingo, 27 de diciembre de 2009

BARCELONA Y LOS TOROS /Por Fortunato González Cruz

Barcelona y los toros


Fortunato González Cruz (1)

Mérida (Venezuela)

26 de Diciembre de 2009

No hay en España un escenario más apropiado para la confrontación taurina que Barcelona. Con Federico García Lorca digo:
“Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales”

¿Quiénes acompañarán a Rosa Gil en la faena? ¿Sabrán, como la Nena de Leopoldo, por ser de allí mismo de Las Ramblas, del Rabal, no dejar que asesinen algo del tuétano catalán? ¡Si! de la esencia de una Cataluña que desafía a la razón geométrica con su pretensión por imponer espacios y formas, a la lógica lineal que castra.

Barcelona se soltó los moños hace mucho tiempo y ese es parte de su encanto que seduce. Allí está la Sagrada Familia plantándole cara a las escuelas de arte y de arquitectura, la magia de un místico inspirado por Dios y atrevido con las fórmulas. Como pararse frente a un toro bravo a retar a los incrédulos.

Catalán es el viento que hincha las velas de Dalí:

“Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua
el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.
Canto la sirenita de la mar que te canta
montada en bicicleta de corales y conchas.”

¡Ay, Barcelona! ¿Callarán la voz de Monserrat Cabellé y Freddy Mercury? Los argumentos traicionan la dirección de las flechas. Con la misma vara se pueden medir las diversas manifestaciones del arte y entonces quedarán los vidrios rotos que alguna vez se podrán recoger, si el tiempo lo permite.

La política como todo tiene tiempos buenos y malos, la cuestión está en que las decisiones estratégicas marcan una ruta que compromete a todo el colectivo a veces por largo tiempo; minorías encerradas en sus cárceles ideológicas se puede imponer por pactos circunstanciales y es entonces cuando se marca un camino ajeno, extraño, inexplicable, absurdo, como un cáncer que se come las esencias que dan vida e identidad. Es el camino de lo anodino y trivial revestido por el marketing de apariencias tan de moda en este caótico siglo XXI donde la lucha es entre la identidad y la pérdida del rostro. O la ruta hacia fundamentalismos intolerantes. No se sabe que es peor.

España va peligrosamente en esas trochas por obra de una élite sosa, desapasionada, desprovista de casta y de trapío; una izquierda cómoda, vacía y de cliché que como la catalana se agota en generalidades, en lugares comunes incapaz de comprender los tiempos ni las circunstancias.

Por allí no se sale de la crisis, con un europeismo tercermundista a cuestas, a localismos patológicos que son contradictorios con las exigencias de un siglo que demanda cojones, como los que tuvo Federico García Lorca y Manuel de Falla al mundializar el cante jondo, preterido por las élites de entonces con complejos como las de ahora.

“Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura”; mujeres como Rosa Gil, catalanes con pasión por la libertad, por el arte, por la vida, como lo dice el Manifiesto de La Mercé: “Barcelona, ciudad libre, casa de hombres y mujeres libres, plaza de la tolerancia, del diálogo, del civismo, espacio para expresar libremente la diferencia y en el que quien respeta es respetado. La queremos así: viva, palpitante, en ebullición, capital de Catalunya, metrópoli europea, solar nuestro, ciudad abierta, ciudad de todos.”

No son solo los toros y todas las expresiones culturales que se tejen en torno a la corrida lo que está en juego, es la sobrevivencia de una “religión oscura, incomprensible para casi todos, pero que constituye la llama perenne que hace posible la gentileza, la galantería, la generosidad, la bravura sin ambiciones donde se enciende el carácter inalterable de este pueblo.”.

¡Que sea Barcelona el escenario donde se libra la batalla contra un nuevo Tribunal de la Inquisición! Es paradójico, como también por mucho tiempo estuvo la puerta cerrada al mar hasta que al impulso de un acontecimiento axial y la acción de hombres y mujeres que supieron leer los tiempos, drenaron las Ramblas hacia el Mediterráneo.

¿Que sea Barcelona donde desmonten al Quijote de Rocinante y a Sancho del jumento?

¿Cambiarlos por Mac Donald?

Mejor ni pensarlo.
(1)
Fortunato González Cruz, es Catedrático de Derecho de la Universidad de Los Andes de Mérida-Venezuela, y Director de la Cátedra de Tauromaquia "G. Briceño Ferrigni"

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