viernes, 11 de diciembre de 2009

MÉJICO: LOS BERRINCHES DE TÍO VINAGRES /LA LECHERA CHUIQUITA


Berrinches taurinos
del tío Vinagres

Bajo este seudónimo escribe Gabriel Lecumberri
Veintidós de noviembre del 2009

La Lechera Chiquita

Hay tardes en las que no se sabe qué pasó, ni mira uno por dónde entrarle a la crítica de la corrida. Tardes de misterios misteriosos que no alcanzamos a descifrar con nuestras cortas entendederas, porque además nos damos cuenta, un poco a toro pasado, que la barra de canales de la tele de paga nos ofrecía otras muchas opciones para matar el aburridísimo domingo. Ahí estaba, por ejemplo, al alcance de un botonazo, la telenovela de Patito o la de Carita de Ángel, o ya de plano la serie de las Señoras Desesperadas. ¿Quién nos mandaba, entonces, ponerle a la corrida, si ya sabíamos cómo venía lo de Julio Delgado? Ya bastante mala señal era que el palco de ganaderos luciera vacío y que el señor Delgado, más listo que ninguno, se quedara tan campante en Coahuila como diciendo: ahí les encargo a mis chivos, yo ya no quiero más disgustos.
En tarde soleada desfiló por la puerta de toriles una mansada nobilísima, y sospechamos que jovencísima, a la que se le escurría la lechita condensada por los morros. Canastero fue el primero: un bombón castaño, berreoncito y rascón, que humilló desde el capote sin una mala mirada, como el sueño de cualquier torero de salón, y al que Calita despachó, tras dos avisos, con tres pinchazos y doce descabellos, como los meses del año o como los Santos Apóstoles. ¡Doce! Vinieron luego Diputado, negro y delanterito de cuerna; Director, negro entrepelado y acucharado; Cienfuegos, otro negro delantero; Pajarraco, un castaño acucharado y Mi Sargento, negro y cornalón. Fundidos en el mismo molde, todos rascaron, todos sosearon, todos mansearon con los de a pie y todos fueron cambiados con una única varita, tan chiquita como ellos. ¿Por qué, entonces, se cayeron, dirá usted, si les hicieron menos sangre que la que saca un zancudo? Los inteligentes disertarán sobre la altura de la ciudad de México, sobre la genética y la consanguinidad, sobre la alimentación en la ganadería o sobre las condiciones del ruedo de la plazota. Mucho dudamos que esta vez existan argumentos para culpar al peso excesivo que traía encima la corrida. Nosotros, que somos muy malpensados, creemos que simplemente, María, se cayeron por descastados.
¿Y qué decir de los toreros?


Muy bien estuvo el Manzanas,
aunque con dos novillejos.
De los paisanos,
digamos,
que de los dos no haces uno,
que Mejía no tiene ganas,
que Calita está muy lejos,
y que no sirve ninguno.


Porque, vamos a ver, señor Mejía, ¿de dónde saca usted que se puede seguir viniendo año tras año a la temporada grande a ejercer el destoreo más descarado, con la pierna de salida más retrasada aún que la muleta suya de usted? Y es que para ser torero viejo y panzón, o se llama uno Manolo Martínez, o Antonio Chenel, o Curro Romero, y eso sólo en Sevilla, o mejor nos dedicamos a otra cosa.
De José María Manzanares confirmamos su torería y su buen gusto, y nos entusiasmaron sus elegantes cambios de mano y sus consabidos poderío y temple aunque, justo es decirlo, sufrió entre las dos faenas tres desarmes tres, cosa inusitada. Mató, además, como un cañón, para no variar. A su administración, Matilla por delante, tendríamos todos que reclamarle que permitiera que su torero viniera con este cartel y con estos toros. Parecen nuevos.
Al joven Calita le vimos escuela, pero nada más. Su toreo, corrientón como las galletas de animalitos, nos tememos que no va a gustar en México. Puede, sí, torear en plazas del interior por dos pesos, o regresar a España a encasillarse en las corridas duras, en el Valle del Terror y en los festejos toristas de las ferias, con mucho miura, mucho victorino y mucho peñajara, a tragar, y a cobrar, que los que aguantan eso ganan mucho y bien. Con esos toros las empresas pagan los euros del cloroformo, del valor, de la técnica y de la presencia de ánimo que se requiere para enfrentar de marzo a octubre a los mastodontes de mala leche, no como los de hoy, que eran de la Lechera Chiquita. La clase de la que carece Calita es lo de menos. Otra opción es quitarse de cuentos y ponerse a trabajar.
En fin, que fue ésta otra tarde de mansedumbre. En la de la inauguración vimos a cinco mansos sosos. En la segunda a dos o tres más, con su peligro, y esta vez llegaron seis mansos dulces y empalagosos. Tan empalagados quedamos que al anuncio del regalo reaccionamos, ahora sí, cambiándole a Carita de Ángel, por lo que ignoramos, y no queremos saber nunca, cómo concluyó el affair entre el cuadrúpedo de Los Ébanos y el bípedo de Tacuba.
Vienen Xajay, el Cejas y el Príncipe del Microbús.
Veremos, si Nuestro Señor lo permite y conseguimos boleto, y diremos.
Fuente: José María Moreno Bermejo

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