lunes, 8 de marzo de 2010

MANUEL, EL ESCULPIDOR DE SENTIMIENTOS / Por Javier Hurtado

Galería de Manuel de la Fuente
Javier Hurtado admirando su obra

MANUEL, EL ESCULPIDOR DE SENTIMIENTOS
Por Javier Hurtado (1)
Madrid, 8 de Marzo de 2009

Estimado Juan, respetado amigo.
Capitulares y versales en negrita destacan estos días en tu blog la figura desaparecida de un artista universal. El escultor Manuel de la Fuente ha fallecido en Mérida, Venezuela, su tierra de adopción, a los 78 años y, cuando muere alguien tan querido por muchos, es natural que se le rinda homenaje por las vías tradicionales: obituarios, epicedios y necrológicas.

Cuando el 9 de febrero pasado, al cabo de un año, nos reencontramos con Manuel lo encontré muy desmejorado, creo que lo comentamos. En su aspecto caquéctico se sincretizaban los inequívocos signos de quien padece una enfermedad consuntiva. Se quejó de que le faltaba la fuerza necesaria para trabajar y se mostró presuroso por terminar su galería de arte. Iba a inaugurarla seis días después y todavía faltaban por colocar bastantes piezas de la que pretendía fuera exposición permanente en su domicilio.

El jueves, día que dio comienzo la Feria del Sol, se pasó por nuestro hotel de buena mañana. Habíamos quedado para desayunar y de allí pasaría por la plaza de toros a recoger su acreditación. Sentados a la mesa me confesó que había interrumpido la actividad en que estaba enfrascado desde el amanecer porque le sobrevino un desvanecimiento.

Durante la media hora que pasamos juntos se mostró preocupado y cogitabundo. Manuel era riguroso como un teorema para su trabajo y, sin decirlo de forma explícita, me dio a entender que temía no contar con el tiempo necesario para terminar lo que tenía entre manos. Dispuso del preciso. Pudo acabar la exposición e inaugurarla pero su valetudinario organismo, se desmoronó instantes antes de que el público asistente al acto abandonara la casa. Ingresó en el hospital y ya no se recuperó.

Conocí a Manuel de la Fuente un año atrás, por esas mismas fechas, cuando le visitamos en su taller. Conversar con él, fue una desusada delicia. Me contó que en su juventud, recién licenciado, prefirió viajar de un lado a otro, cargado de ilusiones, antes que afincarse en un sitio concreto. Vivió la bohemia del artista y después de un peregrinar giróvago por varias ciudades europeas recaló en Venezuela. Fue su padre quien le instó a que, a imagen y semejanza de su abuelo, marino mercante que viajó mucho a Cuba, ampliara la idea limitada, ceñida al ámbito local y familiar, que tenía del mundo y se atreviera a cruzar el Atlántico.

Así lo hizo y, después de no pocas andanzas, encontró un puesto de trabajo en la sección de anuncios de El Universal que era el periódico de los emigrantes de aquella época. En la ciudad de Mérida se necesitaban escultores para la catedral y Manuel, que había estudiado imaginería en Sevilla, se sumó al grupo de candidatos. Le examinó y aprobó el arquitecto español Manuel Múgica Millán, afamado urbanista en la Caracas de los años 30.

A Manuel de la Fuente le gustaba la Tauromaquia desde niño. Recordaba con nitidez su primera corrida de toros: Cádiz, festividad del Corpus Christi, a los 11 años de edad. Le había regalado un retrato a Raúl Ochoa Rovira, diestro argentino, nacionalizado peruano, y cuando éste le preguntó cuánto costaba el dibujo, le dijo: “Yo no vengo a por dinero, lo que quiero es ir con usted a los toros”. Y Rovira lo metió en el callejón.

Como artista Manuel sentía que hay un fuerte potencial en lo taurino para la creación pero observó que no se ha logrado penetrar profundamente en la fiesta brava. Él se esforzaba en intentarlo a sabiendas de que, probablemente, no lo lograría. “La veta artística -decía--, no se termina nunca. Como en el toreo, siempre habrá algo más que decir y por eso el toreo es arte. Las obras de arte tienen vida propia, no son inertes, hablan y esa es la razón de su perdurabilidad”.

Manuel era celoso del buen oficio y a veces disfrutaba más en el ejercicio de la ocupación que con el resultado de la misma. Exigente en cuanto al conocimiento de la técnica, consideraba que para hacer algo bien hecho hay que dedicarle tiempo y sobre sus peculiares características como escultor opinaba: “El estilo de un creador está en su propio estilo de vida; es la búsqueda permanente en el interior.”

Le pregunté, cómo no, si pensaba establecerse algún día en España y respondió que se sentía bien en Mérida. “Para mi lo fundamental es hacer amigos. El concepto de nacionalidad no lo tengo en cuenta. Estamos en la etapa de la globalidad, del entendimiento y lo realmente importante es localizar al ser humano donde esté. La profundidad del alma, del sentimiento se encuentra en todas partes, entonces, como lo he localizado aquí, no me da por regresar. Recuerdo mi patria, la quiero mucho pero no soy persona de un sitio determinado. Creo que el sitio determinado está en mi mismo”.

Manuel de la Fuente fue un artífice versátil que encontró una senda propia y la recorrió en solitario, un “torero de la Isla de San Fernando” que en vida recibió lauros por su producción artística y en la hora de la muerte el consternado silencio de quienes nos acercamos a su desmesurada humanidad. Aunque es inevitable que la desaparición de este gran hombre, escultor de sentimientos, deje cicatrices en el recuerdo, su obra, repartida por el mundo y el resol de su exposición permanente lo evocarán permanentemente.

Dios te guarde.

Javier
Manuel de la Fuente se "atracó" de arte igual que el banderillero de toro

La aficion taurina inspiró gran parte de la obra de Manuel de la Fuente

Ganando tiempo al tiempo para rematar su Galería,
así lo explica a Javier Hurtado y a Juan Lamarca

La obra cristiana siempre presente en Manuel de la Fuente

Con Fortunato, su amigo del alma

El escultor junto su "Columna de la vida"

Detalle de la base de la columna





(1) Javier Hurtado, es periodista taurino de RTVE

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