lunes, 30 de agosto de 2010

Parando relojes ante los victorinos / Por Jorge Bustos


Victorino Martín, el mejor ganadero de la historia en números redondos,
ante las estantiguas del toreo moderno en el Ercilla

Jorge Bustos

Bilbao para los taurinos es como La Meca para los moros o la música de un salón de bodas para Teddy Bautista. Un imán de magnetismo irreprimible. A la arena negra de Vista Alegre echaron el miércoles los toros de Victorino Martín, que son unas bestias malencaradas cuyos pitones parecen diseñados específicamente para desgarrar tejido humano y cuyas pupilas huecas e insensibles comparten con los tiburones. Las plazas son toristas o toreristas en función de que prepondere la ganadería o el cartel, y los buenos aficionados saben que en la tauromaquia lo importante es el toro. De ahí la relevancia de la feria bilbaína.

Uno, que no sabe de toros lo que le gustaría, tuvo la fortuna de acudir a la plaza con la gente que más sabe de España, y que mejor escribe también. Estaban Ignacio Ruiz Quintano y José Ramón Márquez -azote de Morante y El Juli en virtud de una ironía alevosa que manejan como El Cid la mano izquierda-, Catalina Luca de Tena, la concejala de Arganzuela Dolores Navarro y Valle Camello, también al servicio de Gallardón, al que Azkuna ha invitado para que vea a El Juli, aunque suponemos que a Gallardón le satisfaría más que lo llevaran a ver zanjas o anillos ciclistas. Primero anduvimos por el Hotel Ercilla, apéndice urbano de Vista Alegre porque allí se hospedan todos los toreros y hormiguean confundidos los curiosos y los familiares de los matadores, sus groupies ansiosas y sus apoderados nerviosos, famoseo flamenco y en general mucha clase bien.

Sentados en el tendido 4 vimos salir aquellos bichos negros para que los afrontasen El Cid, Juan José Padilla y Diego Urdiales. Fue una corrida emocionante como siempre que median los victorinos, aunque a El Cid le tocó el lote más cabrón y Pirri, uno de su cuadrilla, sufrió un revolcón sin consecuencias. Tomando una copa luego, Pirri nos enseñó la cicatriz en la garganta que le dejó una antigua cogida y que es como la que debe de tener Julio Aparicio. “¡Si es que ese toro me llegaba hasta aquí”, nos decía El Cid tras la faena. El que sí triunfó fue Padilla, que recibió al cuarto a portagayola y luego le ligó pases espectaculares. Antes de ponerse de rodillas vi a Padilla santiguarse, porque, perdónenme ustedes, hay que tener muchos cojones para arrodillarse ante la salida de un victorino. “¡Se ha santiguado! Si lo ve Zapatero...”, comentó Ignacio. Márquez cabreaba a los morantistas que teníamos debajo: “¡Morante, siéntate con estos toros en la silla y ponte a parar relojes!”. El descojone, oigan. Por ahí andaban Basagoiti y el lehendakari, Sánchez Dragó, Los Morancos, Los del Río y otros varios de cuyo nombre no me acuerdo. Todos importantes.

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