Atención. Llamada de atención. Lo que ha perpetuado durante siglos y frente a inquisidores de toda ralea a la Tauromaquia, lo que le otorga vigencia, es la presencia del peligro, el riesgo, el halo constante de la muerte, que es el toro, el negrito. A sus muchas bondades puramente cinematográficas, La vida sublime añade una fundamental en estos tiempos de zozobra taurina: el valor de la autenticidad. Autenticidad para andar por la vida y, también, autenticidad para una Fiesta que sólo se reconoce a partir de ella.
La vida sublime
PACO MARCH
Hace poco más de un par de años, Daniel Villamediana, joven cineasta vallisoletano afincado en Barcelona sorprendió, a quienes tuvimos la fortuna de verlo, con un mediometraje transgresor desde el título El Brau Blau ( “El Toro Azul”) que rivaliza sin demérito- opinión personal, claro- con las que, desde coordenadas, estilos y lenguajes absolutamente dispares, pueden ser consideradas obras fundamentales de la cinematografía taurina: Torero del mexicano Carlos Vela y con el diestro azteca Luis Procuna de protagonista y Tú solo el documental de Teo Escamilla con la Escuela Taurina de Madrid y Joselito, Yiyo, Sandín y El Bote.
Era El Brau Blau un viaje interior en el que el protagonista y único personaje, Víctor J. Vázquez (primo del director, también pucelano y profesor en la Facultad de Derecho de Sevilla, ¡viva la heterodoxia!) retirado en una masía del Ampurdán, lee a los maestros de la vida y del toreo, construyendo piedra a piedra su mundo y su sueño (el círculo mágico del ruedo en campo abierto), todo a partir de la tarde del regreso de José Tomás a los ruedos en Barcelona una tarde de junio de 2007. Y allí se siente torero para que el espectador, a través de imágenes de imponente fuerza visual en las que el toro no está pero si está, se sumerja con él en un mágico magma.
Ahora, Villamediana estrena en diminutas salas (así están las cosas) de Barcelona, Madrid y su Valladolid natal, La vida sublime, otro viaje, este de Castilla a Andalucía, también con Víctor- el primo- como eje. El hilo conductor, la excusa, es seguir la huella de un abuelo anarcoide y torero embarcado en aventuras más imaginarias que reales.
De los campos castellanos a la luz blanca andaluza, el protagonista dialoga consigo mismo y el paisaje, salpicado por personajes pura antología del más hondo saber del pueblo. Si con uno es la política la excusa para hilvanar auténticas perlas de sentencioso gracejo, la que tiene como escenario la taberna “Casa Manteca” es el Cossío en verso.
En la conversación con Pepe Manteca (el que da nombre al lugar), torero sin fortuna en los ruedos a mitad del siglo pasado, Vázquez ¡ese apellido! le pone en suerte nombres y conceptos para que Manteca abra el capote del corazón, la memoria y el alma ante la cámara y proclame saberes y estares pura torería, la misma que pondera en toreros castellanos como Roberto Domínguez y su tío Fernando. Esa forma de mover las manos, ese acompasado ritmo de palabras y gestos llegan al espectador traspasando la pantalla y uno está tentado de gritar olé.
Y entre esa fiesta del más puro hablar torero, en la que revolotean caprichosos duende y alegría, una reflexión resuena con dureza de pedernal. Dice Manteca , “todo eso está muy bien pero hay algo que lo hace distinto a todo, la presencia del negro o el mulatito, que es el peligro” a lo que Vázquez corrobora : “el peligro es lo que hace la vida sublime”.
Atención. Llamada de atención. Lo que ha perpetuado durante siglos y frente a inquisidores de toda ralea a la Tauromaquia, lo que le otorga vigencia, es la presencia del peligro, el riesgo, el halo constante de la muerte, que es el toro, el negrito. A sus muchas bondades puramente cinematográficas, La vida sublime añade una fundamental en estos tiempos de zozobra taurina: el valor de la autenticidad. Autenticidad para andar por la vida y, también, autenticidad para una Fiesta que sólo se reconoce a partir de ella.
Nadie pide tragedias, ninguno (salvo los irascibles anti) quiere ver la sangre derramada de los toreros. Pero todos deberían velar, desde sus respectivos ámbitos y exigencias, porque lo que sucede en el ruedo tenga, cada tarde y sin importar plazas, la impronta de que lo que allí sucede está muy cerca de la más gloriosa y gozosa de las heroicidades, esa que viene provocada por un toro en plenitud frente a un hombre dispuesto , como cantan las coplas manriqueñas , a poner su vide sobre el tablero.
Por todo eso , “La vida sublime” es , aunque no lo parezca y ni tan siquiera estuviera en la intención de sus creadores, una gran película de toros.
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