Ortega Cano: personaje de tragedia griega
Antonio D. Olano***
José Ortega Cano, como la mayoría de los toreros, parece y además es un personaje de tragedia griega. Los toreros luchan, aun sin estar consientes de ello contra su propio sino. No es esta la ocasión de recordar a los héroes de la Fiesta. Ni de hacer estadística de la muerte y hasta de la resurrección de figuras desaparecidas.
Ortega Cano ya está, felizmente, en su finca de “Hierbabuena”.Sufrió un calvario de muchos días en el sanatorio al que llego tras un accidente automovilístico. Un hombre perdió su vida y otro ha perdido su tranquilidad después del suceso. José Ortega Cano, ha sido una de las marionetas más cruelmente manejadas por el destino.
El cartagenero llegó a la cumbre del toreo tras pasar por numerosas vicisitudes. De niño vendía churros en Vallecas. Más tarde ya aspirante a la gloria taurina trabajaba en un puesto de melones en San Sebastián de los Reyes. Cuando se dispuso a tomar la alternativa en Barcelona madrugó al día siguiente para reincorporarse a su lugar de trabajo. Un verano madrileño se subió a su última oportunidad y triunfó en su pueblo de adopción. Y salió en hombros de la Plaza de las Ventas, su carrera ya estaba encarrilada. La primera en el pecho: un sobrino suyo fue secuestrado. Ortega Cano pasó de las páginas taurinas a las de sucesos. Los triunfos se sucedieron y un afortunado día conoció a la cantante más grande de España, Rocío Jurado con la que matrimonió.
Días intensos de completa felicidad. Ortega, que de niño quería ser bailarín, se subió a un escenario el día de la boda para bailar y cantar en dúo por su bien amada. Los dos adoptaron un niño y una niña a los que dieron su nombre.
Como dice el tango la suerte volvió a ser grela para ambos personajes. Solo una hecatombe podría separarlos. Y la muerte, en la plenitud de ambos, se llevó a Rocío. José Ortega Cano, torero de época, sufrió las más graves cornadas de la historia taurina. Vio a la muerte en Aragón y a punto estuvo de perder la vida que en cada paseíllo ponía en juego.
He tenido la obligación y la oportunidad de ponerme en contacto con él y su familia durante el más reciente y trágico suceso. Todos teníamos el temor de que jamás se rehiciese de la cornada sufrida en una carretera rural. Su rescate de entre los daños sufridos por el coche fue épico.
Ya consiente de todo lo que había sucedido tuvo que hacer frente a la triste realidad de que un hombre murió en el accidente. No le busquemos tres pies al gato, no sería honrado pretender borrar los errores, una muerte que el torero y a todos sus allegados llenó de tristeza. Pero tampoco es de recibo que se le quiera condenar a los infiernos ¿hay mayor castigo que saber que se le cortó la vida a un ser humano?.
Ortega, que sigue rodeado de los suyos, se repone lentamente. Pero a pesar de la peligrosidad de sus lesiones, me consta que su mayor problema es conocer el resultado del percance automovilístico. El torero, es, antes de todo un ser humano. Ya hemos tenido contacto telefónico con él. Este suceso equivale a la más grande cornada que ha recibido nunca.
Los seres humanos nos equivocamos frecuentemente. Ortega Cano siente ahora, una losa encima, en tremendo dolor de la responsabilidad. Sabemos que nunca más podemos encontrarnos con el, Vestido de luces, en un festejo. Pero deseamos el pronto restablecimiento físico y moral de un hombre de bien ¿Por qué se ensañan los y las cronistas sin corazón con este gran personaje humano y taurino. De destino incierto como los héroes de la tragedia griega?
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