sábado, 1 de octubre de 2011

El cliente / Por Ignacio Sánchez-Mejías Herrero


El cliente 

"...el cliente en el mundo del Toro no es el aficionado, sino la figura del toreo. El toro se cría bajo de casta y de peligrosidad para que lo “compre” su verdadero cliente. El empresario organiza un festejo con este ganado para que la figura del toreo vaya a la feria..."

Ignacio Sánchez-Mejías Herrero

El cliente es una persona física o jurídica, que libremente opta por elegir nuestro producto o servicio y, además, está dispuesta a pagar por él lo que pedimos. En estos tiempos de crisis, el cliente es un bien escaso y preciado. Todas las organizaciones trabajan para la satisfacción del cliente, y su fidelización es una meta. Los espectáculos públicos no iban a ser una excepción. En épocas anteriores, los clientes de los espectáculos eran los que asistían físicamente al mismo, porque no había otra manera de contemplarlos. Con la irrupción de la televisión empezó a aparecer otro tipo de espectador que no estaba allí, el televidente.

Las organizaciones empezaron a comprobar que los ingresos por el aforo estaban limitados en función a la capacidad y al precio de las localidades, sin embargo los derechos televisivos empezaban a ser parte primordial de la cifra de ventas y cada vez eran mayores. Entonces cambiaron la filosofía del negocio para convertirlo en espectáculo televisado, donde el cliente principal eran las cadenas de televisión. Sirvan como ejemplo los deportes estadounidenses, como el futbol americano y el béisbol, compuestos de breves momentos emocionantes, suficientemente separados entre sí para que quepan cuñas de publicidad. El baloncesto también es un ejemplo, y en Europa se copió lo de los cuatro tiempos, precisamente para hacerlo más televisivo. El futbol es el último ejemplo que tenemos en España. Ahora los derechos de televisión son una cifra tan determinante de los ingresos de los equipos que los horarios los dictan las televisiones, sin importar que se juegue a la hora de comer, el domingo a la hora de desayunar o el lunes laborable y a partido descolgado. En definitiva se han olvidado de los intereses del público que asiste en directo.

Afortunadamente esta sinrazón no ha llegado aún a los Toros, pero lo que los aficionados nos preguntamos es ¿Quién es el cliente en el mundo de Toro? Parecería obvio que el cliente es el aficionado que libremente opta por ir a la corrida, pagando el precio que se le pide. Si el cliente es el aficionado, el espectáculo debería montarse siguiendo sus intereses, y volvemos a preguntarnos ¿Es esto así? La respuesta ya tiene más dificultades y muchas más matizaciones.

Los taurinos parecen que han visto a la afición como un mal necesario para el espectáculo. Se podrían contar con los dedos de una mano las empresas que han preguntado a la afición qué es lo que quieren ver. Al contrario, parece que se ha querido quitar al espectáculo emoción y peligrosidad. No hablamos ya de los fraudes como el afeitado de los toros, sino de los toros pequeños, sin trapío, desmochados, sin fuerza, sin casta y sin alma. ¿Quién quiere estos toros?

Cuando un neófito nos pregunta el porqué de la devolución de los toros, tan a la orden del día en muchas plazas, los aficionados nos vemos con muchos problemas para dar una explicación comprensible. Tenemos que acabar diciendo que el empresario ha traído un producto no acorde con lo estipulado. Quiere decir, que la empresa quería que su cliente, el aficionado, le comprara un producto no apto para el consumo, así de claro. Llevado esto al mundo empresarial normal, el neófito no entiende que la empresa quiera vender un producto no apto para el consumo, a no ser que quiera engañar al consumidor y quedarse con un dinero que no le hubiera correspondido en condiciones normales.

Parte de la explicación radica en que el cliente en el mundo del Toro no es el aficionado, sino la figura del toreo. El toro se cría bajo de casta y de peligrosidad para que lo “compre” su verdadero cliente. El empresario organiza un festejo con este ganado para que la figura del toreo vaya a la feria en cuestión, ya que si compra otros toros, “menos comerciales”, la figura ya no se los “compra”, no va a la feria y los aficionados si no van las figuras, no van a la plaza. Pero esto no crean que es así de ahora, esto es así desde hace muchísimos años.

Hay pocas ganadería que intentan mantener la pureza de su encaste sin que les compren el producto las figuras, porque el negocio así es ruinoso. En la actualidad, quizás sólo Miura, a los que las figuras no quieren ver ni en fotos, con la excepción de una vez Espartaco en Sevilla, no recuerdo a ninguna figura que se anuncie con ellos, cuando antes todas lo tenían que hacer si querían mantenerse en figura. Otro ejemplo son los victorinos, con los que maestros como El Cid han basado una sólida carrera, y ya con muchos menos festejos, Cuadri o El Conde de la Maza y pocas más, son capaces de mantenerse firmes. Lo cierto es que con la crisis económica se han reducido alarmantemente el número de festejos, y aunque los optimistas podían pensar que era bueno, porque íbamos a hacer una selección de la cabaña más brava para lidiar, se ha convertido casi en lo contrario. La ley de la oferta y la demanda ha hecho que se pueda comprar muy barato y lo barato es, casi siempre, malo.

Así las cosas podemos llamar al aficionado el “cliente que paga” y a la figura el “cliente que cobra”. Pues bien, va ganando el cliente que cobra, y por goleada. Al cliente que paga nunca se le ha cuidado, somos los grandes olvidados de la Fiesta. Los Toros son un espectáculo con muchísimos años de existencia, que se dan en España, sobre todo, en verano. Díganme qué adelantos de comodidad han detectado en las plazas de toros para atraer al cliente desde los tiempos de Joselito ¿Cómo se pueden seguir programando corridas en verano al sol, costando un dineral, para ver un espectáculo muchas veces descafeinado? ¿Quién ha pensado en el público? ¿Cuántas plazas cubiertas? ¿Cuántas intentando que el sol se convierta en sombra? ¿Cuántas con aire acondicionado? Si ya hasta las iglesias lo tienen para que no deserten los fieles. Las ofertas de ocio actuales hacen que el hipotético público huya de las incómodas plazas de toros a otros sitios más confortables y baratos. La juventud ha dado la espalda a la Fiesta. Y mientras, los taurinos, sin hacer casi ninguna autocrítica, y sin aportar apenas iniciativas para mejorar esto.

Algo hay que hacer y creo que todo pasa por devolver autenticidad a la Fiesta. Todo tiene que modernizarse, desde las plazas al marketing y a la comunicación. Los toros tienen que estar en los informativos de televisión, al precio que sea. Cuando José Tomás ha irrumpido haciendo la guerra por su cuenta, pero dando emoción a los tendidos, el público ha respondido, pero los “poderes establecidos” le atacan por salirse de las normas. Así no vamos a ningún sitio. Si las plazas de Cataluña se hubieran seguido llenando de emoción y de público, no se hubiera planteado la prohibición. Pero contra un espectáculo muy minoritario y degradado por la ola de animalismo que nos invade desde que “Bambi” habló y nos lo creímos, cualquiera se atreve.

Los Toros están en peligro y algo hay que hacer, y los que tiene que dar pasos al frente son los taurinos y detrás somos los aficionados. Pero, por favor, háganlo pronto.
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