jueves, 13 de octubre de 2011

PADILLA O LA VERDAD DE LA FIESTA / Por Antolín Castro

Esta es una imagen habitual de Padilla y ante toros sin sospecha

PADILLA O LA VERDAD DE LA FIESTA 

Por Antolín Castro
España

Podemos hablar de Padilla, tan de triste actualidad en estos momentos, o podemos hablar de la verdad de la Fiesta, tan de actualidad ahora mismo por la misma razón. Lo que sí podemos, y debemos hacer, es hablar de la Fiesta.

Lo acontecido a Juan José Padilla pone de relieve que la Fiesta está viva y lo estará mientras exista, de forma indubitada, el enfrentamiento de un hombre ante una fiera. Está claro que el percance sufrido por el jerezano no deja lugar a dudas y no hace falta ningún notario que de fe de ello. Las imágenes y las consecuencias hablan por sí solas.

En tres semanas consecutivas se han vivido momentos muy noticiables en tres plazas de toros de importancia. Barcelona, Madrid y Zaragoza han sido testigos de acontecimientos de primer orden.

En la primera fue por causas externas, el cierre de la plaza, pero hubo noticia y movimientos de aficionados que hicieron que pasara a las primeras páginas de los medios. Como tantos han dicho, faltó el toro exigible y ese es un pero muy importante como para dejarlo de lado u obviarlo sin más, pero había ganas de recordar que la Fiesta existe y que no se le pueden poner puertas con candados a tal cúmulo de sensaciones que esa Fiesta acumula a lo largo de varios siglos. Los toreros actuantes no fueron generosos en expresar lo máximo que representa esta Fiesta y se conformaron con tener toros a modo, jugosos contratos y el favor de tantísima gente ávida, en esa ocasión, de dar triunfos que sonaran mucho. Aún con las limitaciones expresadas, se habló y mucho de la fiesta de los toros, aunque fuera solo de la parte más bonita: orejas, triunfos, salidas a hombros, etc.

Llegó Madrid y cambió mucho, y a mejor, el panorama. La Fiesta recuperaba su fuerza natural y el enfrentamiento de los toreros con las fieras pasó de ser de pasarela a serlo en la forma épica que la deja marcado con tinta indeleble. Un mano a mano resucitó el hecho de que existen los toreros machos que enfrentan los problemas de los toros sin cursiladas ni aspavientos, solo con la verdad, con mucha verdad. Fandiño y Mora expusieron en la arena que la Fiesta existe, que la sana competencia es posible y que los toros no necesitan ser “manejables” para mostrar a todos que su enfrentamiento es cierto y que hay que jugarse la vida para alcanzar el reconocimiento de todos y más ante la cátedra de Las Ventas. Salieron ilesos de ese enfrentamiento cierto y ríos de tinta han corrido por tan feliz acontecimiento.

En esta última semana se terminó de cerrar el círculo de la verdad de la Fiesta y es un torero jerezano el que la ha protagonizado. Ni un lamento por ello ha surgido ni de él ni de sus más cercanos, saben cuál es la verdad y la tienen asumida. Por si fuera poco, este torero no disfruta de concesiones a su favor a la hora de salirle toros por las puertas de los chiqueros. Es torero desde siempre, sin descanso, y también sin desmayo. Los múltiples, y graves, percances sufridos no le han apartado de su camino. Una verdad sin aspavientos, con la dureza propia que ha de asociarse a esta dificilísima profesión. 

Gesto de Padilla ante un miura, habitual en su carrera. No todos lo han hecho.

La verdad de la Fiesta es así de dura y de cruda. Lleva aparejada la gloria, no exenta de muchos milagros como los que antecedieron en Madrid, pero ha de ser así. Sin la crudeza y la dureza, el dolor aparejado a ese enfrentamiento real, no es posible concebirla. Humanizar la Fiesta es tanto como, además de desnaturalizarla, echar a perder su historia y su grandeza. La grandeza no puede existir si minimizamos el riesgo, de ahí toda su verdad.

Padilla es torero, al margen de la amplia simpatía y/o extravagancias que exhibe; quizá como un recurso ante lo que sabe que enfrenta, como amuleto ante su destino ante el toro. Una forma de refugiarse con la sonrisa en los labios. Abierto, dicharachero, bromista y, por encima de todo, torero. ¿Cómo no vamos a llamarle torero si su carrera es una de las más dilatadas frente al toro sin sospechas? Quizá, más que ningún otro representa eso que llamamos torero. Y cuando ha podido se ha relajado y ha movido con suavidad los trastos… como los otros. Lo que no pueden decir los otros es que se enfrentan a lo que él se ha enfrentado siempre con la sonrisa en los labios, a veces mal interpretada. No queda más que decir que Padilla representa, duros percances incluidos, la verdad de la Fiesta.

A recuperarse pronto ¡Ánimo Maestro!
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