lunes, 3 de octubre de 2011

VIAJAR EN VENEZUELA / Por Fortunato González Cruz



VIAJAR EN VENEZUELA

Fortunato González Cruz
Por la calle real / Diario Frontera

Mérida, 3 de Septiembre de 2011
La semana pasada estuvo marcada por noticias sobre la vialidad y el transporte en Venezuela, entre las que resaltaron el choque de tres trenes en Los Valles del Tuy (los únicos que existen), los accidentes de cuatro aviones gracias a Dios sin víctimas, la interrupción de vías terrestres hacia diversas localidades por causa de las lluvias o por protestas de colectivos , las recurrentes fallas en el Metro de Caracas, y la toma por el gobierno de la empresa CONFERRY que realiza el transporte marítimo entre tierra firme y la isla de Margarita. A veces aparece en la prensa otras desgracias cotidianas como los atracos a vehículos de transporte colectivo, a taxistas y a particulares.

Ya los venezolanos saben que sólo pueden viajar por las carreteras del país entre el orto y el ocaso porque la noche es tenebrosa; que deben sortear los miles de obstáculos en las vías desde reductores de velocidad para el buhonerismo, alcabalas para la extorsión, baches y fallas de borde, desviaciones sin señalización, cuadrillas espontáneas de “reparación” con sus cobros de peaje. Se construyen autopistas para aligerar los viajes pero los interrumpen con puestos policiales o militares. 

El estado general de las carreteras es como si  Venezuela hubiese sido objeto de un bombardeo atroz. Difícilmente se consigue una vía que no sorprenda al conductor con algún estorbo que lo obligue a frenar o maniobrar desesperadamente, con lo cual son muchos los accidentes con dolorosos costos de vidas y bienes. Todas las rutas sin excepción son un desastre, pero los Andes y el Llano parecen haber recibido una negra maldición.

También saben los venezolanos que viajar en avión es arriesgar la vida porque el parque aéreo venezolano es de los más viejos y peor mantenidos. Se percibe el miedo en los rostros de los pasajeros al tomar el avión porque se nota el deterioro en  los asientos,  en las instalaciones visibles y surge la duda de cómo estará la cosa por dentro. Nadie sabe a qué horas se va ni cuando llega porque difícilmente los vuelos salen a la hora, ni siquiera cual es la puerta de embarque porque al menos en Maiquetía no coinciden los avisos uno con otro ni mucho menos con la información del personal de tierra, con lo cual el pasajero tiene que resolver su incertidumbre a las carreras y a última hora. Los aeropuertos cuentan con instalaciones destartaladas, mal mantenidas y salvo raras excepciones la atención es desconsiderada o inútil.

Los vuelos internos han sido reducidos a su mínima expresión por lo que casi siempre hay que ir a Maiquetía para conectar con otro destino. Del aeropuerto de Mérida, por ejemplo, se podía viajar a Valera, Barinas, Barquisimeto, San Cristóbal, Maracaibo, Maracay, Valencia, Porlamar y Maiquetía directo. Se contaba con varias líneas que ofrecían 21 vuelos diarios. Hoy el aeropuerto de Mérida está al servicio de los pocos privados que poseen aviones o de los altos funcionarios de la revolución. Ni un solo vuelo comercial.

Viajar a Margarita es un calvario. Por tierra tiene que tragar bastante por las carreteras orientales y luego esperar al sol inclemente, al agua y a los malos olores en las interminables colas a la espera de los ferris, o de los barquitos si no lleva vehículo; y en avión ya se sabe los riesgos.

No hay en Venezuela taxis con taxímetro, ni tienen identificación del conductor, a veces apenas un papelito pegado al parabrisas que dice “taxi”, de modo que el pasajero siempre tendrá que preguntar cuánto le cobra, quien es, y al fin confiar en Dios y en la buena fe de quien lo lleva.

Todo es obra de un gobierno dirigido por un psicópata que cree que la felicidad se logra sólo en socialismo. Mientras tanto el país es un campo arrasado. Viajar en Venezuela es una peligrosa aventura.

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