viernes, 4 de noviembre de 2011

Julio Camba y la Diputación de Sevilla / Joqaquín Albaicín



Julio Camba y la Diputación de Sevilla

Joaquín Albaicín

Leo que sesenta militantes del PSOE, a los que el crujido electoral encajado en los últimos comicios municipales había dejado en la cuerda floja, sin cargo público de que tomar posesión, han sido rescatados del paro y contratados por la Diputación de Sevilla, con sueldos brutos oscilantes entre los 40.758 y los 58.370,34 euros anuales. ¡Vaya suerte! ¡Menos mal que la cualificación y la honrosa hoja de servicios tienen siempre, en España, su recompensa!

Lo que, ante todo, asombra de esta operación de salvamento de proletarios en apuros es su inteligente planificación. ¿Cómo la Diputación, con lo mal que rula eso del empleo y desmintiendo todos los pronósticos de los más sesudos analistas, ha podido contratar a nada menos que sesenta individuos de una tacada? ¡Qué munificencia! A mí, hace ni se sabe que no me contratan en una revista, y eso que voy por libre, y no con cincuenta y nueve detrás (que estoy por probar, a ver qué pasa). Eso es conciencia social y eficacia, y lo demás, bicocas… Además, ¡qué forma de aprovechar el espacio! Porque, ¿qué han hecho con quienes, antes, ocupaban los puestos que han asignado a la nueva camada? Ninguna fuente indica que sus predecesores hayan sido despedidos o se hayan jubilado.

¿Han sido esos empleos creados ex profeso para los camaradas en paro? No, no, ni de coña. ¿En qué retorcida mente cabría que, en una democracia y en una institución regida por un partido de tan honda raíz obrera, sucedieran cosas así? Seguro que los recién incorporados a la Diputación vienen a reforzar la titánica tarea de quienes ya figuraban en nómina de la misma y a ayudarles a conservar su puesto de trabajo, en peligro por los réditos que el exceso de celo se cobra en la salud. No, la solidaridad de clase no es ajena al sacrificio por ellos asumido aceptando ese empleo. “Hoy por ti, mañana por mí”, que dijo el poeta.

Lo que apena un poco es que, a los alineados en esa vanguardia de la lucha cívica, tampoco les hayan dado unos cargos con muchas oportunidades de lucimiento. ¿Cómo van a demostrar los recién llegados sus capacidades si les asignan destinos como, según leo: “Asesor en Ciudadanía, Participación y Cultura”? No hay derecho, no, a malgastar el talento y el genio en destinos como ese. Porque, ¿cuál es la exacta misión de esos funcionarios? ¿Cultura? Ninguno de los sesenta, que se sepa, es músico, dramaturgo, escritor, matador de toros o artista plástico. Ahí no van a dar la talla, hombre. Son ganas de hacerles quedar mal. ¿Ciudadanía? No tengo noticias de que, para ser buenos ciudadanos, nadie necesitemos el consejo, la visita o la ocupación de un despacho por —mismamente, cito a boleo entre los de la lista- don José Antonio Asián Cardo o doña María Isabel González Barrera, a quienes, más allá de su casa y amistades, creo que nadie tenemos el gusto de conocer. Queda la Participación… Pero Participación, ¿en qué? Yo he participado toda mi vida en lo menos posible, y así desearía seguir. Creo que todos arrastramos muchas cosas que hacer para así, de bote pronto y sin venir a cuento, ponernos a “participar” en devaneos de naturaleza no especificada con el señor Asián o la señora González. Y tampoco es de recibo poner a los mentados en el compromiso de regalarnos a todos una participación de lotería, que a lo mejor es de lo que va la asesoría en cuestión.

No, así no hay modo de sacar a flote las aptitudes, como no lo hay tampoco en el desempeño de otro cargo que también ha tocado mucho en esta pedrea, pero igualmente frustrante para cualquier servidor público vocacional: el de “Asesor en Cohesión Social e Igualdad”. ¡Pero hombre! La Igualdad, dicha así, con mayúscula, ya sabemos que es algo que ni ha existido ni existirá jamás. Ahí no hay quien haga nada serio ¡ni siquiera con minúscula! En cuanto a eso de la Cohesión Social, ¿qué significa? ¿Que hace falta que tengamos un asesor que nos indique que vivamos en casas más pequeñas? ¿O que deberíamos caminar más pegados a la pared? ¿O que habríamos de cerrar mejor las ventanas? ¿O que sería deseable que, para tomar un café, escogiéramos preferentemente los bares con mucha gente agolpada en la barra?

Esta noticia de la campaña lanzada por la Diputación de Sevilla contra el absentismo laboral habría suscitado, sin duda, un desternillante artículo a Julio Camba, y no debe ser casualidad que, coincidiendo con esta cascada de nombramientos, haya llegado a mis manos el volumen titulado “Haciendo de República y otros artículos sobre la guerra civil” (Libros del Silencio), que agrupa bastantes de los sueltos de sátira política publicados durante la II República y la contienda fratricida por aquel insigne humorista y magnífico escritor de café.

El estilo literario por que se distinguió Camba no está, lamentablemente, muy de actualidad entre los articulistas. Por ahí andan, sí, Ussía, Izaguirre y alguna que otra pluma de nuestro tiempo, más o menos en sintonía con aquel sentido del humor suyo, pero no es fácil ya toparse con artículos de la categoría del consagrado por Camba al absurdo de la alfabetización obligatoria, o como el que dedicara a Largo Caballero (“La bata blanca del caudillo”) tras el conato revolucionario de Asturias, una obra maestra de la ironía.

Pero léanlo, lean su libro “Haciendo de República”, porque, aparte de que lo bueno no abunda, sí continúan de actualidad —por raro que parezca y por más que fueran formuladas en la década de 1930… sus denuncias. En efecto, releyendo a Camba, uno no sólo aprecia los perfiles grotescos y surrealistas de un régimen —el instaurado el 14 de abril de 1931- en el que hasta el último mono se creía con derecho a usufructuar una poltrona. Comprende el lector, además, perfectamente que, de aquel pseudo-humanitarismo cursi y aquella exaltación del paniaguado, ha extraído prácticamente toda su savia el zapaterismo.

¿No? No se trata ya del socorro laboral caritativamente brindado por la Diputación hispalense a sesenta ciudadanos que parecen no saber a qué dedicarse si no es a la ocupación de un cargo público. Son más cosas. Baste un solo botón de muestra. Si, como Camba denunciara, la República promulgó una ley de libertad de cultos en un país donde absolutamente nadie reivindicaba la práctica de otra religión distinta de la católica… Bueno, pues Zapatero, Rubalcaba, Salgado y Cía… En fin, lo más seguro es que la mayoría de los ciudadanos lo ignore, pero también habrá alguno que sepa que, durante unos años, en España ha mantenido abiertas sus puertas, presidido por Bibiana Aído, una persona de carne y hueso, con nombre y apellidos… Ha figurado en los presupuestos, decía, un Ministerio de Igualdad, es decir, todo un aparato burocrático dedicado a gestionar algo que nunca ha existido ni existirá jamás. En la Unión Soviética se pasaron setenta años laminando a la gente, a ver si conseguían reducirla a ese soñado estado de igualdad, y ni por esas. Tampoco los aplicadísimos nazis tuvieron más éxito. ¡Igualdad! ¿Cabe mayor absurdo? Menuda chorrada… ¡Qué artículo le habría salido a Camba a propósito de ese dislate de la Cartera de Igualdad!

Admitamos -¿por qué no?- que también hay que aplaudir los numerosísimos puestos de trabajo que, como hoy la Diputación de Sevilla, en su día habrá creado ese Ministerio (ahora reciclado en sub-asesoría, o algo así), la infinidad de asesores en cohesión social, asesores en patinete, asesores en concertación, asesores en afecciones gripales de género, asesores en innovación, asesores en homologabilidad, asesores en pene caribeño, asesores en sociabilidad, asesores en chanclas… que España le debe. Al César, lo que es del César.

Mas eso no excusa el hecho de que hablamos de una absoluta gilipollez y de un sinsentido carísimo. ¡Igualdad! Menuda chorrada… ¡Qué artículo le habría salido a Camba a propósito de ese dislate de la Cartera de Igualdad! Camba, sí, lo habría bordado contándolo. Ayer y ahora mismo, porque, pues eso: es actual. Tanto, que su antedicho artículo ridiculizando el dogma de la alfabetización por bemoles, sería hoy punible en España, como lo es el talento… En cuanto a “La infancia de los políticos”, también incluido en “Haciendo de República”, pese a haber sido publicado en 1935, no sólo describe una triste realidad vigente a día de hoy, sino que contiene pasajes que uno se siente tentado de calificar de inspirados por el don de la profecía. Como este: “¿Ignora usted acaso que vivimos en una sociedad democrática donde a medida que los zapateros [sic] se van pareciendo a los ministros, los ministros van asemejándose cada vez más a los zapateros [sic]?” Los [sic] son nuestros, por supuesto, pero, ¿no es asombroso? ¡Diría uno bendecido a Julio Camba por la virtud de la precognición! Una zeta mayúscula en vez de una minúscula, y ahí tendríamos -¿o es que lo tenemos?- la presidencia de Zapatero… ¡anunciada con unas siete décadas de anticipación!

Este pasaje de Camba, que confiere al presidente un aura de personaje de Nostradamus que no le habíamos notado, nos ha hecho cavilar acerca de si no habrá que considerar una lectura alternativa del nombramiento de los sesenta asesores. No sé, a lo mejor es que en Ferraz -¿siguen en Ferraz?- se está pensando en atrincherar en la Diputación al máximo posible de leales de cara a la llegada a la misma, el 20-N, de los nuevos ocupantes. Sí, puede que Zapatero esté pensando en Sevilla como bastión postrero, como último foco de heroica resistencia, y en su Diputación como el glorioso Paso de las Termópilas sobre cuya fachada una mano amiga escriba un día: “Extranjero, si vas a Atenas, di que aquí cayeron José Luis y sus trescientos ex concejales”. A lo mejor ha sido sólo eso, que faltaban sesenta para completar la cifra necesaria para constituir un manípulo. O no faltaban, pero nunca vienen mal.

Lo que, de seguro, no sólo siempre viene bien, sino que resulta de lo más recomendable, es leer a Camba. Más que nada, por vitaminizar la salud mental, comprender mejor la realidad que nos circunda y constatar la evidencia de que, en muchos respectos, España, en apenas una década, ha retrocedido siete.

¡Sesenta nuevos asesores! ¡Viva la austeridad!
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El Imparcial

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