domingo, 6 de noviembre de 2011

Mientras sonreían esposados... / Por Jorge Bustos



Mientras sonreían esposados...

Jorge Bustos

 Pero qué resistencia ni que épica, tontos del culo, que vais a criar percebes en la entrepierna con lo que os queda de maco por no haber criado antes una sola neurona provechosa en esas cabezonas RH que sólo os sirven para sujetar la puta boina, manga de perdedores

Me senté a unos cinco metros de la nuca cenicienta, mortuoria, carbonizada de Francisco Javier García Gaztelu, vulgo Txapote. Nunca había tenido tan cerca un montón de estiércol tan grande, si los cálculos no me fallan. El reo dijo lo de siempre, que no reconocía el tribunal, esa previsibilidad cejijunta del fanático. Desde luego ganas dan de ponerle delante la pipa de Pepe Amedo y repreguntarle: ¿Y esto, lo reconoces? Pero no me cogerán ustedes defendiendo el terrorismo de Estado porque me disgusta la simetría.

Ahora bien, hay que oír a Adoración Zubeldia, después de rechazar la protección del biombo, rememorar el dolor, el dolor en estado puro con la voz retemblando como azogue quebradizo que al cabo estalla partido en lágrimas. “Oí la explosión... La furgoneta se estaba quemando... y... él... también se estaba quemando”. 
Pero la viuda de Múgica se recompone y con un hilo de voz, destruida pero no derrotada –como escribió Hemingway de los hombres–, solicita al funcionario:

—¿Puedo mirar a estos chicos?

Y se gira y con los pómulos ya secos los mira despacio uno a uno, ofrece a Txapote y a sus tres acólitos de funeraria con ínfula militar el espejo sufriente del sinsentido a que han consagrado sus vidas miserables. Pero del mismo modo que un centinela de Birkenau no lograba concebir humano a un judío, los cuatro etarras no alcanzan a reconocer el sufrimiento ajeno. Gajes del conflicto, pensarían, eso sí, con las caras vueltas hacia el suelo para no enfrentar la mirada que podría humanizarlos de una santísima vez.

Hago un receso de café y coincido en el bar con Pedraz, que me mira como si reconociese al autor del perfil digamos afiladete sobre él que publicó uno en este periódico. Y vuelvo a la Audiencia, por cuyos pasillos se oye esa mañana mucho euskera; es que aparte del txapoteo concurren otros dos juicios de temática sabiniana y la perroflautada abertzale peta los corredores como los gitanos el hospital de la mama parturienta. En el que se sigue contra Segi, si disculpan el retruécano, la sala está abarrotada de groupies del hacha y la serpiente y no quepo, así que me meto en el tercero, que dirime el asesinato frustrado de la delegada de Antena 3 en Euskadi, María Luisa Guererro, a manos de Asier Arzalluz e Idoia Mendizabal. La tal Idoia, de rima fácil, se arrastra por el suelo cuando la Policía trata de incorporarla durante la lectura de los derechos que les asisten aunque no quieran, y no son los únicos. Yo del poli la hubiera dejado arrastrarse un poco más, puesto que como res mostraba esa querencia. En cuanto al maromo del Asier, pese a su hechura de cortatroncos pancesco, de chavalote que no dejó de dormir con peluche hasta los 15 y cuando lo hizo fue para cambiarlo directamente por la Parabellum, se le atribuye la mutilación del socialista Eduardo Madina y participó en el asesinato de López de Lacalle. A este no le gustan los periodistas, se conoce, así que le clavo los ojos a través de la pecera. Pero los peces se dedican a hablar y a sonreírse mucho entre ellos, al objeto de que la afición parvularia –sexualmente indiscriminable; bueno, quizá ellas exhiban una coletilla occipital más trenzada– que asiste de público no sospeche el sumidero de angustia que se está tragando sus vidas sino que contemple una proyección de cine épico vasco: el gudari y la gudari resistiendo la opresión de un tribunal presidido por la bandera de los invasores. 
Pero qué resistencia ni que épica, tontos del culo, que vais a criar percebes en la entrepierna con lo que os queda de maco por no haber criado antes una sola neurona provechosa en esas cabezonas RH que sólo os sirven para sujetar la puta boina, manga de perdedores.

El juez Alfonso Guevara levanta la sesión y los policías entran en la pecera para esposar a los etarras, momento que no desaprovecha la actriz Mendizábal para sonreír a la afición al otro lado de la pecera. Sonreír esposado queda tan verosímil como romper a cantar con un pinzamiento de testículos, pero ellos verán. Por cierto que el juez Guevara acostumbra irse derrengando butaca abajo según avanza la vista y uno siempre teme que acabe saliendo por debajo de la mesa.

A la salida me encuentro a una euskocamada de abertzalines junto a la floristería del Museo de Cera. Se las llevarán a sus muertos.

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