UN BENDITO MARTES, 23 DE DICIEMBRE
Aquilino Sánchez Nodal
Madrid, 12712/2011.-
En esta víspera de Navidad se cumplen 169 años en la historia interminable de un matador de toros, Frascuelo “El Grande” que es una de las columnas que sostienen el armazón del toreo.
Este es el comienzo de su leyenda:
Aquel lejano día de 1.842 nació Salvador, un día antes de Navidad. Su vida en este mundo transcurrió de forma abstracta. Todo lo vivido por este Mesías del toreo fue entre olés y pitos, lo que, ahora se llama afición.
Hijo de José, capitán de guerras esdrújalas y fraticidas, retirado y viudo que levitaba en esos años rumiando recuerdos en un pueblecito de Granada. La madre, Sebastiana, moza robusta y animosa, mucho más joven que el soldao. Mujer siempre preparada para la lucha, con solera y desparpajo; parecía una matrona andaluza, aún mantenía el orgullo por la suerte de que aquel viejo militar se hubiese fijado en su modesta persona. Formaban un matrimonio desigual que parecía sacado de una zarzuela que cantaba la “cruz del matrimonio”.
José no paraba en casa. Mataba los días en la taberna, en donde bebía y se jugaba el dinero hasta altas horas de la noche. Sebastiana en casa, haciendo labores y llorando sus amarguras. Salvaor vino al mundo en este atribulado y desagradable hogar. Era el segundo hijo de una desconfiada familia. El primero se llamó, Francisco, pero le llamaron “Frasco” o “Frascuelo” siendo el mayor parecía más pequeño que Salvador.
-Tié cara de inquisidor er pajolero … Dijo al bautizarle el cura de la ermita de la Visitación de Nuestra Señora de Churriana de la Vega. Después añadió:
- Te pongo de nombre Sarvao, junto con el de Victoria, ¡que también se las trae!.-
En 1.842 el pueblo contaba 408 casas, de las que habitables solo eran 367. A pesar de los pocos vecinos tenía dos escuelas, una pública y otra no, su Ayuntamiento, una ermita con cura, un ayudante y sacristán, la cárcel y un castillo en ruinas que servía de reuniones clandestinas. Total, un pueblo español de la época parecido a muchos otros lugares.
Desde la ventana de su casa, a las afueras del pueblo, en “los llanos”, veía pasar una manada de toros, todos los días a la misma hora. Se trataba de toretes charoleses venidos a menos, con ninguna casta que se utilizaban para el acarreo de la aceituna.
“Toro” fue la primera palabra que pronunció el pequeño Salvador. Desde su niñez entendió que, en aquel animal estaba su complemento vital.
El engañoso aire democrático que tiene y tenía la Fiesta de los toros, que lo mismo seduce a un peón de albañil que a un ingeníero llenaba las cabezas de los españoles con los nombres de los toreros famoso. “El Chiclanero”, “Cúchares”, “Puchereta”, “El Tato”, … escribían con letras de oro sus hazañas en la imaginación de Salvador Sánchez:
- “El Chiclanero” y “Cúchares”, su apostura y gracia.
- “El Tato”, la variación y la eficacia con la espada.
- “Puchereta”, su desvergüenza y momerías. Decía cuando toreaba: - “to es leche”.
En “los llanos” se reunía la chavalería, lejos de miradas de los padres y vecinos, para jugar al toro. No faltaba detalle, trapos rojos, palos forrados de papel de plata, el cesto de esparto que servía para envestir y que tenía pegados dos cuernos sustraídos del matadero, la divisa con papelines de colores. Más tarde interviene la natural providencia que asiste a los toreros llamados a ser colosos del toreo.
- “También el destino tié cuernos”. - decía Curro Cúchares a quien quería oírlo.
Total, para cuando uno quiere darse cuenta la familia, Sánchez Povedano se había trasladado a vivir en Madrid. El militar con cinco reales de soldada para todas las necesidades de los cuatro individuos.
La vida de la Villa y Corte deslumbra a los dos jóvenes. La fiesta callejera de adiario, las alegres verbenas, aquellos carruajes de todos los modelos repicando en el empedrao, las noches de parranda. Están tan absortos y ocupados que apenas tienen conocimiento para sentir la muerte del padre.
Naturalmente la vida sigue para los desgraciados y hay que torearla. La madre necesita llevar dinero a casa. Vende arena y greda para reparar los edificios dañados por guerras y revueltas políticas. Francisco encuentra un empleo de recadero. Y Salvador … sigue con los sueños de luces, con toros y toreros famosos.
Un día, Sebastiana se cruza con un hombre de apariencia con posibles, de capa, bombín y cuello duro que vive en una de las casas que lleva su mercancía de reconstrucción, el señor Manolo.
- He oido que tié usté un chico que es formal y dispuesto. ¿Es cierto?. Pregunta a Sebastiana.
- Si señor y más listo que el hambre. – Responde la mujer.
- Pues, arréemelo usté pacá, que ahora pué servirme.
El primer trabajo remunerado de Salvaor fue de organillero. Este empleo le reportaba dos reales al día con los que podía presenciar la suelta de embolaos en la plaza de toros de Madrid. Al poco tiempo, un mal día, se lanza al ruedo en una capea en Chinchón. Resulta herido de gravedad: cornada en el recto. El accidente le obliga a permanecer en el pueblo madrileño durante más de tres meses, en casa del Tío Tamayo. Pasado un tiempo se lo agradecería y recompensaría con creces haciendo ricos a toda la familia Tamayo. Les construyó la posada de Chinchón para que mantuvieran su fortuna y siempre reconoció que aquella buena gente le había salvado la vida.
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