jueves, 19 de enero de 2012

El Gallo y la Giralda / Las Taurinas de ABC

Rafael El Gallo, 1929
(¿Quién -hoy- como él?)

Gregorio Corrochano
Cuando el viajero va llegando a Sevilla, lo primero que ve es la Giralda. “Ya se ve la Giralda”, dice el viajero. Después dice: “Ya se ve Sevilla.” Si se sube a la Giralda, se atalaya toda Sevilla, con su campo y su ría grande.

Por las calles de Sevilla circulan varios toreros, porque en Sevilla nacen muchos toreros, pero no sé si por costumbre de verlos o por su atuendo aburguesado, nadie fija en ellos su curiosidad; si el que pasa es Rafael el Gallo, se oye decir: “Ahí va el Gallo.” A éste siempre se le ve, como a la Giralda. El Gallo sigue siendo torero, como Guerrita fue torero hasta que murió. El día que Rafael el Gallo no pase por la calle de Tetuán, no se verá en Sevilla ningún torero. Se podrá tener noticia por los carteles de que en Sevilla hay todavía toreros, pero no se verán, como no se vería Sevilla desde el tren a lo lejos, si se hundiera la Giralda.

Hay en el toreo de Rafael el Gallo algo que ha quedado como una burla: “las espantás”. No voy a recomendar “las espantás”, naturalmente, pero voy a relacionarlas. Tenía su origen en un miedo insuperable que se adueñaba del torero cuando, en el ir y venir una faena, perdía la cara de los toros. Perder la cara al toro es perder de vista el peligro, y el recurso era alejarse del peligro con terror. ¿Qué pensará el Gallo cuando vea que hoy se pierde o se hace como que pierde la cara a los toros? Eso de torear mirando al tendido (de reojo al tendido y de reojo al toro) es vulnerar las reglas del toreo, porque el Gallo tenía razón en su temor: sin ver al toro no se puede torear, aunque algunas veces parezca que lo hacen, como si jugaran a la gallina ciega con el toro. El Gallo era un ejemplo práctico de lo que se podía y no se podía hacer, porque a renglón seguido de “la espantá”, una vez salvado el riesgo, volvía al toro y se ponía más cerca que los demás, porque entonces veía la cara del toro. Entonces perder la cara a los toros era mal síntoma. Había matadores que, al entrar a matar, volvían la cara, como si miraran al tendido, y esto se les anotaba como un síntoma análogo a “la espantá”. Si hoy entraran a matar, que no entran, esto de volver la cara se les aplaudiría, como se aplaude la mirada al tendido en la “manoletina”. El valor no está en volver la cara a ninguna parte, sino en mirar muy atentamente al toro, verle venir, esperarle con tranquilidad y torearle.

El Gallo necesitaba su toro, como lo necesita en el toreo cada hijo de vecino; pero sabía cuándo salía su toro, cosa que no suelen saber todos los que necesitan su toro. Este gran estilista tenía un conocimiento perfecto del toro, y a él acoplaba su toreo. Estilista y con conocimiento del toro son dos cosas que no suelen andar juntas.

Una tarde estaba toreando muy bien y muy tranquilo un hermoso toro de Veragua, en Madrid; un golpe de viento le metió la muleta entre las piernas en el momento crítico del pase, y el toro le cogió por un muslo. La cogida fue impresionante. La sospecha del público es que se había malogrado la faena porque Rafael, aunque ileso, había cogido miedo: pero el Gallo se levantó, se sacudió la tierra muy tranquilo y dijo, para tranquilizar a los demás toreros y al público que le oía: “No me ha cogido el toro. Me he cogido el aire”. Y como sabía por qué había sido la cogida, siguió toreando, mejoró la ya empezada faena y fue uno de los toros mejor matados que yo he visto.

Otra tarde, en Sevilla, toreaba un toro de Gamero Cívico. Cuando se perfilaba para matar, se le arrancó el toro, y el Gallo, quieto, sin mover ni un pie, le adelantó la muleta y le aguantó con una magnífica estocada. En casos análogos, y más en un torero como Rafael, que tanto se ha desconfiado al matar, lo corriente es no esperarle, sino quitárselo con la muleta. Quise saber el por qué de aquella reacción del torero, y me dijo: “El toro no se arrancó a mí; se arrancó a la muleta.”

Esto es ver venir los toros; una de las cosas más difíciles y más necesarias en el toreo.
Rafael tenía una frase que aclaraba toda su actuación en el toreo: “Para torear bien hace falta que los toros dejen entrar al torero.” Con esto quería decir que le dejen colocarse, porque si el toro se arranca sin estar el torero colocado para torear, el toreo no es bueno. En el Gallo se juntaron la técnica y el arte.

A este torero, sevillano por su toreo, madrileño pro su nacimiento, Madrid le prepara un homenaje. Vayamos al homenaje a un torero representativo, si no a un torero y a una época que se cierra con él.

Aunque hay muchas torres y muchos toreros, el Gallo es único, como la Giralda.

LAS TAURINAS DE ABC / EDICIONES LUCA DE TENA
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