La Barcelona suicida
Posted by Cristian Campos
Empecé a sospecharlo cuando vi a decenas de oficinistas asomar a través de los ventanucos de sus cubículos para aplaudir con sincero entusiasmo a las hordas de rústicos que periódicamente arrasan la ciudad con la precisión de un metrónomo de la zafiedad. Todo aquel que ha sobrevivido a esa etapa aterradora y oligofrénica de la vida sabe que un adolescente es un resuelto fascista en potencia, y más si vegeta en esa consigna de medianías que es la universidad española. Pero en pocos rincones del planeta, salvo quizá en la yerma Atenas y por supuesto en las urbes del Islam, la barbarie ha adquirido como en Barcelona categoría de rasgo cultural distintivo. De folklore, en definitiva. En Barcelona, los ciudadanos jalean al hombrecillo que le pega fuego al coche del vecino con la misma pasión con la que una de nuestras más anodinas beatas progresistas de rebeca y hamburguesa de tofu suplicaba en noviembre de 2000 que nos sentáramos a charlar con los terroristas tras el atroz asesinato de Ernest Lluch. A la cobardía y a la más honda pusilanimidad moral frente a la ferocidad iletrada de los agros los barceloneses le llaman seny. Y luego se dirigen a la granja más cercana a engullir una ensaimada con nata, con la conciencia limpia como un quirófano, mientras dejan a su espalda el reguero sanguinolento de su podredumbre buenrollista, tolerante y participativa como si fuera la baba de un caracol henchido de autoodio.
La fascinación barcelonesa por la violencia no es una moda pasajera del siglo XXI. Ya a finales del XIX Barcelona era conocida como La ciudad de las bombas. Por aquel entonces no había anormal en la villa que a la menor ocasión que le presentara el azar no se propusiera reventar a unos cuantos de sus conciudadanos con una bomba Orsini, las preferidas por el anarquismo del momento. En una de las fachadas de la Sagrada Familia puede verse la escultura de un demonio que le entrega una de esas bombas a un obrero anarquista. La escultura se llama La tentación del hombre. Lo repetiré. La tentación del hombre. Ya ven cómo está el patio por estos lares. Para el catalán universal por excelencia, lo de reducir a fosfatina a tus congéneres entraba dentro de la misma categoría que las mujeres, la soberbia, el vino o la pereza. Un placer tentador como cualquier otro, ese de desmembrar al prójimo. Me abstendré de hacer comentarios sobre la legendaria y victoriana incapacidad catalana para el hedonismo. De ello es suficiente ejemplo la sardana, esa danza soporífera y rechinante que algún catalán desesperado debió inventar como sustitutivo del sexo a falta de chocolate. Sí diré, no obstante, que si la pirámide poblacional de la región no está hoy en día totalmente invertida es sólo gracias a la potencia procreadora de los charnegos. Ellos son los que nos salvan de convertirnos en un pueblo antiestético y enfermizamente endogámico como el vasco, esa estirpe de seres insólitos y toscos cuyo único mérito conocido consiste en la práctica de la reproducción por boinazo.
Uno de los que no pudo resistir la tentación fue un tal Santiago Salvador Franch. El 7 de noviembre de 1893, el susodicho tipejo se llevó por delante a 22 barceloneses e hirió a 35 más tras dejar caer una bomba Orsini sobre el patio de butacas del Teatro del Liceo. De hecho dejó caer dos, pero la segunda no llegó a explotar tras rebotar en las faldas de una dama a la que, supongo, debieron calmar tras el suceso con enormes trasvases de tila en vena. En algo hemos evolucionado: en julio de 2005, los herederos de Salvador Franch tan solo lograron desintegrar a Pretto, el perro labrador del TEDAX que intentaba desactivar una cafetera bomba en el Instituto Italiano de Cultura.
Pero no confundan esa fascinación barcelonesa por la violencia destripadora con algo parecido al coraje, la rebeldía o la fortaleza de carácter. Creo que no me equivoco si digo que Barcelona es la única ciudad sobre la faz del planeta Tierra que ha sido aplastada por todos y cada uno de aquellos que se han tomado la tediosa molestia de desafiarla. Dicho en plata: todo aquel que ha querido cepillarse la ciudad se la ha cepillado a placer cuando y como ha querido. Sin excepción, ya fuera el ejército de Navarra o un miserable atajo de perroflautas. Así que Barcelona es la única ciudad del mundo a la que no se le conoce victoria alguna, ni siquiera contra los más débiles e intelectualmente limitados de sus adversarios. “Son profesionales de la violencia”, dice el Conseller de Interior de la Generalitat de unos tipos cuya más brillante estrategia bélica consiste en cambiarse de jersey a media manifestación para que no los reconozcan. Si estos son los profesionales, imaginen cómo serán los amateurs. De ahí que, a la hora de celebrar, nos tengamos que conformar con celebrar alguna de las incontables veces en las que hemos sido derrotados.
Véase la siguiente lista. CLICK
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