lunes, 23 de abril de 2012

LAS VENTAS: La buena nueva de Alberto Durán en Madrid / José Ramón Márquez

Alberto Durán, Rafael Cerro y Salvador Barberán

La buena nueva de Alberto Durán en Madrid

José Ramón Márquez
Por la mañana, cuando íbamos a comprar las entradas, en una terraza de esas de la calle de Alcalá, atufada por los humos de los autobuses, estaban sentados en animada conversación Manolo el Presidente y el escrupuloso ganadero Victoriano del Río, junto con otros. La visión del grupo apabullaba al aficionado de a pie, admirado ante aquel sanedrín de conocimiento y de amor a la Fiesta regado con unas cañas de cerveza, tomando ese hallazgo como el mejor augurio de que por la tarde no nos aburriríamos.

Luego, en la taquilla, nos enteramos de que habían cambiado los novillos de Guadalmena por otros de Monte la Ermita y de que en lugar de Mario Alcalde repetían a Alberto Durán. Por lo de los novillos, ni fu ni fa. Por un momento volver a ver en Las Ventas el hierro de La Ermita, la M y de la F de Martínez Flamarique, nos llevó a rememorar que hubo un tiempo no tan lejano en que en Madrid, cuando aquel gran empresario mandaba en Las Ventas, el toro importaba algo más de lo que importa en la actualidad.

En lo de Alberto Durán, grata sorpresa, ya que no le vimos el domingo anterior, que no acudimos a la Plaza por lo poco que nos gusta el toreo femenino.

Bueno pues los de la MF, Domecq de la taurifactoría, tuvieron sus cosas buenas y sus cosas malas. De entre las buenas, la principal su decisión para irse al caballo, en el que alguno hizo su buena pelea; de entre las malas, la blandura de alguno de ellos, especialmente del primero, Mensajero, número 8, y del tercero, Lengüilargo, número 31, que hizo adecuado honor a su feo nombre. Para dar cuenta de ellos, Salvador Barberán, Alberto Durán y Rafael Cerro.

Tuvo la mala suerte Salvador Barberán de encontrarse con los dos novillos más blandos de la tarde. En su primero, que para Victoriano del Río y para la ciencia veterinaria sevillana podría haber pasado por toro, Barberán movió la muleta con firmeza y con temple, pero entre que el pobre bicho estaba derrengadito y que además era la tonta del bote, esa concatenación de circunstancias hizo que el matador no brillase apenas. La impresión que da Barberán es la de ser un torero suelto y suficiente en el oficio como para tener enfrente más toro. Con el castañito cuarto, de menos fuerzas aún, aún tuvo menos que decir.

Alberto Durán trajo a Las Ventas algo que hoy en día es muy desusado, que es un sello personal, un estilo. Posee de una forma natural, no impostada, una tauromaquia bastante seca, castellana habríamos dicho hace años, en la que brilla la pureza del cite, la firme decisión de quedarse en el sitio y la voluntad de poder al toro. Parece mentira que esto deba ser remarcado, pero en estos tiempos que corren el ver en el ruedo a un hombre que no pretende ser un esteta, sino nada menos que un torero, es una gran noticia. Fue muy grato ver la capacidad de improvisación, la forma de resolver con desparpajo y torería alguna situación comprometida y fue emocionante ver la construcción de las faenas, su forma de llevar al toro muy toreado con la mano baja, muy sometido el animal a la voluntad del torero y el remate preciso al final del muletazo para quedarse colocado, haciendo ostentación de su voluntad de no rectificar la posición. En suma, Alberto Durán firmó en Madrid dos emocionantes faenas que son una inmejorable tarjeta de presentación para un novillero de veintidós años. Ahora hay que ponerse a rezar para que no le agarren los taurinos y le expliquen, como suelen, que lo que hay que hacer es justamente lo contrario de lo que ha hecho hoy. La clave del futuro de este joven matador de novillos está en permanecer impermeable a las pésimas influencias que sin duda van a comenzar a lloverle inmediatamente y en ser capaz de mantener y perfeccionar el clásico concepto de lidia que hoy ha mostrado en Madrid. Si hace lo segundo y los toros le respetan un poco, tendremos torero para rato. Bueno, y aprender a matar, haciendo especial hincapié en conocer la sustancial diferencia entre el uso de la suerte natural y la contraria, que el sainete de espada y descabello que ha pegado hoy no es de recibo.

Rafael Cerro maneja, a diferencia del anterior, el modelo en boga. Él está en lo que diríamos el ‘mainstream’ y por eso cuando el torillo acude a su cite, por afuera, él acompaña la embestida girándose y echando la pata hacia atrás, que según nos dicen es la mejor manera para que los pases sean muy largos... y muy aburridos, decimos nosotros.

Si el hombre tenía algo que decir en los toros se ve que alguien le ha enredado en ese modelo ‘manzanariano’ del toreo sin toreo, de ese nuevo toreo que demanda ‘trovadores’, de ese exquisito toreo contemporáneo concebido para los que se deleitan con la ‘belleza sabia’, para los que aprecian el ‘psicoanálisis de las embestidas’, para los que van a los toros como quien va al Rastro a comprar a buen precio un ‘monumento de bronce eterno’. Ante tamaña responsabilidad de tipo eminentemente cultural, el muchacho, que es de Navalmoral de la Mata, sucumbió, robada su alma sin duda por algún mercachifle del taurineo que, sin duda, le enredó con cuentos de trovadores, bronces, psicoanálisis y bellezas. Por un momento pareció que de lo que acaso debió ser su vida torera, ya sólo le quedase el desparpajo de las largas de rodillas de saludo a sus dos novillos, como una jaculatoria de la novillería con frescura, ganas y empuje.

Aunque las gentes aplaudieron a un peón por tomar el olivo y por poner un par que llevaba medio hecho desde que inició el cuarteo, a mi me gustó esta tarde Agustín Marín, que aguantó con gran torería la embestida del sexto, que se fue hacia él con muchos pies y muy fuerte, y el torero, sin precipitación, templando la embestida a cuerpo limpio, sacó los palos de abajo, los clavó en su sitio y, sin darse importancia, salió andando.

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