martes, 22 de mayo de 2012

MADRID.- 12ª de Feria. Guadalajara en un llano, México en una laguna / José Ramón Márquez



 Su Excelencia Nacho Meléndez


Guadalajara en un llano, México en una laguna

José Ramón Márquez

Después de las emociones fortísimas del día anterior, hoy volvemos a la Plaza aún bajo la impresión de una tarde llena de tantas sensaciones y de tantas emociones en muchos sentidos, una tarde que por sí sola chafa de plano el planteamiento reduccionista y castrador de aquellos para los que la riqueza enorme de este espectáculo se supedita tan sólo a la tantísimas veces pelmaza faenita con la muleta.
No se nos va Fundi de la cabeza y, sinceramente, esperamos que con la decisión y la chulería que tantas tardes ha demostrado, decline con amabilidad y firmeza el ofrecimiento limosnero de regresar a Las Ventas en otoño, porque a estas alturas Fundi no tiene nada que demostrar y porque esa dignísima soledad de ayer en el callejón, empapado, ya le ha transformado en leyenda; que después de su trayectoria profesional, lo que nadie pudo nunca imaginar fue que tendría una despedida tan única, tan dignísima, tan de macho; él que ha visto cosas que no creeríamos, que ha matado por arriba Miuras en Francia y en Sevilla, que ha visto centellear los ojos de los Escolar en la arena negra de Bilbao, que ha echado su muleta al hocico de los Palha y ha aguantado la incertidumbre de su embestida, con todos esos recuerdos que se hacen presentes cuando las lágrimas de la lluvia son sus únicas compañeras en ese inmenso momento de soledad, de grandeza, de pura humanidad en que el torero, en plena tribulación, sabe que no tiene a nada a que asirse salvo a su propia e íntegra dignidad.

-Nadie más sólo que yo -dice Gallito en 1920, poco antes de Talavera.

    Nadie más solo que José Pedro Prados, matador de toros, vestido de grana con cabos negros, apoyando sus brazos en la barrera de la Plaza de Toros de Madrid el día veinte de mayo de dos mil doce. Ole, torero.

    Y tras las emociones tan intensas de la víspera, hoy volvemos a lo de cada día, que es a una birria de corrida remendada, que al final aquello fue una especie de concurso de ganaderías compradas en los chinos, donde salieron toros de las más variadas hechuras pertenecientes a cinco hierros distintos. Lo que se anunció fue esa birria de Bañuelos, que nadie sabe a qué son tienen que venir estos Bañuelos a Madrid, que se inventaron la cosa de ‘los toros del frío’, digo yo que como oposición a ‘los toros del sol’ de Navalón. Pues con los del frío estaba la cosa fría, fría, porque lo mismo que pasaron cuatro podía no haber pasado ninguno, que los 562 kilos del primero, Fullero, número 28, estaban dando el peso que tendría el toro si lo hubiesen pesado en el planeta Júpiter, que ya sabemos que allí uno que en el planeta Tierra da 222, en Júpiter se clava en los 562, y así sucesivamente.
Salieron, como se dijo antes, cuatro de Bañuelos, pero dos de ellos se volvieron por donde habían venido, y para completar los seis reglamentarios pusieron dos de Couto de Fornilhos, de los que echaron fuera uno. Los tres remiendos fueron uno de Aurelio Hernando, procedencia Veragua según su ganadero; otro de Carmen Segovia que llevaba en los corrales desde que los construyeron, que había alguno en la Andanada que juraba que a ese toro lo había visto llegar a la plaza de eral, y un torete enano de Hermanos Domínguez Camacho que vaya usted a saber de dónde lo habrían sacado. Para entendernos en lo referente a procedencias, Torrealtas de Bañuelos; Conde de la Corte y Atanasio de Couto de Fornilhos; Veraguas de Aurelio Hernando; Torrestrellas de Carmen Segovia y Marqués de Domecq de Hermanos Domínguez Camacho. Además se daba la circunstancia de que el propietario de los toros originariamente anunciados era simultáneamente el apoderado de Morenito de Aranda, y con esa excusa andaba el hombre de acá para allá por el callejón con un pitillito.

    Los toreros anunciados para dar fin de esa corrida, que más bien parecía la planta de oportunidades de El Corte Inglés, fueron Eulalio el Zotoluco, a quien en una errata en el programa de mano se confundía groseramente su apodo, Diego Urdiales y Morenito de Aranda.
    
De Eulalio no diremos apenas nada, pues nada hizo digno de ser reseñado, salvo el hecho de traer en su cuadrilla a un picador como la copa de un pino, que se llama Nacho Meléndez. Él, que es matador firme y seguro, dio hoy un mitin con la espada en sus dos toros.
    
Urdiales va de mal en peor. Han desaparecido por completo las virtudes que mostró hace unos años y, en este momento, es uno más del escalafón sin ideas claras y sin ver a los toros. La corrida que le resta es la de Victorino y mucho debe cambiar en su planteamiento para reavivar el interés que hizo nacer en no pocos aficionados y que, hoy por hoy, anda bastante marchito por falta de riego.
    
Morenito de Aranda es de esos toreros contemporáneos cuyo arte excita el lado femenino que todos tenemos, según dicen. Pone un montón de posturas y escucha muchas veces eso de ¡Bieeeennnnn!, desmelena a no pocos espectadores con sus trincherilllas y practica el consabido toreo de florituras y pingüis con mucho redondo y muy por las afueras. La faenita que hizo a su primero tuvo tan poco mando que el toro, que no era ningún Barrabás, se fue haciendo dueño de la situación mientras el Moreno trataba de mantener al toro en movimiento que, como es sabido, es la más pura expresión del toreo para los públicos contemporáneos. Faena torpe y de ínfima enjundia, en la que vence el toro a los puntos y que la munificencia de Manolo transforma, obsesionado como está por que no haya un conflicto de orden público, en faena de galardón presidencial. Su segundo, la rata con cuernos de los hermanos Camacho, sacó una casta bastante poco acorde con las carencias de oficio de Morenito y con su supuesta finura, por lo que el torero estuvo totalmente aperreado en ese toro. No me quiero ni imaginar a Morenito con los toros del día anterior.

    Y hoy tuvo que venir un picador mexicano a explicar lo que es hacer, con belleza y con amor a la fiesta y al propio oficio, lo que es montar a caballo por un tío al que le gustan los caballos, lo que es ir al toro por derecho, que le pone el caballo frente al toro y que echa el palo en el momento preciso, para señalar dos magníficos puyazos en un buen sitio. El picador se llama Nacho Meléndez, como se dijo antes, y él junto a Luis Carlos Aranda son los que hicieron las cosas más toreras de la tarde.
    
A las diez y pico salíamos de la Plaza y aún echamos un rato afuera,  hablando de la corrida, que, como nos pasa todas las tardes, se nos había vuelto a hacer tan corta.
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