martes, 29 de mayo de 2012

MADRID.-17ª de Feria. Festín de cuadrillas alrededor de una oreja


Lo mejor de la tarde, los pares de Fernando Sánchez, tercero de la cuadrilla
de Gómez del Pilar, el chico de la oreja

Festín de cuadrillas alrededor de una oreja

 
José Ramón Márquez

Siempre estamos a vueltas con que esto de los novilleros ha perdido también la cordura, que casi todos vienen a Madrid como figuras consagradísimas y a punto de la retirada más que como jóvenes ansiosos de abrirse paso en el mundo taurómaco aunque sea a cabezazos. Es verdad que lo de la proximidad de la retirada es muchas veces una dura realidad, que a una buena porción de los que pasan por esta Plaza de la Oportunidad en que ha devenido Las Ventas, lo que les queda tras su paso por la cátedra sin haber puntuado es el fin de las ilusiones.
    Sin ir más lejos, el otro día vinieron a Las Ventas tres novilleros dándose una importancia grande y se fueron lo mismo que habían llegado. Hoy la cosa fue distinta, ya que al menos dos de los novilleros anunciados quisieron dejar el sello de sus ganas y de su disposición. A fe que esto no es lo que parecía cuando hicieron el paseo, que iban tan despacito, tan introspectivos, que parecía que no tenían ganas de que empezasen a salir los novillos; pero eso fue tan solo una ilusión, porque luego los chicos se ganaron las simpatías del público con sus cosas.

    En los chiqueros y bajo la custodia del Ilmo. Sr. D. Florito, había seis de Guadaira, procedencia Jandilla, uno negro y cinco castaños, bien parejos de hechuras, de edad y de pesos; lo que se dice una corrida bien presentada. Para dar fin de ella se anunciaron Alberto Durán, Gómez del Pilar y Damián Castaño.
    
Como dicen por ahí, a Alberto Durán le tocó pechar con el peor lote. El primero, el negro que atendía por Platanero, número 50, tenía una gran debilidad y se defendía a cabezazos. No es que quisiera coger, es que al bicho sólo con ver la muleta cerca, ya se agobiaba y entonces el animal para sacudirla de su presencia la pegaba un cabezazo, que eso le cansaba menos que dar dos pasos. El bicho no podía ni con el rabo y el trabajo de Alberto Durán, ataviado con un tremendo vestido verde botella con cabos negros, se ciñó a poner la muleta delante del bicho para que se desfogase con sus cabezazos, descubriéndose un par de veces y llevándose el  par de sustos correspondiente. Era su segundo, Candil, número 44, un toro que exigía más de lo que Alberto estaba dispuesto a dar esta tarde. Pedía Candil a gritos decisión y oficio, pedía que se le bajase la mano y que se le llevase sometido y toreado y Alberto Durán optó por torearle a la media altura en pases de acompañamiento; pedía Candil que se le pisase un poco el terreno y Alberto Durán prefirió aliviarse pensando, quizás, en que ahora tiene unas novilladas firmadas a costa de sus dos precedentes tardes en Madrid, que serán la antesala de su alternativa y que no era ocasión de jugarse una posible cornada sin ton ni son. Hay veces en que si el toro no embiste debería embestir el torero y eso es lo que esperábamos de este Alberto Durán que antes de feria había traído el aroma del buen toreo a Madrid. Claro es que hoy era imposible explicarle a un feriante que ese torero anodino y vulgar que estaba viendo había hecho el toreo bueno hacía menos de un mes en la misma Plaza para cuatro aficionados y seis autobuses de japoneses. Digamos que Alberto Durán es quien hoy nos llevó a la Plaza y la contemplación de sus dos trasteos nos sumió en una ligera melancolía, pues siempre pensamos que los taurinos que rodean a estos chicos son los que con sus nefastos consejos les arrebatan el alma a cambio, casi siempre, de nada. Esperamos a Alberto Durán en su próxima cita en Madrid, si acaso vuelve de novillero, y le deseamos sinceramente que se mantenga firme en los argumentos tan sobrios que ya demostró y que trate de ser fiel a un estilo que, hoy por hoy, sólo lo practican entre los de la novillería él y Gonzalo Caballero.

    Gómez del Pilar es un novillero ya algo mayor. Los que empezaron con él ya están todos con sus alternativas y él vino a Madrid a dar su do de pecho en plan novillero bullidor. La verdad es que se agradece su disposición a sacar la tarde del tedio, pues hay muchísimas personas que en los toros se aburren como ostras y ver a un muchacho como éste les da una alegría enorme, por lo que echa a la arena de desparpajo y de frescura en este largo serial taurino, que es comprensible que para muchos, que acaso no tengan esta desaforada afición, se les debe hacer de lo más cuesta arriba esto de la Feria.
Gómez del Pilar recibió a sus dos toros frente al chiquero, de hinojos, como decía Matías Prats, les hizo fantasías capoteras, dio también a uno la media de hinojos, principió la faena a su segundo con más hinojos, en ambos dio pases y más pases, se metió a las gentes en el bolsillo y no salió a hombros sólo porque mató rematadamente mal. Además tuvo la enorme fortuna de que le saliera un toro llamado Hortensio, número 64, que era la máquina de embestir. A ese toro lo lidió soberanamente Iván Aguilera. En el capote del peón ya se vieron las condiciones del animal, el viaje largo y templado, la forma de meter la cabeza, la manera de quedarse colocado esperando el cite y la ausencia de malas intenciones sobre su matador. Las condiciones del animal eran óptimas para el toreo de muleta y la excelente brega de Aguilera no hizo sino mejorarlas aún más si cabe. Ante tal toro soñado, Gómez del Pilar puso lo que sabe: su desparpajo juvenil y su toreo de ir y venir sin cuenta ni razón que encandiló a los tendidos. Sacó unos estimables pases por alto -mejor ese nombre que el de ‘pases de pecho’, pues el de pecho es tal sólo cuando el torero está totalmente cruzado al toro- muy largos, enroscándose al toro desde afuera hacia adentro y de abajo hacia arriba. El conjunto de la labor de Gómez del Pilar entusiasmó a las gentes. Uno de detrás decía:

-La mejor faena de la feria.

    Y el hombre aquél lo mismo se creía lo que estaba diciendo. Para el aficionado, sin embargo, lo principal es que ahí no hubo faena sino un conjunto nutrido de pases dados al toro que le tenía que haber encumbrado, y que sin embargo dejó totalmente al aire las deficiencias del torero.

    Damián Castaño, hermano de Javier Castaño, tuvo enfrente dos toros nobles que sin ser de la extraordinaria condición del de Gómez del Pilar, hubiesen servido para que dejase muestra de su sello como torero. El hombre anduvo bien dispuesto y apuntando siempre también en la dirección de la neotauromaquia asquerosa que nos come por los pies día tras día. Como no revela una personalidad propia, ni hace nada reseñable distinto de tantísimos otros, todos sus esfuerzos son vanos, porque toda su labor se desvanece de la memoria antes de haber abandonado la Plaza. La faena a su segundo la inició también de hinojos y vive Dios que me encantaría recordar algo de este torero para ponerlo aquí, pero es que su labor ya se borró de la memoria y lo que mejor recuerdo es el oro viejo de su vestido.
    
Lo mejor que tuvo la tarde de hoy es que fue un auténtico festín de cuadrillas, especialmente de la de Gómez del Pilar. De los montados, Juan Pablo Arribas picó con gran eficacia al segundo y de entre los de plata ya se reseñó antes la excelente brega de Iván Aguilera en el quinto, pero no le fue a la zaga David Adalid lidiando perfectamente al sexto. Y con los palos Fernando Sánchez, tercero de la cuadrilla de Gómez del Pilar, que se fue a buscar al toro que estaba en el burladero del 9, se puso junto a las tablas hacia el 10 y se marcó un par al sesgo, con todas las ventajas para el toro, que fue una estampa de La Lidia, de aquellas épocas cuando los de plata sentían el honor de la coleta y los matadores no sentían celos de los aplausos de sus peones.
*** Blog Salmonetes ya no...

Fernando Sánchez
Patillas (y un par al sesgo) de La Lidia

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