Políticamente correcto Fandiño y sus circunstancias
Pedro Javier Cáceres
La encerrona de Fandiño con 6 toros con motivo del 50º aniversario de la inauguración de la plaza de toros de Bilbao era el gesto del año, hasta el momento; y posiblemente el único que haya en toda la temporada junto con el anunciado de José Tomás en la matinal de Nimes en septiembre.
Pero no se vendió como tal, quizá porque todavía le falta a Fandiño subir un escalón, o dos, y hacer parada en los descansillos, para que el gesto sea gesta y no una necesidad de prisas para tomar uno de esos ascensores que te llevan a la planta 34 sin parada, con el riesgo de no poderte bajar en la próxima.
Para mayor soledad, ayer El Correo publicaba un reportaje amplísimo sobre la figura de José Tomás, muy bueno, por cierto, con la firma de Chapu Apaolaza, pero que como bien denuncia Covadonga Saíz en burladero.com es una deslealtad hacia un torero vizcaíno incluso, añado yo, a la propia Junta Administrativa y la misma plaza de Bilbao y colaterales.
Lo planteó el torero en febrero, con cierto olor reivindicativo como euskaldun. La Junta Administrativa no lo vio. Pero en Sevilla, tras una sólida actuación pasaron cosas. Un acercamiento al Presidente de la Junta, Javier Aresti, empezó a allanar el camino. Y con el tiempo tomó cuerpo. El planteamiento de donar honorarios a la Misericordia hizo su papel. Su primera actuación en Madrid animó a cerrar la operación.
Las discrepancias en la organización sobre la conveniencia o no de programarlo llevaron a complementar el protagonismo de Fandiño con una "concurso de ganaderías" con bases y reglamento ad hoc, algo que, se intuyó, no debió ser de mucho agrado del torero que si no pasaba a un segundo plano, sí compartía los títulos de crédito.
El primer contratiempo se barruntaba según llegaba la fecha y la taquilla no se movía pese al reclamo del "toro" como elemento esencial y el reto del torero vasco que por cierto hizo un discreto guiño "sabiniano" con su bordado en el vestido a guisa de "lauburu" (cruz Suavástica de trazos curvilíneo presente en todos los símbolos nacionalistas, presuntamente importados, o impostados) con un toque de "letrasquelles" (quizá su verdadero origen, celta) para sintetizar sutilmente su hecho diferencial como torero del País Vasco y su origen gallego. Todo ello pasó desapercibido.
La inestabilidad meteorológica en las horas precedentes sirvió de débil excusa para justificar una pobre entrada: sobre 3.500 espectadores.
Bilbao es mucho Bilbao y la organización estuvo escrupulosa en concienciar a los ganaderos de la importancia del hecho y sensible a aprobar un encierro en conjunto muy bien presentado pero agradable para el torero, con algunos ejemplares rozando el límite, pero siempre respetando sus hechuras correspondientes al encaste.
La corrida tenía así dos partes: el serio remedo de tentadero y la actuación de Fandiño.
La primera se resolvió con cierto éxito y alivió las más de dos horas y media de festejo.
Entretenido, interesante, novedoso y todo el mundo queriendo hacer las cosas bien.
Los toros de La Quinta (1º), Torrestrella (4º) y Alcurrucén (6º) protagonizaron junto con los picadores de turno un agradable y muy digerible espectáculo. Incluso la belleza del 2º de Partido de Resina, de más a menos para resultar bronquito en la muleta, pero con su lidia.
En el caballo lució por encima, y fue cuatro veces quedándose en el peto, el de Alcurrucén que luego se vino abajo, y distraído en la muleta.
El de Torrestrella desarrollo viaje de muy largo, alegría y potencia, tanta que en el tercer encuentro desmontó al picador, no se le pegó y ello provocó que el fallo del jurado a su favor fuera harto discutido. Se dejó en la muleta.
Al final otro "petardo" (esta vez de los responsables del Club Cocherito) al dejar desierto el premio al mejor picador, puesto que todos, según las exigencia de los toros estuvieron en profesionales y alguno, como Borja Ruiz (6º Alcurrucén) se mereció el honor.
El de La Quinta, quizá por ser el primero, fue el peor tratado a la hora de lucirlo, pero hizo una buena pelea, de menos a más y en la muleta tuvo emoción por sacar las complicaciones, resolubles, propias de Santa Coloma.
No pasaron el corte el inválido de Torrealta (5º), sustituido por un mansito de El Cortijillo que luego fue noblote en la muleta.
El de Victorino 3º, no cumplió con los mínimos establecidos en la suerte de varas pero fue un gran toro de bravura y clase, nobleza, en la muleta.
Y ese fue el punto de inflexión en el que Fandiño comenzó a ir contracorriente, un vez que su timidez con el capote apenas le hizo lucir y su labor de dirección de lidia y puesta de los toros al caballo, meterlos y sacarlos delegaba con frecuencia en el personal subalterno.
Tan solo un quite por chicuelinas, sobrias, en toda la tarde, y en el saludo dos o tres lances mecidos en siete toros a parar.
Había estado solvente en reducir los problemas de los dos primeros (La Quinta y Partido de Resina) pero evidenciando mucho la dosificación, sin romperse.
En el de Victorino hubo fases del Fandiño capaz, pero eran alternativas, con picos y valles, lo pinchó, le pegó una estocada y se le pidió la oreja que no se le concedió.
Cundió la sensación que , aun estando bien, no había suficiencia para igualar al Victorino que pedía le cortara las dos.
Quizá todo ello contribuyó a que la remontada en la segunda parte se hiciera más prolija y densa.
La corrección, sin apretar, ni terminar de acoplarse en el de Torrestrella se juntaba con la monotonía a esas alturas de la corrida de no salir del derechazo, el natural y el remate de pecho. A penas alguna trincherilla discreta, un doblarse por bajo, pierna flexionada, etc.
Todo ello le obligaba a ser cada vez más breve en los trasteos sin que se produjeran sobresaltos de ningún tipo.
Luego vino el sobrero, tontón, de Cortijillo y volvió a imponerse la corrección a cualquier atisbo de emoción o recursos de variedad. En el de Alcurrucén, sin entrega en la muleta, la suerte estaba echada y de nuevo se impuso la corrección.
Irregular con la espada, hubo ataques contundentes en primer o segundo intento, junto con otros de disposición más menguada.
En resumen todo políticamente correcto, que es un contrasentido en un torero del que se espera lo incorrecto: más pasión, menos academicismo; más fibra, menos sobrado; más corazón menos cabeza.
Todo políticamente correcto, sus circunstancias también: su condición de no figura ha provocado un trato analítico más que crítico de un pretendido gesto forzado que fue aventura fallida.
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