sábado, 2 de junio de 2012

MADRID.-21ª de Feria. La fiesta de los Cuadri / Por José Ramón Márquez



Corridón en Las Ventas
El primer cuadri, Muñeco, con una cornada fresca en el anca

"...Corrida de toros muy honda, muy seria, de una presentación espectacular, finos de piel, lustrosos, arrogantes, encastados, daba la impresión de que no iban herrados, que más bien parecía que los números y demás señas se los había rotulado en la piel un delineante. Un lujo de ganadero venir así a Madrid, por el honor de la divisa..."
 
La fiesta de los Cuadri

José Ramón Márquez
Hoy los Cuadri, ¡ahí es nada! Y además con Castaño, con la que lió el otro día ¡menudo festín! Segundo día consecutivo de toros en Madrid, que aquí sí que no cabe la publicidad engañosa ésa que dice ‘Corrida de Toros’ y luego lo que te dan es una corrida de gatos, de cabras, de caracoles, de babosas o de corderos, pero no de toros. Hoy lo que ponía en el cartel reflejaba exactamente lo que salió por chiqueros, e inevitablemente, como nos pasa cuando asoma la gaita el toro, nos estuvimos toda la tarde acordando de Manzanares, de Morante, de July, de Cayetano y, en general, de la banda esa denominada G10, ese selecto grupo de enemigos de los toros que, al confabularse, hicieron una omertá: ‘Juro que jamás me pondré frente a un toro, amén’.

Seis toros de Celestino Cuadri en Madrid, que le tenían que comprar la camada y darla en Las Ventas entera y dejar los Montecillos, Cochinillos y demás illos para solaz de los guaperas por esas plazas de Dios. Toros con líos, que al parecer dos se habían matado en los corrales y otro en el campo y hubo que sustituirlos por otros. La casta tiene esas cosas, que los toros de puro maleducados se dedican a pelearse entre ellos como chuletas de barrio, para que se vaya notando la diferencia, que nunca se ha oído que dos toros de Victoriano del Río o del Cuvi se hayan matado entre ellos. Para certificar lo complicada que debe ser la vida de un toro de Cuadri digamos que el primero de la tarde, Muñeco, número 39, cuando salió a la Plaza llevaba en el anca una cornada fresca, como si tal cosa. 

Corrida de toros muy honda, muy seria, de una presentación espectacular, finos de piel, lustrosos, arrogantes, encastados, daba la impresión de que no iban herrados, que más bien parecía que los números y demás señas se los había rotulado en la piel un delineante. Un lujo de ganadero venir así a Madrid, por el honor de la divisa. 

Y luego, la variedad de comportamientos, desde el que no pasaba hasta el que proclamaba sus firmes deseos de ayudar lo necesario para encumbrar a un torero que estuviese dispuesto a dar el paso hacia a delante. Y la casta, siempre la casta, acosando a los banderilleros, atentos al caballo, fijándose en cualquier movimiento en la Plaza, dando el espectáculo del toro de lidia, que normalmente es el espectáculo de la casta y alguna rara vez, suerte para quien haya tenido ocasión de verlo al menos una vez en su vida, la bravura. 

El primero, el de la herida en la pata, cobró lo suyo en varas, digamos que a él solo le zurraron más que toda la de Victoriano del Río, y aunque se las pusieron traseras él no se desanimó, tomándolas como si fuesen buenas, metiendo la cabeza y empujando; acosó a José Mora en banderillas hasta que le hizo tomar el olivo y llegó a la faena de muleta pidiendo guerra. Rafaelillo, que es a quien le tocó matar a Muñeco, bastante hizo con estar ahí frente a la seriedad de este Muñeco que tan poca gracia tenía, sin acabar de fiarse de él y cortándole los viajes. En descargo del torero debe decirse que si en la Andanada se pasaba miedo viéndolo, no es imaginable lo que debía ser estar frente al animal, solo en la Plaza. 

El segundo fue Aragonés, número 12, y su lidia y muerte correspondía a Javier Castaño. Lo pica Fernando Sánchez a quien Castaño le deja el toro de largo. Da la impresión de que el picador no está a gusto, pero las indicaciones de su matador le hacen buscar al toro que se arranca por dos veces al caballo recibiendo sendos puyazos bien agarrados. En un momento, el matador se descuida y le pierde la cara al toro y éste se abalanza sobre él pegándole un tremendo porrazo que le deja conmocionado. En banderillas el toro aprende y Adalid le deja dos pares, con una pasada en falso, y Javier Rodríguez un non. Sale Castaño con su muleta medio KO por el golpazo y comienza su trasteo primero por la derecha, con verdad y sin remilgos, y después por la izquierda, el pitón malo del toro como lo había cantado en banderillas. Castaño no se amilana y le roba al toro dos tandas de naturales de gran verdad, con algunos enganchones y con el doble valor añadido de estar el torero disminuido en sus facultades y decidido a torear al toro por el pitón malo. Lo mata mal y se va a la enfermería, de donde ya no saldrá.

El tercero, Camarote, número 32, correspondió a Luis Bolívar. Toma dos varas mal planteadas de Ismael Alcón en las que no se emplea. Alcón nos trae una remembranza de los viejos picadores, de los de antes del peto, cuando no adelanta el caballo y se queda, a la antigua, esperando la acometida del bicho junto a las tablas. Simpática pincelada de vieja historia taurina que revela el respeto enorme que Camarote infundía. El toro en la muleta ‘mete la cabeza’ como dicen los de los medios, pero no se emplea porqueLuis Bolívar siempre se queda descubierto y el toro le ve constantemente; poco a poco va mejorando la condición del toro y claramente se aprecia que es él quien está toreando a su matador. Poquísimo mando y deficiente colocación no son argumentos como para hacerse con este Camarote. 

El cuarto, Huélvano, número 45, es para Rafaelillo. Mal el torero con el capote. El animal recibe dos varas de estilo ‘contemporáneo’ de Esquivel y se queda encelado con el caballo. Llega imposible a la muleta. El toro sencillamente no pasa. Las gentes, que se creen que lo que Rafaelillo tiene enfrente es la mona de todos los días, silban al torero, y, en la demencia total, hay quince desalmados que aplauden al toro en el arrastre. Con gusto me hubiese encantado ver a July el Poderoso con este animal tan necesitado de tener enfrente oficio y poder.

Corre turno y en quinto lugar sale Pesador, número 31. Es un tío. Es la definición del toro de lidia, largo y badanudo, un precioso ejemplar. Le pica Leiro con suficiencia. En la primera vara el animal cabecea y en la segunda mete riñones. Llega al tercer tercio con clase y con un cortijo en cada pitón para quien tenga arrestos de plantear la pelea. Bolívar tira las cartas y se dedica a torear por fuera, de nuevo descubierto en cada pase, de nuevo sin mandar en las embestidas de Pesador. El mérito de Bolívar, tanto en éste como en el otro toro, es que no lo tapa y así se puede ver bien a las claras la clase del animal, que recibe aplausos sinceros en el arrastre. 

Para despachar al sexto, Maño, número 8, que correspondía a Castaño, tenemos de nuevo a Rafaelillo. El toro sale de chiqueros como una centella, estrellándose literalmente contra el burladero del 10. Luego, al pararlo de capa Rafaelillo le acosa y el matador se tiene que refugiar en el burladero soltando el capote. Lo pica Tito Sandoval, que en seguida se da cuenta de las condiciones del toro y dosifica muy bien el castigo. El toro no se emplea y se deja pegar. Rafaelillo no rehuye la pelea pero el toro es el más soso de la tarde. 

Al final nos quedamos para aplaudir al mayoral. Queríamos toros y nos trajo toros variados, cambiantes, duros, exigentes, encastados, toros que llegan a la muerte con las bocas selladas, sin enseñarnos la lengua. ¿No es para aplaudirle? Además eso no quita para que luego, si unos señores tienen que dar un premio, se lo vuelvan a dar a la de juampedro con su azulejito y todo, faltaría más.

Volteretón de Castaño, por perderle la cara al toro

***

3 comentarios:

  1. En su afán de denostar a las figuritas y ensalzar al toro grandón y complicado pierde los papeles, señor Márquez. No es que le falte razón, pero tampoco hay que decir mentiras. Rafaelillo pegó un petardo a pesar de tratar de vender sus tretas, Castaño cometió un error de párvulos y de Bolívar mejor ni hablar.
    Si el público de Madrid aplaudió a los toros fue por haber presenciado la impotencia lidiadora de la terna, pero es una osadía decir que la corrida fue brava o que alguno de esos bichos tuvo clase.
    Oiga ¿y por qué no dice que en los años cincuenta estos torillos pesaban 120 kilos menos y daban más espectáculo?
    Atentamente, El Moro Muza.

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  2. Tiene TOOODA la razón, Sr Márquez...!!

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  3. ¿En qué parte de la crónica pone la palabra 'bravo'? Yo no la encuentro.

    Ascensio.

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