miércoles, 6 de junio de 2012

MADRID: Magna Portam (Portam Carpio) David Mora / Por José Ramón Márquez


Paseíllo
(Parva ambulant)
Jiménez, Mora y Díaz

Magna Portam (Portam Carpio) David Mora*

José Ramón Márquez

Había una vez
Un circo que alegraba siempre el corazón
Lleno de color, mundo de ilusión
Pleno de alegría y emoción.

Miliki



A veces Las Ventas se trasmutan, como si por un agujero negro se hubiese podido llevar la Plaza a otro lugar, y de pronto La Monumental se convierte en la Plaza de Granada o la de Benalmádena o la de Ciudad Real. A veces pasa y Las Ventas se transforma en otro sitio. Se nota sobre todo porque se multiplica el número de los que van equipados con un recio bocadillo de chorizo envuelto en un papel Albal, de los que de una bolsa del Ahorramás sacan una monstruosidad de tortilla de patata metida entre dos mitades de pan, de los que sacan una bota de vino y se lían a darla tientos echando el líquido a la muela, como quien escancia sidra a pequeña escala o quien, más acorde al gusto contemporáneo, se lleva una bolsa de pipas de girasol de un kilo y se la come entera a velocidad tal como para figurar en el libro Guiness dejando el suelo a sus pies alfombrado de cáscaras, como cuando se echaban pétalos de rosas para que pasase el Altísimo en Corpus Christi, pero en plan carpanta proletaria.

Pues hoy, además de todo eso que se ha dicho antes, en Las Ventas había hebreos con la kipá, una señora -se supone que era tal- en burka en el 10, jóvenes alemanas rubias ansiosas de entender el espectáculo incomprensible que veían, un anciano con camiseta verde reclamando educación pública y gratuita, una señora de cerca de setenta años con el pelo teñido de color fucsia, dos enamorados centroamericanos que no soportaban el sufrimiento del toro, un joven amante del buen pan y del vinillo clarete que se compadecía por whatsapp del dolor del toro Campano, número 125. Una barahúnda de gente desconocida que traían a la plaza aromas a jara y sus particulares ritos, usos y costumbres relacionados generalmente con circunstancias más o menos alimentarias, que tanto chocan con el natural ascetismo de la afición fetén, entre la que es necesario hacer notar la significativa excepción del Catedrático del Bocata, el doctor Moncholi, para quien el bocadillo es lo mismo que era la tierra roja de Tara para Scalett O’Hara, lugares sacrosantos de donde Miguel Ángel y Scarlett sacan su fortaleza.

La verdad es que esta tarde trae dos enormes decepciones. La primera es que al llamado de la Cultura, hoy que principiaba la Feria del Arte y la Cultura, haya acudido tan poquísima gente y tan pocos habituales; la segunda, la ausencia constatable de algunos conspicuos aficionados de corte cultural, y no me refiero al juvenil, desenfadado, flequillo de Aresti, que entiendo que éste no viene ni de gañote porque debe estar preparando la encerrona de Fandiño en Bilbao, sino de esos dos entrañables personajes de la Andanada, que son don Fernando Arniches y su particular Samsagaz, cuya presencia en la Plaza es la inequívoca seña de identidad que denota que la Cultura va a manar, y que Las Ventas va a ser durante dos horas el siglo de Pericles, la Enciclopedia de Diderot, el Ateneo de Madrid y el Chelsea Hotel, todo junto como quien dice.

Y hoy, dando toda la razón a los que defienden este engendro de feria bulló la alegría y la felicidad en la Plaza, ante el abandono en masa de la afición de suyo tan agria, y esa alegría es cosa demostrable por el hecho de que al fin manaron las orejas, máximo exponente de la altura cultural de la tarde, y porque merced a eso se consiguió que por fin un tío pusiese sus gónadas contra el cogote de un capitalista que le sacó por la Puerta Grande, que me parece que algunos cursis la llaman Puerta de Madrid, y que hoy, más que nunca, debería haberse llamado Puerta de Valdemingómez.

Hoy, sin otra cosa que el concurso decidido de todos los de los bocadillos, los de las bolsas de pipas, los de las botas de vino, los del cubata, y sin más ayuda que las trapacerías que se gastó un torero llamado David Mora, transformaron La Monumental en una plaza portátil, con una total ausencia de la más mínima exigencia y llevando el nivel de las aguas taurómacas en este Madrid de nuestros pecados a uno de los puntos más ínfimos que hayamos conocido en lo que llevamos de aficionados, aunque es seguro que todo se puede mejorar.

A la salida, en el mingitorio, un anciano se justifica con otro:

-Por lo menos ha tenido voluntad.

- Pues justo eso es lo que se ha reconocido, responde el otro.

¿Y la tarde? Pues eso, ante el selecto público, los atasardos y los lisarnasios, tres tíos por allí, los peones tomando el olivo como si los becerros fuesen el demonio, descalzaperros de capotes en el suelo o rotos, un par de sustos y poco más. Lo que te digo, un circo. Y mañana, con Michelín de La Puebla y Dolls, hijo de Dolls, ni te cuento.
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