sábado, 7 de julio de 2012

San Fermín / Por Ignacio Ruiz Quintano


"–No hay virtud alguna en el aborrecimiento del toreo."

San Fermín


Ignacio Ruiz Quintano

Abc
En un artículo que la censura republicana no le publicó, Camba demostraba que la libertad de cultos era un cuento, porque en España no había culto alguno que manumitir, pues la diversidad de cultos consistía, sencillamente, en que mientras unos ciudadanos adoraban a la Macarena, los otros estaban dispuestos a dejarse matar por la Pilarica, y que si estos sentían una veneración especial por San Roque, aquellos, en cambio, no llegarían al sacrificio por nadie más que por San Fermín, cuya fiesta es hoy una Eurovegas con cuernos en vez de tragaperras.
Más el toque berlanguiano de Hemingway, el republicano que se cenó de gorra a la España de Franco.
La Carpa Cultural de Dragó en San Isidro, que era una copia de la caseta ferial de los turroneros de Berlanga (¡los Planchadell!) en "Moros y cristianos", estaba dedicada a… Hemingway, aunque el único yanqui que supo de toros fue Jack Randolph Conrad, ensayista de "El cuerno y la espada", donde retrata a un español con muy alto aprecio de sí mismo e indiferente a las ideas y opiniones de los que están fuera del grupo.

–No hay virtud alguna en el aborrecimiento del toreo.

Y es que nuestras reacciones externas a la corrida de toros, a favor o en contra, son reacciones hacia el individuo en un mundo de restricción autoritaria:

–Si no nos gusta ver a la autoridad establecida desafiada por el individuo, entonces condenaremos violentamente la corrida de toros. Porque para un verdadero aficionado el toreo es en esencia una reafirmación del valor del individuo frente a las grandes restricciones familiares, políticas, económicas y religiosas.
Jack Randolph Conrad escribió estas cosas hacia los sanfermines de 1957.

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