domingo, 12 de agosto de 2012

El Puerto:En el Bicentenario bichejos de Santi Domecq justos y benéficos..../ Por José Ramón Márquez

Los carteles

La del Bicentenario en El Puerto. Bichejos de Santi Domecq justos y benéficos, elipométricos y eumétricos, de perfil recto o subconvexo

José Ramón Márquez

Toros en El Puerto, esta vez corrida goyesca en conmemoración del bicentenario de la Constitución de Cádiz. Cuando se celebró el primer centenario también se dio una corrida de homenaje a tan importante efeméride en esta Plaza Real. En aquella ocasión fueron ocho toros de doña Celsa Fonfrede, viuda de Concha y Sierra, para Machaquito, Cocherito de Bilbao, Gaona y Paco Madrid; hoy, dos de Fermín Bohorquez y cuatro de Santiago Domecq, los de Bohórquez para el rejoneador Hermoso de Mendoza y los de Domecq para los matadores Castella y Perera.

Para que se vea la deriva que va tomando esto, que si a los de hace cien años les llegan a echar al ruedo a las cuatro alpargatas que hoy han mancillado el suelo de la Plaza Real, se arma la tremolina, se tiran al redondel y prenden fuego a los bancos de las gradas cubiertas, mientras que hoy el manso público, educado en altos valores tras dos siglos de inconstante constitucionalismo, se ha limitado a expresar su malestar con algunos silbidos, palmitas de tango y abucheos a los bóvidos en el arrastre.
La corrida de homenaje a la Constitución, pues, ha tenido como indiscutibles protagonistas junto a los actuantes disfrazados de figuritas del Belén, a los deformes astadillos de Santiago Domecq. 
En las puertas de acceso a la Plaza hay colocados unos corchos en los que se fijan con grapas un montón de papeles, fruto del desvelo autonómico, en los que firma hasta el apuntador. Allí, en cumplimiento del reglamento vernáculo, están las rúbricas de una buena porción de personas: policías, delegados de la autoridad, veterinarios, registradores de la propiedad, cesantes, sindicalistas del SOC, concejales... parece que a todo el que pasa cerca del papel se le brinda la oportunidad de estampar su firma al pie de unos textos de inextricable literatura administrativa. Son esos preciados papeles, fotocopiados y distribuidos por todos los vomitorios de acceso a la Plaza, los que documentalmente garantizan la pureza de la cosa ganadera, avalados por tan innumerable cantidad de firmas y sellos como se ha dicho, pero como mucha gente pasa por delante de dichos papeles sin leerlos, luego ocurre lo que ocurre, que cuando se abre el chiquero y emerge a la purísima luz de El Puerto el animalejo desde su oscuro encierro, el público se lleva una impresión penosa viendo al bicharraco sin saber que viene con excelentes referencias documentales, porque lo que ven las gentes es que lo que se pagó y lo que pone en el cartel es una corrida de toros, y lo que aparece correteando por el albero avalado por aquellas innumerables firmas, cuadernos particionales y codicilos son cucarachas, zapatillas, ratas o cabras, sin fuerzas, sin casta, sin vida, bichejos sin ánimo alguno que sólo esperan el momento feliz de pasar a ser uno con su Creador.

En ayuda del cuerpo veterinario acude el programa de mano para aclarar dudas informando de que los toros de este encaste son elipométricos y eumétricos, de perfil recto o subconvexo. No soy capaz de imaginarme a doña Celsa Fonfrede subida en aquella mítica silla a la que se encaramaba, cual estilita, para no recibir influencias indeseadas en sus severas tientas, con un doctor en veterinaria a su lado que regalase su oído con elipometrías, subconcavidades, desarrollos dorso-lumbares y demás jerga. Los propios aficionados también comentaban esas circunstancias:

-Ese toro es más bien elipométrico, ¿no le parese a usted?
-No se crea, que el perfil subconcavo le hase a usted confundirse, yo le veo más bien eumétrico...

Y así se va pasando la tarde, gracias a la ciencia veterinaria.

La parte de espectáculo la dio el rejoneador Hermoso de Mendoza, con sus bonitos caballos y sus toros de pitones aserrados. Hizo sus cabriolas, clavó los diversos rejones y banderillas y a los dos los mató a la primera. Los toros, pese a llevar mutiladas las defensas, tenían bastante más presencia que los que vinieron detrás y gracias a llevar mutiladas las defensas no se llevaron por delante a un par de caballos de los golpes que les metieron en la barriga, que estos rejoneadores apuran mucho sabiendo que los toros no llevan puntas y que los golpes se los lleva otro. Constatamos una vez más la desaforada necesidad de aplausos que precisa el rejoneo y la excesiva manera de demandarlos por parte del rejoneador y disfrutamos viendo la magnífica doma de los caballos.
En lo que es la parte de a pie de la corrida, podemos decir definitivamente que la ausencia de toros hizo que no hubiese tal. La seña de identidad de las cucarachas del boyero Santiago Domecq, a quien vivamente le deseamos que inicie de nuevo su ganadería ‘eliminando lo presente’, fue la huida, la mansedumbre, el desplome y el descaste. Con ese deplorable material poco se pudo hacer salvo perseguirlos por el ruedo, matarlos a la última y dejarlos a merced del hondero y de las mulas para conducir sus envolturas terrenales al basurero más cercano. El bondadoso público de El Puerto se enfadó y protestaron a los bichejos, aunque como bien sabemos eso no sirve absolutamente para nada, porque si conviene a quien sea, los volverán a traer y así hasta la náusea. Ya podían haber comprado una de Concha y Sierra, divisa blanca, gris plomo y negra, porque es materialmente imposible que, por mal que esté esa histórica y añorada vacada, hubiese dado peor juego que las excrecencias de Domecq y por lo menos nos habrían brindado la belleza de sus capas.

Perera y la banda

Lo más significativo que ocurrió en la tarde tiene que ver con Miguel Ángel Perera y con la banda ‘Maestro Dueñas’. La cosa viene desde la corrida del pasado día 5, cuando la banda, obstinadamente, se empeñó en no tocar la música en ninguna de las dos faenas de Perera, por más que los melómanos asistentes la reclamasen a voces.

Ayer Perera, en su segundo, consigue mantenerle más o menos en pie, le corre la mano sin mucho compromiso y le sujeta para que no huya; en algún muletazo suena fuerte el ole y en seguida comienzan a demandar música para el torero, como es costumbre. La banda, fiel a su manía para con Perera, permanece muda. Una voz clama:

-¿Qué pasa? ¿Sólo hay música para Morante?

Pero la banda mantiene su silencio.

Mientras Perera continúa su labor, el resentimiento del público para con la banda va en aumento, y las voces demandando música, también. En un momento dado, con la faena ya más que mediada, el Maestro levanta los brazos y los músicos dan las primeras notas de un pasodoble. Entonces comienza la rechifla del público y rápidamente Perera hace gestos ostensibles ordenando a la música que cese. Con eso se mete al público en el bolsillo y los espectadores empiezan a aplaudir de pronto su trasteo con furia, a gritar ole y a dar palmas por bulerías, para hacer de menos a la banda. Luego, cuando Perera deja un espadazo arriba que tumba al toro con rapidez, los tendidos se llenan de pañuelos y no cesan hasta que ponen en sus manos las dos orejas del animalejo, de las cuales al menos una debería compartir con los músicos que le sirvieron para crear tan fructífera polémica.
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