Rayas de sal en la Plaza Real
El único salero de la tauromaquia jediez
Grandes momentos del antitaurinismo en El Puerto. Morante y los bautismos masivos
José Ramón Márquez
Para hoy se había anunciado un ‘apasionante’ mano a mano en El Puerto entre Morante de la Puebla y José María Manzanares con toros de Zalduendo, Victoriano del Río y Juan Pedro Domecq. Se cayó Manzanares del cartel y la empresa Serolo lo sustituyó por Finito de Córdoba y por Miguel Ángel Perera, con lo que se dio por concluido el ‘apasionante’ mano a mano y se pasó a corrida normal y corriente, de las de todos los días.
De los toros apenas nada hay que decir, porque no hubo tal. Da igual que los bichos llevasen en la espalda tal o cual divisa, porque la corrida de hoy, de tres propietarios distintos, resultó bastante más pareja que la de ayer, que sólo era de uno. De los seis bóvidos descastados, febles, huidizos y tontos que salieron a la Plaza Real posiblemente el más mentecato fuese el que premonitoriamente ostentaba el nombre de Haraposo, número 161, que a éste le cuentas que el origen de su estirpe procede de Vicente José Vázquez, del Rey Fernando VII y del Duque de Veragua y le da un soponcio, porque más parecía que el animalejo era de estirpe de mistolobo por la línea Rin-tin-tin.
El hecho de que Haraposo fuese, por así decirlo, el que dio el nivel más bajo de toricidad no quiere decir ni mucho menos que sus primillos anduviesen con algo más de lo que se le suele pedir a un toro de lidia: fuerza, poder, listeza, casta, mansedumbre e incluso ese inalcanzable ideal llamado ‘bravura’. Nada de eso trajeron a El Puerto los seis carcamales que habían seleccionado con tanto esmero para el ‘apasionante’ mano a mano, traspasados a la corrida normal que le sucedió. Nada salvo aptitud cárnica, boyanconería y un esmerado y selecto descaste que, unido a su imbecilidad, los hacían óptimos para tardes de arte y de parar el tiempo.
Y es verdad que algo pasaba con el tiempo, porque el reloj de la Plaza iba atrasado doce minutos y a las ocho menos veinte aún no se habían sentado ni el Presidente ni sus asesores en su palco, por lo que no es descabellado pensar que es posible que algún efluvio morantesco incontrolado escacharrase el reloj del usía y el que hay sobre el tendido 10.
A Finito no se le tiene en gran ley en El Puerto. Su última actuación en la Plaza Real fue lo suficientemente bochornosa como para salir de allí entre las iras de la afición. Se comprende su inclusión en el cartel dado que sus honorarios no deben ser muy elevados. El hombre, que hace lustros se apeó del tren del toreo para aposentarse en el expreso de la jindama, no engaña a nadie. Posiblemente se acabó como torero con la fortísima cogida de Málaga, siendo una gran promesa como novillero. A su demostrable falta de valor no se le puede poner ningún pero, dado que el miedo es libre, pero a la patente falta de oficio con que taparla, sí. Y si se hubiese visto anunciado con la del Conde de la Maza que se estaba dando mientras tanto en Madrid, pues se le disculpa por el trago que hay que pasar, pero estar con esos perrillos falderos con todas las prevenciones como si se encontrase frente a leviatanes, no. Digamos que entretuvo el tiempo entre que si me pongo, que si la pongo, que si se viene, que si me quito y que a sus dos bóvidos los mató a la última.
Morante era la causa que explicaba la magnífica entrada que hoy registraba la Plaza. Moranteros de aquende y de allende vinieron en peregrinación en pos de su ídolo dispuestos a encantarse con cualquier hueso o tajadilla que les echase a sus golosas fauces. En realidad, durante las dos comparecencias de Morante de hoy, el ambiente que se respiraba era como en esos bautismos masivos que hacen algunos predicadores en los Estados Unidos, con los creyentes alabando a la deidad con sus canónicos ¡Bieeeen! y con la deidad, que tira un poco a Buda por lo fondoncillo que está, regalándoles sus medios pases y sus raptos de inspiración. Quede claro que ahí no hay faena ni nada que se le parezca. Si el toro le achucha un poco -bien poco-, parece que va a tirar por la calle de en medio y abreviar, pero de pronto, en un molinete gracioso y abelmontado, es decir, dado en el costillar de la res, vuelve el ¡Bieeeen! y entonces el torero decide seguir un rato más. Los pases los va dando por doquier, en diversos terrenos por aquí y por allá, unas veces donde quiere él, otras donde quiere el torillo, y siempre le acompañan los ¡Bieeeen! de sus creyentes, aunque el pase salga enganchado, aunque lo remate por arriba de cualquier modo, los creyentes completan en su imaginación lo que al pase le falta y siempre mana el ¡Bieeeen!, que es como si dijéramos el Amén de esta liturgia tan particular. Y entre todo ese jaleo ininteligible, reseñaremos dos cosas: un redondo soberbio en su primero y el inspirado inicio de la faena a su segundo, agarrado a la barrera, emulando a Rafael el Gallo, le da tres por alto y luego le gana el terreno con uno de trinchera y remata inspiradamente con un kikirikí. Homenaje a Gallito en el centenario de su alternativa. Si eso se lo llega a hacer a un toro de arrobas y de poder, nos tiramos a la Plaza de cabeza.
Perera, visto lo visto, tenía la tarde a su favor para ser el neto triunfador. Se lució con el capote en sus dos toros con gaoneras de las que se dan cuando no le tienes miedo al toro y planteó dos faenas muy en jediez, faenas técnicas, con temple, ligadas y por afuera, faenas sin emoción donde se ve a un torero que domina el oficio. Digamos que Perera estaba como a mil quilómetros de sus torillos y eso es lo que quizás otorgaba cierta frialdad al trasteo. Al ser Perera tan alto, estos toros caniches desmerecen mucho en sus manos; a Morante no le pasa porque es bajito y como está gordete parece aún más chaparrito con lo que el conjunto de la cabrita y el torero queda más armónico, pero en el caso de Perera la cosa no funciona así. Posiblemente lo que este hombre necesitase fuese cambiar su mente y darse cuenta de que su salvación como torero está en ponerse con toros de más respeto, abandonar el tocomocho del jediez que tan poco le ha dado y replantear las ganaderías con las que va a vérselas.
Con todo a favor y la plaza rendida mató de pena y se fue de la Plaza Real por su propio pie. Repite el próximo día 11 con toros de Santiago Domecq. Más de lo mismo.
El dominio sobre el continuo espacio temporal de Morante le salvó de recibir el tercer aviso en su primero. Se pasó tanto con sus pases, cambiando de terrenos al bichejo y fallando con el estoque que sonaron dos avisos, pero él, con su don de detener el transcurso del tiempo consiguió ganar los segundos que precisaba para que la media perpendicular y el descabello le salvasen del oprobio del tercer aviso.
***
Rayas de sal en la Plaza Real
El único salero de la tauromaquia jediez
No hay comentarios:
Publicar un comentario